A una pensión llegaban los pobres del campo cuando buscaban el paraíso en las grandes ciudades. Ahora es lo poco que queda al final de la vida
‘Las pensiones bajarán al ritmo que suba la esperanza de vida’, dice un titular de estos días. La estadística, una vez más, como medida rasa. Mientras más vivas, menos cobrarás. Morirse jubilado, pero pronto es una forma de ahorrar y contribuir con el Estado a bajar el déficit. Detrás está ese IV Reich que comanda la nueva dama de hierro, frau Ángela Merkel. Si Kafka volviera a nacer, lo haría en España, donde el absurdo de la injusta burocracia se ha instalado para quedarse.
Otro concepto que está de moda es el de las dietas, que nada tiene con ponerse a régimen alimentario, sino con esos extras que se ponen ciertos diputados andaluces para llegar holgadamente a fin de mes. En el Gobierno de Andalucía han saltado las alarmas, cuando se supo al aire de esta primavera deprimida, que los portavoces de los tres grupos políticos y el presidente de la Cámara se habían subido sus emolumentos, mediante la figura de las ‘dietas’, en total 10 diputadetes andaluces se autopagan y todo quedaba entre colegas. Han rectificado rápidamente ante el sobresalto social. Lo que se preguntan los simples mortales, incluso antes de jubilarse, es cómo estas señorías, no desecharon esa idea ante la que cae sobre esta región, entre las principales en datos negativos de toda la UE: desempleo general (37%); paro juvenil, sobre el 50%; deuda pública acumulada, unos 5.000 millones de euros. Si contar el laberinto millonario de los ERE y los nuevos comunistas de IU, socios potentes del gobierno de José Griñán, alabando la revolución bolivariana donde la escasez es noticia internacional.
Estos, y otros más por estas tierras aún hispanas, no se quieren enterar de que tienen que adelgazar y colocarse en la dieta, pero en la de recortar el gasto, empezando por sus sueldos. Ya los empleados públicos de este país, lo han sufrido sin chistar en dos ocasiones y falta una más que viene en camino. Que no se quejen de la animadversión de la gente, que dice en las encuestas que tenemos una casta de políticos de la peor estofa; si hubiera peores, no habría que buscarlos, están aquí mismo. Estos que se auto-suben la nómina no es que no tengan ética, ni vergüenza, que no la tienen; sino que lo votantes deberían tener el poder de quitarles el voto que le dieron para estar donde están, lo que pasa es que tampoco tiene ese poder el ciudadano de a pie. ¡Vaya democracia!
Aquí la dieta tiene que empezar por los partido políticos –Italia asoma ese ejemplo–, cortarles su financiación pública. Y de ahí para arriba hasta llegar al propio Estado central, sin dejar de repasar a las Autonomías, que gastan hasta lo que no tienen. Que la austeridad empiece por esta casa de la democracia, donde todo exceso presupuestario tiene su asiento, a veces en contabilidades ‘B’, que no cotizan a Hacienda, pero tienen cuentas en Suiza, ese paraíso de la exactitud relojera. Se acuerda uno de José Ingenieros, aquel ítalo-argentino que publicó su ensayo en 1913, ‘El hombre mediocre’, que se relee hoy con el pavor de que las cosa malas parecen eternas. Dejó escrito Ingenieros: «Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan. El mediocre ignora el justo medio, nunca hace un juicio sobre sí, desconoce la autocrítica, está condenado a permanecer en su cómodo refugio”. Nada que agregar, sólo que ha pasado un siglo justo desde su publicación. El texto de Ingenieros, por cierto, inspiró la primera gran reforma educativa de Argentina en aquellos primeros años del siglo pasado e inspiró a José Ortega y Gasset su obra ‘La rebelión de las masas’.
La esperanza de vida, sin embargo, se alarga. Como si fuera garantía de algo bueno. El Estado del Bienestar, ese invento europeo para olvidar sus errores del pasado y tanto sufrimiento, se viene diluyendo como el recuerdo de una utopía, que una vez alcanzada se hizo imposible de mantener. Vivir más años de mala manera, eso es lo que está en el horizonte de los que alcancen la provecta edad superior, mientras la base de la pirámide social, que engordó por arriba, está llena de una juventud española con poca o ninguna formación, sin horizonte, sin presente y donde el futuro ni ha llamado a sus puertas ni se le espera. Los afortunados con títulos universitarios, escuchan cantos de sirenas que hablan lenguas ignotas y les atraen a un viaje, tal vez sin retorno.