Italia escenifica su última ópera, mientras aquí continúa la opereta nacional, regional y local. Además, frío panorama de un invierno devaluado y tardón
En esta España donde cuesta respirar y sólo falta que nos coloquen un impuesto al oxígeno, los dos partidos, que han administrado la democracia, se empeñan en mirar para otro lado, mientras sus propias casas arden por los cuatro costados. Hay que detener la maquinaria y resetearla, como dicen los informáticos. Ya no es cuestión de indignarse, que lo estamos, sino de que la indignación se convierta en corriente remodeladora de un sistema que ha fallado en su aplicación al cumplirse algo más de tres décadas. Si no lo hacen los que manejan la maquinaria, habrá que hacerlo desde fuera. Mirar a Italia no es un ejercicio fútil. Un país ingobernable, aunque lo fue con la democracia cristiana desde el final de la segunda guerra mundial, hasta que apareció ‘il cavallieri’, Berlusconi; viene a ser ahora un maremágnum, verdaderamente inasible políticamente, que amenaza la estabilidad de la UE y de su moneda común.
Aquí, con un gobierno con mayoría más que absoluta, se vive un espejismo de normalidad. Sabemos todos que tal regularidad no es cierta. Ante la gravedad de un indicador como el desbocado desempleo, hasta esa mayoría gubernamental sabe y declara que es su principal dolor de cabeza, aunque resolverlo es tarea oscura, difícil y pospuesta. Pero esto no es Italia, dicen ellos, y es cierto. Allí, las cifras del empleo son más altas que aquí. Allí el entramado industrial es más potente que aquí. Allí, tienen a un Berlusconi, que espanta a Alemania y a un cómico indignado anti-sistema que se apoya en el voto democrático, una paradoja cómica.
Esta opereta nuestra no tiene el mismo sonido, pero se le parece, porque esboza un escenario que podría repetirse con un humorista o cosa peor, un iluminado que sume adeptos en un momento de desesperación, de un cinturón al que se le acaban los agujeros. Ya ha aparecido un general español que ha declarado que la unidad de la nación española está por encima de la democracia. Puede sonar agradable a muchos españoles en esta piel de toro añeja y estirada al máximo por estas fechas aciagas.
Estos políticos nuestros parecen jugar al pescador en aguas revueltas. Cada quien a lo suyo a pescar votos en este remolino de turbulencias opacas. Toda la corrupción a debate, desde la aristocracia de aluvión llegada a los títulos nobiliarios por contratos matrimoniales, y a medrar a la sombra de reyes y princesas; hasta los encumbrados por su partido que ahora se odian públicamente. Y los pequeños alcaldes trapicheros de oficio, que han jugado al monopoly de los terrenos, los ladrillos, los permisos y los cambios de calificación municipal. Aquí se impone una regeneración de la moral y la ética, si queremos seguir teniendo libertad. El riesgo es alto. La democracia de esta monarquía parlamentaria disfrazada de federalismo asimétrico tiene que ser sincerada y puesta a la orden de su aggiornamento total o corremos el grave riesgo de quedarnos en la indigencia política más desoladora.
En la reciente celebración del Día de Andalucía, el orador de orden, Antonio Banderas ofreció un panegírico sobre esta tierra suya, nuestra que sufre y llora, pero tienen esperanzas. Se olvidó de recordar que estamos en la zona de España y aun de la UE con mayor paro total y juvenil, que sus dirigentes por más de tres décadas, ahora soportados por un neo-comunismo andaluz de trasnochada data, no han sabido, no ha podido preparar el entramado económico para lo que se nos ha echado encima. Fue vibrante, correctamente actuado, como se espera de un profesional de su talla, que ha cautivado a Hollywood y posee las dotes de un excelente orador. Pero ese happy end se le quedó corto, la realidad es mucho más contundente que una película de ficción.
Mientras llega el gran payaso o el profeta de la recuperación, hay que seguir escuchando a los amos de los titulares periodísticos que aliñan la ensalada mental de un público harto de estar harto. La UE no se queda atrás. El paro roza el 12 por ciento, una cifra que hace pensar en qué hacer para arreglar esto. A ver si se ponen y hacen los deberes.