La derrota de Geert Wilders esta semana representa un primer test y un cierto alivio en la política europea en un año al que seguirán las elecciones francesas, alemanas e italianas. Más allá de unas elecciones nacionales constituyen un síntoma y una primera respuesta a uno de los grandes dilemas políticos de este largo año electoral: si Europa seguiría o no la estela del Brexit y de Trump, en una palabra, si habrá o no un ascenso de la extrema derecha en la política europea.
El relato de esta revolución ultraconservadora es consecuencia de la crisis. El deterioro de las condiciones económicas y los perdedores de la crisis han castigado a todo nuestro modelo social y ha provocado un malestar en la democracia que se ha expresado en una crítica al establishment político. Las clases medias también han sufrido la crisis, ellos lo saben y por ello se han convertido en una de los apoyos de este tipo de partidos. A la crisis se ha unido la inmigración y el terrorismo que han contribuido a generar discursos políticos excluyentes. La amenaza es un retroceso de la democracia gracias a unas políticas defensivas basadas en Estados Nacionales fuertes, proteccionistas en lo económico, restrictivas e insolidarias en el modelo social, excluyentes con la diversidad y, claro, en contra de la construcción de Europa.
Lo primero que revela la lección holandesa es la extremada peculiaridad de su caso, lo cual, limita la posibilidad de extrapolar conclusiones aplicables a los otros casos europeos. Así, por ejemplo, el peso de la crisis no es un factor decisivo en el ascenso de un partido ultraconservador, donde la economía y el desempleo han sido sustituidos por el terrorismo, la inmigración y la situación de la seguridad social como los verdaderos problemas sociales del país. Por tanto, se trata de una sociedad que ha reaccionado bien ante la crisis y, sin embargo, está preocupada por otros problemas que afectan a su modelo social. El propio sistema electoral holandés limita las expectativas de Wilders, un sistema electoral proporcional que conduce hacia un multipartidismo y propicia gobiernos de coalición. Cualquier victoria de Wilders le haría imposible gobernar, nadie querría gobernar con él. Parece más bien la reacción defensiva de una sociedad próspera y ordenada ante el temor del posible fin de su modelo social.
Lo más evidente es la aparición de una izquierda plural, social-liberal, socialdemócrata, rojiverde, junto con una derecha menos dividida. Una izquierda con una socialdemocracia que ha sufrido un enorme retroceso –de 38 a 9 escaños- y, profundamente, dividida. Si miramos a Holanda a través del espejo su problema es conseguir un gobierno de coalición que va a mirar a Europa para superar sus problemas –lo ha conseguido ya al sortear al Partido de la Libertad-. Sin embargo, sin extrapolar, sí podemos sacar algunas lecciones holandesas. Para evitar la amenaza de la extrema derecha en Europa hacen falta, al menos dos cosas: por un lado, que la socialdemocracia recupere la iniciativa política y, por otro, una revitalización del proyecto Europa que hoy resulta más urgente que nunca.