Mientras la política de lo inmediato nos lleva hacia la formación de un gobierno, el paisaje después de la batalla no puede ocultar la victoria opaca de una derecha, propiciada por un tiempo que ha incentivado la incertidumbre del desgobierno y, desde luego, la inestimable ayuda de una izquierda desconcertada. Como expresó Juvenal Soto en los versos de su poema «Esa República», «O el más allá es un desgobierno o el orden de este mundo será una juerga entre salvajes» (Juvenal Soto, Paseo Marítimo, Poesía Hiperión, 2002, pag. 28). Y por fin, se ha conjurado la amenaza. Sin embargo, lo interesante es reflexionar sobre el día después.
El tránsito entre la vieja y la nueva política ha sido superado sin desgaste por parte del PP, que no ha tenido que pasar ni por la renovación interna, ni por el cambio de líder, ni por la regeneración como consecuencia de los casos de corrupción. La falta de iniciativa política en la legislatura anterior y el fracaso de la primera investidura de Rajoy, no le van a impedir gobernar y evitar las terceras elecciones. Sin duda, mantenerse fiel a sí mismo sin apenas cambios como garantía de estabilidad y, por tanto, cambiar lo menos posible, ha sido el mejor arma de resistencia de la vieja política y la manera de entenderla de Mariano Rajoy y del PP.
Mucho peor le ha sentado a la izquierda ese camino de la vieja a la nueva política. Los resultados son poco halagüeños y muestran una izquierda dividida, con crisis de liderazgo, divisiones internas y, en última instancia, con proyectos políticos muy distintos a la hora de ver el futuro de este país. Evidentemente, el PSOE es el que está sufriendo con más intensidad esta tensión, con un liderazgo y una política de oposición por definir en esta legislatura y, además, con un partido dividido y un electorado desconcertado ante la crisis abierta. Mientras Podemos parece, de momento, elegir en la tribuna y en la calle la estrategia del radicalismo, si bien, el debate de los modelos de partido sigue abierta también ante un partido formado por alianzas intrapartidistas y un crecimiento electoral que, probablemente, está ya estabilizado y no puede dar mucho más de sí.
Al final, la gobernabilidad, los nuevos líderes y los nuevos partidos no han sabido forjar una cultura de pactos a la altura de los nuevos tiempos. Los intentos de C´S por firmar acuerdos con el PSOE y el PP han sido eso, un buen intento, para un partido que intenta escapar de las definiciones ideológicas y busca ser el partido bisagra del momento que vivimos. La legislatura comienza para todos. Una de las razones del fracaso anterior es que nuestros políticos estaban mucho más ocupados en la politics, la política entendida como lucha por el poder y que se expresa, por ejemplo, en el debate tanto parlamentario como partidario y, mucho menos, en la policy, la política como un programa de acción y, sobre todo, de gestión de políticas públicas específicas para la gente.
La nueva legislatura estará definida por los límites que nos impone la Unión Europea y nuestros compromisos económicos pero, además, de combatir el desempleo hay que encontrar una solución a la crisis del modelo territorial, a través de una reforma constitucional, así como una seria reflexión sobre el modelo de reforma laboral, el futuro de las pensiones y el modelo educativo, sin olvidarnos, del tema de la regeneración democrática. Todo esto exigiría una serie de pactos importantes y poder discutir en torno a políticas públicas. El desempleo, las políticas sociales y el Estado de Bienestar son los ejes sobre los que deben recaer ahora la atención de las políticas de la crisis. Si repetimos, la experiencia de esos diez meses será muy difícil. No cabe duda, que será interesante.