La nueva serie, en antena desde hace algo más de un mes en Estados Unidos, desvela los entretelones del ejercicio diario de informar. Un drama muy cercano a la realidad
A raíz de la crisis por la que atraviesa el periodismo, y no sólo en los EEUU, este programa pone el ojo en los problemas de producir un informativo de televisión en horario de máxima audiencia, tocando los temas que no agradan a los dueños del canal, pero poniendo por encima la ética periodística de analizar y profundizar en las noticias, que otros dan superficialmente, como es usual en los informativos audiovisuales. Según el showroom de verano de la productoras americanas, la serie se verá en España, a partir de la temporada de otoño en una de las plataformas de pago, vía satélite.
Creada por Aaron Sorkin, la serie cabalga sobre unos diálogos endiablados, que entienden de qué va esto de la vida vertiginosa de producir un informativo al calor de la actualidad más sobresaliente, donde la base del presentador –el actor Jeff Daniels como Will McAvoy– es el trabajo de equipo, que investiga, busca las fuentes adecuadas y monta las imágenes, para que él interrogue hasta la mayor profundidad un tema, que casi siempre pone nerviosos a los ejecutivos, que sólo miran los niveles de audiencia en la lucha implacable con las otras cadenas por asir una porción mayor de la tarta publicitaria.
El melodrama no está ausente de este programa que, claro está es un producto para la televisión que critica, y conseguir audiencia no tiene otra forma que producir una historia, donde la vida cotidiana de una redacción en busca del modelo auténtico de la prensa perdida, se combina con las vidas privadas de los jefes y el equipo, en unas vicisitudes que muchas veces se dilucidan a voz en grito en medio de la faena periodística.
Sin desvelar los intríngulis de la trama, el foco central se sitúa en el jefe McAvoy, quien se ve obligado a trabajar con una mano derecha impuesta, su productora ejecutiva, una periodista de raza, la actriz inglesa Emily Mortimer, como MacKenzie McHalen, que ha sido su novia. El cruce sentimental está servido. Por otra parte, el jefe del presentador, un veterano periodista, que le cuida las espaldas a McAvoy, el actor Sam Waterston, como Charlie Skinner, director general de informativos, se las tiene que jugar con la dueña del canal, la impagable Jane Fonda, como Leona Lansing. Otras subtramas sentimentales se entrecruzan entre los periodistas de esa redacción, que funciona como un sistema de relojería a la hora de recabar información, y como una caldera de sentimientos en ebullición.
La situación de fondo que refleja esta serie es la necesidad de dar la espalda al periodismo amarillista, de las sensaciones del corazón, del chisme fácil y de la mentira disfrazada de verdad, por la recuperación del reportaje en profundidad, que requiere investigación, profusión de fuentes creíbles y la búsqueda –indispensable en televisión– de imágenes, sin obviar el papel del presentador, que no es un simple vocero, sino un verdadero periodista en acción dentro del plató. Esto choca frontalmente con los intereses empresariales de los dueños y accionistas que solo miran la cuenta de resultados, el rating diario frente a la inversión publicitaria y los informativos de la competencia, que lo dicen antes que ellos.
Pero lo que defienden este grupo de periodistas con McAvoy, MacKenzie y Skinner a la cabeza es que no hay que decirlo antes, sino mejor y a mayor profundidad, caiga quien caiga, como ya nos lo dijo un día Gabriel García Márquez. En esa apuesta se juegan el puesto cada noche. La reflexión entre esas dos maneras de ejercer el periodismo es patente en la serie, donde el Quijote McAvoy se enfrenta a sus colegas del corazón y pone en valor una ética olvidada, sobre todo en la información que transmite la televisión. Destaca ese empeño del protagonista/periodista si se toma en cuenta que es un republicano moderado, que no hace gala de su partidismo si tiene que defender a Obama o señalar errores a sus colegas republicanos, sobre todo a los del Tea-Party.
The newsroom puede ser tildada de excesiva utopía en un mundo donde las noticias se han convertido en productos demasiados frivolizados, parte del espectáculo del audiovisual global, como acaba de explicarnos, Mario Vargas Llosa. Pero lo que no se le puede negar es que enfoca el problema del periodismo actual en el sentido correcto. Si no se vuelve al fondo de la actualidad para explicarla, la verdad de las cosas se aleja cada vez más de los espectadores. Entonces, ¿para qué trabajar en este oficio?