Estado de malestar

11 Sep
Rajoy y Merkel se saludan en el encuentro que la canciller Alemania mantuvo con empresarios españoles. REUTERS
Rajoy y Merkel se saludan en el encuentro que la canciller Alemania mantuvo con empresarios españoles. REUTERS

Vamos de titular de escándalo a noticia peor. Las malas nuevas son superadas por otras peores cada día. No hay político que se atreva a dar una alegría

Se viene cumpliendo la premisa del periodismo estadounidense: ‘Bad news are goods news’: «las malas noticias son buenas noticias». En teoría sirven para vender periódicos, pero alejan a los lectores, cansados de soportar tanto despojo diario. ¿Será que no hay ya buenas nuevas que ventilar? El malestar se ha instalado hasta en los fieles votantes del presidente Mariano Rajoy, incluso algunos de sus propios altos militantes se rebelan contra su forma y manera de anunciar esas medidas cargadas de disminución de las breves ventajas que dio el Estado del Bienestar. Se va instalando y ganando terreno el Estado del Malestar. Se gobierna a punta de decreto-ley y se imponen recortes tras recortes que no propician la creación de empleos. No hay quien entienda esto, pero tampoco los monclovitas actuales lo saben explicar, tal vez sea porque no hay explicación que haga entender tanto sacrificio a las mayorías, mientras las castas políticas, instaladas en la molicie de la poltrona siguen mirando al horizonte como si no fuera con ellos.

El país, sigue de verano en verano, de feria en feria, de botellón va y viene, de copita y cachondeitos varios. Mientras frau Merkel dicta las directrices para meter en cintura a esos españolitos, tan del sur, tan desordenados, tan vagos, tan improductivos, tan adoradores del Sol y los chiringuitos. Una ecuación que ni los filósofos alemanes podrían despejar. El turismo sigue llegando y vamos tirando. Pero con el IVA más alto de Europa, la tasa de desempleo que no baja ni a tiros, superando en esta Andalucía doliente el 35 por ciento sin que los gobernantes de Sevilla pierdan el sueño. Digámoslo sin ambages: este país nuestro está en quiebra financiera. Su economía en sus horas más bajas y el rescate es inminente, la desconfianza interna y externa del capital en España es absoluta.

No hay banca ni CCAA que aguante esto. Pero no parece preocuparles. Piden rescates, anticipos, ‘sin que signifique compromiso alguno con el Estado central’, que para eso son Autonomías consagradas. Y los de Madrid, a su vez, le piden a la UE, que para eso somos un mercado unido por la escasez, pero con dinero para prestar. El endeudamiento nos sumirá en una larga noche de pagos de compromisos, que llaman intereses de la deuda soberana, que es lo único soberano que va quedando.

El personal que aún tiene trabajo más o menos fijo, con los funcionarios a la cabeza, se pregunta cuándo van a comenzar a adelgazar los gastos de las administraciones. Un Estado central, con un Senado que podría ser menos grande e incluso eliminarse. Sobre 8.100 municipios, que no se han comenzado a agrupar. Diputaciones que solapan sus funciones con las autonómicas. Esos 17 Estados, con embajadas en el extranjero, y otros despilfarros, que siguen gastando lo que no tienen. ¿Cuántos puestos de trabajo producen la rebaja en los sueldos de los funcionarios? Contribuyen a la recesión, eso sí, y a paliar tímidamente las cuentas públicas. ¿Qué espera el presidente, el aparato partidista que gobierna y el principal de la oposición que ha gobernado a España para ponerse de acuerdo en acometer las reformas que necesita el país para gastar menos, ser más eficiente, despejar la maraña burocrática para crear empresas y mejorar en calidad al sistema democrático? Es un misterio. Lo fácil es restringir a los que aún tienen sueldo, pero eso según se comprueba a diario, no arregla el fondo de la crisis.

Y ante tanta sinrazón, se preguntaría Don Quijote o cualquier Alonso Quijano, cómo no se ha levantado aún el pueblo español. La desinformación, que es una forma de informar sin hacerlo realmente y la estructura de esa denominada economía sumergida, permite que esta nación de naciones vaya a la deriva, sin que se aprecie una brújula que funcione. Son malos días para la lírica, porque la cultura está en vías de extinción y el periodismo se debate entre los ERE, redacciones escuálidas sin capacidad para enfrentarse a la realidad con la profundidad que sería imprescindible en una prensa que transita por el peor momento de su historia moderna, atascada ante los números rojos empresariales y la búsqueda de nuevas fórmulas que hagan rentable su presencia en el mundo digital. Siga usted los titulares, a ver hasta dónde nos lleva la crisis y cuál es nuestra capacidad de aguante.

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