Los monumentos son clave para enriquecer la mirada que uno entrega a las ciudades. Las grandes obras arquitectónicas no dejan de ser decorados que adornan y engalanan la mente de aquellos que vagan por las ciudades que los albergan.
Málaga no es una ciudad especialmente monumental. Es escasa la colección de edificios clave para comprender el devenir histórico de la urbe hasta tal punto que es el propio descontrol urbano el que guía y da sentido a la vida real de la ciudad.
Dentro de este pequeño catálogo de joyas, podemos diferenciar dos tipos de monumentos: Los perdidos y los clásicos. Los perdidos son muy numerosos en la ciudad y a la vez muy castigados y en peligro de extinción. Hablamos de edificios con categoría y valor arquitectónico pero sin protección real ante el liberalismo del ladrillo que devora Málaga.
La Trinidad y el Perchel son ejemplos clave de cómo cargarse estupendos entramados urbanos llenos de historia y vida relegando a la demolición a edificaciones magníficas con pinturas murales y cuadraturas técnicas propias de siglos pasados y que son –o deberían ser- un orgullo para la ciudad.
Y en segundo lugar nos encontramos con los monumentos clásicos. Aquellos edificios que se suceden en la mayoría de las grandes capitales y son santo y seña de las mismas. Catedrales, bancos centrales, grandes iglesias, o sedes universitarias suelen tener el privilegio –por diversas razones históricas- de poseer de lo bueno lo mejor y de lo mejor lo superior en el día en el que se despachaba la categoría monumental.
Málaga, por sus características geográficas, sociales y la influencia determinante del puerto históricamente, ha sabido conservar a medias algo que, paradójicamente, no siempre se ha llegado a concluir.
Así nos encontramos con la Catedral de manera individual y como conjunto. El primer templo de la ciudad se mantiene aún inacabado aunque sí rematado y no deja de ser una ficha técnica histórica de cómo Málaga ha sufrido parálisis temporales que han ido tejiendo su propia personalidad.
Pero el conjunto general se hace muy apetecible. La Catedral, el Sagrario, el Hospital de Santo Tomás y el Palacio Episcopal conforman un triangulo exquisito que es, sin dudarlo, en corazón monumental malacitano.
La Encarnación –que así se llama la Catedral- es el monumento más visitado de la ciudad y por ende lo será la propia iglesia del Sagrario. La suma de Santo Tomás hace, de manera futurible, un complejo artístico-histórico digno de mención e ilusión para poder disfrutar de fondos artísticos completos que aglutina la Diócesis de Málaga y Melilla.
Y por último llega el palacio. El gran Palacio malacitano. El del Obispo. El lugar donde la historia se da cita y en el que encontramos un libro abierto de todo lo acaecido en Málaga. Es un palacio de cenizas y piras. Y también de puertas traseras y escapatorias. De salvajadas al patrimonio y de protección directa del arte. Es, en pocas palabras, un espacio de culto a la cultura en su propia redundancia.
A día de hoy, bajo la marca “ArsMálaga-Palacio Episcopal”, la Diócesis ofrece a la ciudad un espacio abierto para la cultura. Cultura real. De la que evoluciona y crece. Aunque haya exposiciones barrocas. Pero es que el arte y las raíces no se eligen. Se cuidan y muestran al público.
ArsMálaga es joven. Sus gestores lo son y saben transmitir esa frescura propia de la edad al trabajo expuesto. Es un lugar de contrastes. De arte africano con una de las colecciones más valiosas del mundo a disposición del malagueño. Pero también de exposiciones con alta carga de valor artístico e histórico en el arte religioso. Es un espacio con el sello de dos pilares clave, Gamero y Gonzalo Otalecu respaldados por un equipo muy joven y fresco que al verlos esperanzan al visitante porque otra forma de hacer las cosas es posible y se está llevando a cabo en Málaga.
No somos conscientes del interés para los de fuera de lo que tenemos aquí. Y parece que no sabemos valorarlo. O no saben. Y la prueba está en el ataque frontal que supone para la imagen de la ciudad y para estos monumentos singulares la decisión municipal de permitir que, junto a ellas se aparque a diario como zona de carga y descarga.
Sí. Día tras día calle Molina Lario por las mañanas es un ir y venir de camiones y furgonetas cargando con y aparcando entre los dos monumentos más destacados de la ciudad. Y a ello hay que sumar la ocupación dura de la propia plaza del Obispo con las terrazas de los bares.
Un sin sentido que nadie entiende. No imagino los camiones de Coca-Cola aparcando en la Alhamba o en la Giralda. No los imagino cargando en la Sagrada familia y rompiendo las esquinas del acueducto de Segovia. Pero en Málaga pasa. Y son varias las ocasiones en las que los propios camiones, sin querer, se han llevado por delante pedazos de uno de los lugares más singulares de la ciudad como lo es el Palacio del Obispo.
Resulta sorprendente a la par que penoso. Pero es una realidad en nuestra ciudad y nunca debemos cansarnos de gritarla a los cuatro vientos.
Los espacios culturales vivos, independientes y reales viven luchando por mantenerse a flote en superficie. Y ArsMálaga es uno de ellos. Y merece mucho la pena.
Vaya. Entre. Conozca el edificio. Su historia. Lo nuevo. Lo antiguo. Sus patios. Sus azulejos intactos. La evolución del edificio que Ramos hiciera en el dieciocho y que mantiene intacta su fisonomía. Vayan a ver las obras de Pedro de Mena y sus hijas. Vayan a ver a Fernando Ortiz hecho madera. Suban por sus escalinatas. Disfruten de sus rincones. Es el remanso de paz con las trincheras en la misma puerta. Es la frescura del silencio de Málaga.
Da igual si creen o no. Porque la cultura es el arte elevado a un conjunto de creencias que decía Wolf. Y de eso saben los gestores culturales del Palacio Episcopal. El Palacio de Málaga. Un lugar cuya renovación consiste en asumir los espacios propios como elementos de la ciudad. Un museo abierto. Una casa dedicada a la cultura que interesa al público local más allá del furor turístico.
Uno de los pocos lugares en los que el malagueño se puede sentir cómodo y representado. Y un sitio genuino. Con la sonrisa propia de los Obispos antiguos cuando se hacían las fotos de estudio. Donde se mezcla una talla de una dolorosa con un concierto acústico de Leonor Watling.
Vayan a la casa del Obispo. Porque allí sentirán que es de ustedes. Y con raíces. De aquí. De siempre.
Viva Málaga.