La caló mayor ha pasado y el Mare Nostrum sigue aquí. Un optimista a toda prueba dice que la crisis es un espejismo, porque él no se ha privado de nada
Tras el estío vuelve esta columna que sigue mirando al Mare Nostrum, con la apacible tranquilidad de un mar en calma. La tempestad va soterrada bajo el oleaje, aunque sobre la superficie siga nadándose en la abundancia de los chiringuitos plagados de turistas diurnos y nocturnos. El turismo es el salvavidas de Andalucía, el único seguro, lástima que dure tan pocos meses. Claro que la refriega entre musulmanes de los países ribereños de esta mar, ha contribuido a que no pocos miles de viajantes se hayan inclinado por estas costas menos belicosas y más cachondas.
En efecto, a simple vista la masa humana se divierte, lejos de las cavilaciones alemanas y francesas por poner orden en la vieja Europa, cansada de euro y a punto de recesión. ‘¿Lo ves?, dice el optimista, aquí no pasa nada grave’. Lo dice en medio de la calle Larios, plagada de feria y vomitona. Para el optimista, ese que ve es el mundo real, no el de las Bolsas, los bonos, y el mercado inmobiliario sumido en el sueño eterno. Botellón, toros y casetas, por donde pasa ve un jolgorio interminable. Una fiesta del Mediterráneo inacabable. Un sopor de siesta, que es un valor de exportación.
Tratamos de que vea el lado oscuro de la realidad. ‘Deja, insiste, para eso está la prensa, que aburre más que un discurso de Zapatero, bueno, cuando los daba’. Se solaza mirando pasar a la riada de guiris navegantes de cruceros express. Se subraya señalando los letreros de las rebajas y con las chicas saliendo de las tiendas con dos bolsas en cada mano. Se pide una Victoria, y la saborea con la delectación de quien posee una fe inquebrantable en el presente y más aún en el futuro.
Este optimista es un sujeto a prueba de titulares alarmistas. ‘¿Pero dónde están los paraos, si aquí to el mundo está en la calle gastando parné?’ Intentamos explicarle ese 20 por ciento de economía sumergida, que no cotiza impuestos, pero nos interrumpe con un gesto de aprobación. ‘Eso, mejor, que no coticen, pero que gasten pasta’. El mundo que ve es el de la alegría de vivir al día. Pero eso es pan para hoy, hambre para mañana, le argumentamos vehemente. ‘Pues el que llegue a mañana que pase hambre, pero hoy por hoy, vamos a reventar de gusto’, agrega, marcándose un giro por bulerías.
Hay optimista de andar por la calle, como este veraniego andarín, y otros profesionales que ocupan plaza fija en palacios de gobierno. Se vendan los ojos o miran solamente la falsa realidad que ellos desearían. Han llegado al extremo de enmendar la Carta Magna, para que los serios germanos-franceses empiecen a pensar que estos europeos del sur no somos tan desconfiables. ¿Era necesario llegar tan lejos? Somos socios, pero no estamos a su nivel. España no tiene marca de coche propia, ni fabrica motores de aviones, ni posee los secretos de silicon valley, ellos sí. Y si nos descuidamos no acusan de pepinocidas. Todos los taxis de Shangai son Volkswagen, por poner un ejemplo. El tren de alta velocidad más rápido del mundo en China es de la empresa francesa Alstom. España ha empezado a exportar jamones.
Es cierto que no se puede gastar más de lo que se produce, pero primero hay que producir más, trabajar más y gastar menos. Tal vez así se creará empleo. Menos banca podrida y más transparencia. Aquí no hay que salvar a los bancos, hay que salvar a las personas. Adelgazar las administraciones públicas, desde las locales al centro, parece ser la receta, pero ¿cuándo comenzarán a aplicarla? Más sentido de Estado formal y serio y menos navajeo del voto. El enfermo está terminal, hay que abrir la espita del oxígeno.
El optimista me dice que tranquilo que parezco un indignado de esos. No, indignarse no es suficiente. De lo que se trata es de nombrar las cosas por su nombre, menos eufemismos y más precisión. Este Estado español está prisionero de los mercados internacionales y de los dictados de Bruselas. Es una lástima que una nación que fundó Europa haya llegado a esta servidumbre. El túnel sigue oscuro. Sólo estos optimistas fundamentalistas creen que sus ojos ven la luz al final, pero en realidad es una vaga ilusión.
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