La realidad era esto. Y en la política se refleja a través de un paulatino reajuste de las expectativas a la realidad existente. La legislatura anterior fue la de la táctica y los pactos, la de los discursos políticos, los gestos y los tiempos, la de los consensos imposibles y los conflictos permanentes, la del fracaso de unos líderes para formar gobierno.
La política de alta tensión por la nueva gobernabilidad en el reciente escenario del tetrapartidismo acabó con la frescura de la nueva política y el paisaje político dejó pronto de poder verse en términos dicotómicos. Sin embargo, la legislatura más corta de la democracia nos recordó la existencia de una agenda política pendiente de reformas políticas mucho más limitada al difícil juego de los equilibrios y de los consensos posibles, mientras que la necesaria regeneración democrática derivada del deterioro de una clase política y unos partidos estaba condicionada también por un calendario judicial en el que se iría dilucidando la responsabilidad penal de la corrupción.
Las elecciones del 26-J pusieron de manifiesto dos cosas: en primer lugar, que en el escenario político español se consolidaba un multipartidismo moderado formado por cuatro partidos con un apoyo variable pero que serían los que protagonizarían los pactos de gobernabilidad y, en segundo lugar, los resultados urgían la necesidad de liderazgos sólidos dentro de partidos cohesionados para poder abordar con más certeza la gobernabilidad de una legislatura compleja. Todos tenían esa labor pendiente pero con urgencia y grados de dificultad distintas en los distintos congresos.
El resultado electoral facilitó las cosas a Rajoy que, desde entonces, ha tenido más facilidades primero para ser presidente y luego para empezar a gobernar con pactos. El juicio de la trama Gürtel no ha inquietado al PP. Sólo ha afectado, de momento, a los cabecillas y a algunos cargos políticos del PP valenciano. Después del ligero retroceso electoral, Rivera sale con un liderazgo reforzado, difuminando algunas de sus señas de identidad iniciales –el socialismo democrático- e introduciendo modos de gestión empresarial en un partido que juega su papel en Cataluña y aspira a seguir siendo la cuarta fuerza política del país. Podemos había ganado escaños pero había perdido con la estrategia del sorpasso y eso ha supuesto un debate interno resuelto a favor de Pablo Iglesias que gana en liderazgo y en el modelo de partido, más a la izquierda –es decir, como hasta ahora-. Finalmente, el PSOE hace labor de oposición parlamentaria y sigue funcionando con una gestora, a Patxi López y Pedro Sánchez como candidatos, de momento, a las primarias y a una resolución del liderazgo que se pretende que, naturalmente resuelta esta izquierda dividida.
La realidad era esto, un tiempo de realismo donde las fuerzas políticas de la derecha se recomponen con más facilidad de sus debilidades y se preparan mejor para gobernar, mientras que la izquierda entre atónita y dividida debería resolver estos problemas si no quiere seguir jugando un papel secundario en la vida política de este país.