El mentiroso pulula por los predios políticos y empresariales. No hay forma de discernir cuándo dice una verdad a medias o directamente una mentira, pero se intuye
Un jeque más amigo de la náutica que del balompié. Con cartera repleta para un puerto deportivo de lujo, pero no para aguantar las deudas acumuladas de su club de fútbol, que las administraciones ayudan. Un jefe de Andalucía que pide un adelanto urgente de mil millones de euros, cuando en realidad puede que necesite tres mil, aunque niegue la mayor: Dirige una CCAA quebrada. Los ejemplos son para aburrir, se acumulan en los telediarios y en los periódicos todos los días.
La elite dirigente española se ha instalado en el miedo a la verdad o en el regusto por la mentira. En uno de los discursos electorales de Barack Obama, el pasado mes de agosto, le escuché decir que no estaba allí para decir lo que quisiera oír el pueblo, sino para decirles la verdad, eso le ha ganado unos 5 puntos de ventaja sobre Romney en las últimas encuestas. Decir la verdad, aunque duela, le ha servido a Obama para mejorar su imagen. Claro, esa es una sociedad anglosajona y protestante, donde ir con la verdad por delante resulta eficaz, aunque también mienten cuando las razones de Estado se imponen.
Aquí parece que escamotear lo cierto, lo verdadero sea parte de la composición genética. Decir no, dicen los psicólogos, forma parte de la formación de la personalidad. Pero nadie quiere escuchar esa forma de hablar. No se sabe aún con claridad, cómo llegamos hasta aquí. ¿Qué paso con el cacareado ‘milagro español’? Los datos reales se maquillan, las cifras nunca son lo que dicen con exactitud. Los números del paro, la economía sumergida, la estadística en general es la menos exacta de las ciencias matemáticas. Imperan en el sector bancario, donde los números se recrean en las mentiras más descollantes. Siempre están al servicio de los dirigentes, para su lucimiento en las mentiras disfrazadas de verdades. Mentir es el arte político de parecer decir cosas verdaderas. ¿Dónde se aprende esto?
‘Tenemos que seguir reformando’, dicen desde los foros europeos, pero nadie ha tocado, hasta hoy, ninguna de las estructuras inoperantes y sobredimensionadas de las administraciones. La verdad desnuda es que hemos creado un aparato estatal insostenible. Hay que decirlo desde la más alta magistratura. Eso tiene arreglo, pero nadie coge la tijera para cortarse los dedos, sí para apretar a la base de la pirámide; la cúspide está bien instalada. Después están las verdades a medias. Saber que uno o aquel ministro tienen una fortuna personal de uno a 18 millones no es suficiente, hay que saber cómo la consiguió. La transparencia absoluta es condición de la verdad confiable.
Si el presidente del gobierno dice que va a pensar si pedirá rescate o no, lo desmiente la prensa internacional publicando que España está tardando en pedirlo. Le convendría apretarse y ceñirse a la verdad. Si, Mariano Rajoy dice A, seguramente será porque debería decir B, pero no se atreve. Miden demasiado los políticos todos el coste de las urnas, aunque acaben de ganar por mayorías absolutas hace menos de un año. Y quienes dentro de su partido se atreven a diferir, son tildados de rebeldes, de incómodos. Lo que se palpa en la calle, y ese foro no puede ser olvidado por los periodistas, es que la gente está hartita de tanta banalidad, de tanto mentiroso compulsivo.
El reino de la mentira se expandió y no tuvo límites hasta que las personas que lo habitaban se rindieron. Invadidas por la falsedad se entregaron a la molicie. La depresión se adueñó del reino. Las telarañas cubrieron los palacios y sus reales ocupantes dejaron de festejar sus cumpleaños. El pueblo, nada acostumbrado a tanta pesadumbre, se preguntó: ¿Por qué no nos contaron la verdad? Tal vez aún no sea demasiado tarde, pero mientras la mentira avanza sobre el reino de la democracia, ésta se debilita, se apolilla, se esfuma y con ella muchas pequeñas libertades que empezamos a añorar. El rey se pasea desnudo, aún no hay un niño que lo grite. ¿Para cuándo la verdad?
Señor Carlos Pérez Ariza, no sé si usted contestará o replicará algo de lo que voy a escribir, ya que tiene la costumbre bloguera de no darle duplica a la réplica; no obstante, sin afanes compulsivos ni correctivos (Dios me libre), voy, templadamente, a decir algunas cosas, la mayoría, in extenso, a sus coherentes artículo y dijenda, y en este orden dicente:
1º- El mentiroso de marras no pulula, en el sentido deambulatorio de yente y viniente, sino que está radicado per secula… Es decir, es un profesional de la política.
2º- El afectado tampoco sabe cuando dice verdad o mentira, pues su vivencia no diferida, sino en vivo, le impide tomar distancia para no concernirse, y ahí está su indolencia.
3º- Dice usted verdad cuando habla que la élite dirigente española se ha instalado en el miedo a la verdad o en el regusto a la mentira. Y la culpa la tiene ese sentido patológico de concebir al adversario como un sujeto que está buscando el sillón que otro ahora ocupa. Se trata, a fin de cuentas, de un contrato de relevo que concentra todas las inquinas y repelencias para el contrario.
4º- De su artículo se desprende que la mentira es a la política española lo que la gaita a lo celta, y en tal manera, que la negación del rescate que será, es la conspicua esencia de ese mandato de las aranas; toda una gaita más del ser de España.
5º- En ese mandato de mentiras que usted nos habla sabiamente hay, como bien dice, una pirámide ya casi exangüe por mor de nuestros dirigentes con mando en plaza. En la base de la pirámide estamos la Gente, con mayúscula no mayestática. En el vértice está el capital acreedor, llámese Alemania. Por ultimo, las aristas de la pirámide la conforman nuestros políticos, auténticos encofradores de la asfixia y desgracia del común, los recortistas.
6º- Acaba usted su artículo recurriendo, casi como un arquitecto, a la reducción al sistema, a lo recurrente, la estructura hecha para no ser desmontada. Entonces, nos habla del reino de la mentira. Sí, señor Ariza, esta mentira es un reino, campando por los respetos de la ciudadanía.
Alabo su indepencia.
Estimado Pancho Panchito. Gracias por sus apreciaciones. Ser independiente en este país nuestro es un deporte de alto riesgo. Pero creo que la esencia del periodismo es intentar escudriñar los acontecimientos para descubrir la mayor parte que de verdad puedan tener. No siempre se consigue…la verdad es esquiva y los interesados suele ocultarla.