Desde los nuevos chiringuitos al Guadalmedina, del Metro y las playas de nata negra a la catedral inacabada, Málaga prosigue la senda sinuosa del nunca jamás
Dicen que cuando, por fin el general De Gaulle, héroe de la II Guerra Mundial y presidente de la Francia republicana visitó Madrid, un periodista le preguntó con la ingenuidad de aquellos años, qué impresión le había dado la capital de España, el general-presidente le respondió que le contestaría cuando la terminaran. Igual respuesta se podría dar hoy sobre Málaga si alguien preguntara lo mismo. Está la catedral, esa seña de identidad visible desde cualquier altura media, que indica precisamente el emblema de una ciudad donde todo proyecto puede esperar a un mañana que nunca llegará.
El obispo ha abierto el melón veraniego de concluir, aunque sea para 2070, la torre sur de la catedral. Buen plazo se da el director espiritual de la ciudad. Los tiempos terrenales poco o nada tiene que ver con la medida celestial. La iglesia principal de Málaga es conocida desde siempre como ‘la manquita’, pues en lugar de las dos torres siempre ha tenido sólo una. El sentido del humor malagueño es proverbial. Lo que no ha dicho el purpurado es quién pagará la obra. Los fieles cristianos podrían contribuir con un óbolo que dé alguna indulgencia. Lo que se puede asegurar es que en los presupuestos públicos no hay partida prevista para tal reconstrucción. Si la fe mueve montañas, bien podría erigir lo que falta de torre a la catedral. Aunque no cuenten con los cargos públicos de IU, que han prohibido a sus huestes ateas no participar en actos religiosos. Se perderán las Semana Santa y otras celebraciones religiosas y fiestas de guardar andaluzas, como el Rocío. A veces son coherentes. Pero hay voces, como la de Pedro Moreno Brenes, que no están de acuerdo con tal prohibición.
Lo del Metro no tiene medida, se gasta tinta periodística mientras la tuneladora está por jubilarse. Las posiciones, Junta/IU-Ayuntamiento/PP parecen inflexibles. Unos por arriba, otros por abajo. La factura que debo/no debo. El Metro, no concluirá su primer trayecto y se quedará a medio camino, como ya es costumbre en esta ciudad. El debate se hace interminable, insufrible, ímprobo y aburrido, sino fuera por la trascendencia futura de la obra. Esas posiciones de ‘lo toma o lo deja’ no concluyen en nada productivo para los ciudadanos, que son, finalmente, quienes pagarán el Metro.
Las playas turísticas de esta capital de la Costa del Sol, siguen a la espera de mejoras sustanciales, y sus aguas costeras, con las natas flotantes de todos los años, esperan a los resignados bañistas. La raíz del problema está en las depuradoras, que también aguardan porque se tomen las decisiones de ampliarlas, modernizarlas y hacerlas eficientes en el tratamiento de las aguas residuales, que se vierten al mar y las mareas devuelven a las playas. Otra tarea inacabada, año tras año, en una zona que vive, casi exclusivamente, del turismo.
Colaterales a las playas están los chiringuitos nuevos, que ya empiezan a inaugurarse; pero tan criticados por su fea fealdad. La solución definitiva, tras dos décadas de proyectos y discusiones entre administraciones, a los históricos Baños del Carmen. El abuso comercial de los restaurantes de playa de Pedregalejo. La prohibición de encender fogatas en la arena la noche de San Juan, motivo del exorcismo para lo malo y que venga lo bueno. El Puerto nuevo, que no termina de arrancar, con menos cruceristas y pocas ventas en su zona de tiendas y restaurantes. Y la caseta eléctrica sin ser removida tras meses de incordio.
El río, un cauce seco con una lámina de agua pestilente en su desembocadura, también sigue esperando al calor de los malos olores. El debate se reedita, en titulares de prensa local cada año, sin que se llegue a una solución definitiva. Un río que es, como dicen los urbanistas, una zanja que divide a la ciudad por la mitad de norte a sur. Las soluciones expertas que se han puesto a la vista siempre son pospuestas, desdeñadas o criticadas a lo imposible. El río secano seguirá ahí cuando ya no se escriba en los periódicos.
Con toda su prolongada lista de cosas inacabadas, dé un paseo por el Centro histórico para ver cómo la rehabilitación de inmuebles se estira en el tiempo y cuyo progreso es inapreciable a simple vista, esta Málaga capital es entrañable por muchas razones; la principal es su gente poco dada a la pendencia, aunque hay excepciones, como en todas partes. Su clima, alabado ya por aquellos románticos del siglo XIX, que sufrieron la aventura de caminar hasta aquí, este punto alejado de Europa y tan al sur. Así, que si vive aquí ya estará resignado a que las cosas no se acaben nunca, y si nos visita goce de lo güeno y admire la catedral de una sola torre, ‘la manquita’ es única.