Entre Algarrobico y Valdevaqueros

19 Jun

La oposición de los ecologistas acarician el derribo del hotel del cabo de Gata

Aquí tenemos otra disyuntiva, dos extremos de la realidad que se contraponen, se rechazan, se excluyen. ¿Fuentes de empleo o herida mortal al medio ambiente?

Estamos en una difícil era de contradicciones. El gobierno se debate entre hacerle caso a la UE, al FMI, al BCE y tomar medidas políticamente extremas y peligrosas para su futuro en las urnas o en mirar para el cielo a ver si atisba un milagro. Por una parte está el hotel, El Algarrobico en el paraje incomparable de Carboneras, Almería, ya concluido y que los ecologistas de Greenpeace insisten en derribar por la módica suma de 7,3 millones de euros, para hacer desaparecer el feo edificio de la costa almeriense. A ellos se oponen 30 municipios de la zona, que reclaman su apertura inmediata como fuente segura de reactivación de unos 500 puestos de trabajo en el sector turístico de la comarca.
      El hotel, que ha sido construido en suelo protegido no urbanizable, y a sólo 50 metros de la orilla marina, se encuentra en el parque natural Cabo de Gata-Níjar. La semana pasada fue declarado ilegal por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía –TSJA–. Con la ley en la mano, el derribo parece inminente. Sus veinte plantas y más de 400 habitaciones puede que nunca sean inauguradas para beneplácito de los amantes de la naturaleza salvaje y la tristeza de los parados, que seguirán en la cola del INEM. El sentido común se fracciona aquí entre proteger el entorno o dejar que se abra un hotel, demasiado incrustado en el paisaje agreste de la belleza natural del paraje.
      La paradoja es que a pesar de que el sitio está protegido se le tramitaron los permisos y los constructores parecen tener todo en regla, claro si el lugar no fuera el que es. Cosas de los ayuntamientos en su afán de recaudar lo que no tienen ni pueden. La demolición ascendería a unos 300 millones de euros, según el Ministerio de Medio Ambiente, mientras los hombres de Greenpeace lo reducen sólo a 7,3. Agregan que crearía 379 puestos de trabajo temporal, mientras ocurre la demolición y la recuperación y reciclaje de los materiales. ¿Quién cortará este nudo gordiano? Una solución intermedia podría estar en poner a funcionar el hotel, demandándole una tasa de protección al medio ambiente o la inversión de parte de sus ganancias en la mejora y mantenimiento del entorno de la playa. Es una idea que podría evitar el derribo y, al mismo tiempo, la reactivación de la economía local. Pero Salomón no habita aquí.
      Al otro extremo de Andalucía, en Tarifa, Cádiz, se planea algo similar, aunque allí no hay cemento aún. Los ecologistas, un lobby que tiene buena prensa, han reaccionado como un resorte. La propuesta de su alcalde es construir un complejo urbanístico de 1.423 plazas de hotel y 350 viviendas, que se ha estrellado con un cúmulo de protestas. Un afán que apunta a lo mismo: reactivar la economía de esa zona. Aquí los ecologistas tienen las de ganar, ya que la zona está altamente protegida. Es Parque Natural del Estrecho (Gibraltar), Parque Natural de los Alcornocales; declaradas Lugar de interés comunitario por la UE y Zona de especial protección para las aves, así como Reserva de la Biosfera por la Unesco. Los oponentes desean que se proteja la totalidad del litoral andaluz que aún queda virgen, sin construcciones cercanas que interrumpan el equilibrio ecológico. Asimismo, mantener esas playas solitarias y barridas por los vientos marinos para el disfrute del deporte de vela, especialmente para los surfistas en todas sus modalidades.
      El Algarrobico y Valdevaqueros son ejemplos localizados de la gran disyuntiva que siempre ha planteado el desarrollo en un país donde la principal actividad económica, el turismo, ha sido un depredador del territorio, y que ha dado pábulo a todo tipo de manejos dolosos de los dineros públicos, especialmente de las administraciones locales y autonómica de Andalucía, por hablar sólo de este territorio nuestro. Ahora se plantea el jeroglífico del derribo en el mágico cabo de Gata o de la prohibición de construir en Tarifa, ese paraíso del viento. La mancha de cemento que se estampa en el paisaje natural no tiene remedio a no ser su destrucción; pero inventar actividad laboral es una necesidad imperiosa, para reactivar la única industria autóctona que queda en pie: el turismo español. La pelota está en el tejado de la Junta de Andalucía.

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