En la era del hombre visual, la comprensión de lo que se lee es una herramienta en vías de extinción. La escuela básica está llamada a rescatar esa capacidad
Es urgente reelaborar la educación básica en, al menos, Andalucía, tal vez en toda la nación. Un gran porcentaje de los alumnos que ingresan en nuestras universidades son analfabetos funcionales, saben leer, pero no entienden lo que leen. Esto es especialmente grave, en carreras como la de Periodismo, donde saber leer y entender se les supone. Nuestra Comunidad Autónoma encabeza los índices de fracaso y abandono escolar en España. La cuestión es de tanta gravedad, que se acaba de anunciar un ‘plan de choque’ para ver si la enfermedad es erradicada. Ya lo dijo Víctor Hugo: “El porvenir está en manos de los maestros de escuela”.
Saber leer y escribir es una cuestión básica. Es como la libertad, no basta con obtenerla, hay que aprender a conservarla y a desarrollarla. La lectura y la escritura son herramientas fundamentales del desarrollo intelectual. Este problema no es sólo, hoy en día, de la escuela, del sistema educativo, que también, sino que se entronca en la misma sociedad, donde los canales de comunicación de los jóvenes son eminentemente visuales, y cuando necesitan la palabra escrita en un SMS crean un lenguaje propio plagado de abreviaturas, donde, por ejemplo TKM, significa ‘te quiero mucho’, su improvisación es infinita en pro del mensaje corto, directo, encriptado por y para su uso exclusivo. Pero esas apócopes evitan el camino largo de la reflexión. Y si estamos formando alumnos que no saben pensar, flaco favor hacemos al desarrollo de la libertad.
El consejero de Educación de la Junta propone a los Consejos Escolares que se duplique el horario de lectura a una hora, por tanto era, es de apenas media hora y que se preste atención a la expresión escrita y oral. Quien no puede escribir un concepto, una idea, un resumen de lo que ha leído, tampoco lo podrá hacer verbalmente. Leyendo se adquiere vocabulario, y por simple imitación se aprende a estructurar un discurso sencillo, pero correcto, entendible. Lo dijo Mario Vargas Llosa en la ceremonia del Nobel, si no hubiera leído con fruición no habría escrito nunca los textos que ha creado. No se trata de formar a premios Nobel de literatura, sólo nos conformaríamos con que entiendan lo que leen y puedan expresarlo con corrección.
A la universidad llegan los mejores, se supone, pero su estado general es lamentable, cada año desmejoran. Hablamos de los futuros periodistas, que se les presume ya una cierta vocación, un interés por las letras en general. Cuesta involucrarlos en la lectura de la prensa escrita, que es su nutriente principal. Si se les deriva a lecturas académicas, cuya compresión es básica para su formación metodológica y teórica de la comunicación, la tarea es ingente. Al no haber adquirido el hábito de la lectura en su momento escolar, el esfuerzo es titánico. La universidad no puede solventarlo. A la Academia hay que llegar sabiendo leer, escribir y hablar, más allá de la simpleza de pasar los ojos por la letra impresa.
Del homo sapiens al homo videns de Giovanni Sartori hay la inmensa distancia de un cambio de paradigma. Los medios de comunicación audiovisuales, expandidos por Internet, han impuesto una más alegre y simple manera de captar la realidad. No la verdadera, sino la fragmentaria, interesada, idealizada que tales medios difunden e imponen. Es más fácil ver que leer. Pero, viendo, la poderosa evocación de las imágenes hace que el pensamiento, la reflexión se adormezca, se obnubile, se apague. Leer significa lo contrario, despertar el pensar, acercarse a la meditación y, por consiguiente, penetrar en la realidad con mayores posibilidades de entenderla, de bregar con ella, de hacer que nos obedezca, en vez de ser una paja en el viento.
Llegamos tarde a este ‘plan de choque’. De comenzar mañana, los resultados se verán a largo plazo. Es mejor tarde que nunca, desde luego, pero como en casi todas las cosas, los políticos siempre llegan con retraso.
En una región (Andalucía) donde, desde hace ya 30 años, los sistemas públicos de selección del profesorado (y funcionariado en general) priman la mediocridad y castigan la excelencia, una y otra vez. En una región (Andalucía) donde el enchufismo en las Administraciones Públicas se ha generalizado, y hasta institucionalizado. En una región (Andalucía) donde la excelencia es castigada desde -casi- todos los frentes, empezando por los gubernamentales (algo gravísimo e, inimaginable si no fuera cierto), qué otra cosa se puede esperar, además de mediocridad, ¿Miseria e injusticia?