Las obras menores han pasado a contratarse con lupa, con luz y taquígrafo, como suelen decir los políticos. Las empresas locales salen perjudicadas
Carlos Pérez Ariza
Parece que es peor el remedio que la enfermedad. Buscando la máxima transparencia, y tras la obligada dimisión del edil del cuñado, el Ayuntamiento de Málaga se ha creído obligado a convocar concurso público a toda obra que necesite emprender por pequeña que sea. Esto ha perjudicado a los pequeños contratistas locales, que no puede competir en precio con otras constructoras de mayor calado, cuyos márgenes son más amplios y presentan presupuestos muy competitivos, llevándose los contratos a territorios foráneos.
Aunque la acción es loable, el resultado es censurable, pues la intención de esos presupuestos, asignados por la administración central para agilizar el empleo en un sector más que deprimido, está ahora perjudicando a las empresas malagueñas. Un exceso de celo en la aplicación de la normativa pública de contratación que ha originado la protesta de la Asociación de Constructores y Promotores de Málaga –ACP–.
Además, el colapso administrativo se siente ya en el Consistorio, pues los técnicos tienen que analizar decenas de solicitudes, mientras que antes el procedimiento era expedito, pues sólo había que escoger entre tres empresas aspirantes a un contrato. Es lo que tiene la administración pública cuando se pone celosa de sus funciones, se ralentiza y, al escoger el presupuesto más bajo como criterio único, deja en el camino a los locales.
La solución apunta a seguir con el procedimiento anterior, absolutamente dentro de la legalidad, absteniéndose quien tenga que abstenerse de firmar esos contratos para que los constructores locales puedan contratar personal en paro. ¿Hay que recordar que en este sector, las únicas obras significativas que se están realizando son las públicas? La portavoz del Ayuntamiento no descarta tal solución. Por su parte, la ACP está dispuesta a rotar a las constructoras locales, para que los contratos lleguen a la mayor cantidad de éstas.
Catastrofismo. Un mar implacable, revuelto contra la urbanización desarrollista inundará a la ciudad. Un inmenso tsunami, casi bíblico, anegará la calle Larios, subirá por el museo Thyssen hasta Carreterías. No se detendrá por el oeste convirtiendo a Arraijanal en una laguna salobre; por el este, Pedregalejo y El Palo serán sumergidas bajo metros de agua salada.
No es una nueva película de Antonio Banderas o de Alex de la Iglesia ni del joven Amenábar o del Hollywood de las catástrofes naturales, tipo 2012. Es lo que dice una prospección del Observatorio del Medio Ambiente Urbano –OMAU–, que preconiza que esas zonas de la ciudad quedarían inundadas por el agua marina dentro de unos cien años, de mantenerse las emisiones de CO2 a la atmósfera tal como hasta ahora.
Como llamada de alerta no está mal. Casi nadie le hace caso a estas cosas, queda tan lejos. Son hipótesis basadas en proyecciones meteorológicas y, claro, esa presunción se pueden probar o no. En este caso hay que esperar cien años y que las malvadas emisiones no aumenten o disminuyan. En tal caso, la mar no avanzará tanto. Esperemos que el Mare Nostrum respete, al menos, la nueva colección de Vincent van Gogh y los impresionistas para que podamos disfrutar de esos 200 cuadros (incluidos los de Borja) antes de que llegue el tsunami del OMAU.
Lo que nos venga dentro de cien años, con ser importante y quizá determinante, no lo pueden dar como prioritario los profesionales de las pequeñas empresas malagueñas que ven cómo el pan duro que hasta ayer mismo se tiraba, hoy se guarda para rallarlo por aquello de los filetes empanados de toda la vida en clase media baja. La cosa la ha complicado una oposición que a falta de morder en carne tierna, lo hace en vísceras duras pero que ha contado con los altavoces de los medios para aparentar que eran bocados capaces de derrocar a un alcalde afianzado en su ejemplar honradez y en sus atinados logros. La terna de empresas locales que pujaban por los pequeños y a veces complicados y ruinosos proyectos municipales se han visto señaladas por una necia oposición que, aún calculando el mucho daño que iba a producir, no ha reparado en medios para intentar socavar a unos ediles con un alto porcentaje de localismo y amor por el terruño malagueño. Esta oposición tenaz y equivocada, contumaz y necia en ocasiones, persistente y dañina como el caso que nos ocupa, debe haber aprendido que, si ahora la tildan de irresponsable por la calle, no les faltará razón a la ciudadanía que, aún los pocos dientes que a algunos ya lucen, han de roer un pan duro imposible.