Las mafias de la carne sexual han invadido el espacio público de los polígonos malagueños ofertando su mercancía humana. Las mujeres no tienen la culpa
CARLOS PÉREZ ARIZA El oficio milenario de la prostitución se potencia en épocas de crisis. Las mujeres salen a la calle para ofrecer una transacción rápida y pactada, según las tarifas que le dictan sus contratistas. El burdel está abierto día y noche para rentabilizar al máximo a cerca de 400 inmigrantes que vinieron cortas de papeles, de dinero y de edad para ejercicio tan infamante. Pero si la oferta es amplia será porque hay demanda. No es un problema social y humano fácil de tratar. Sin embargo, claman por ponerle coto, multas, sanciones a quienes ejercen y a los que usan tales servicios sexuales Express.
Los asociados a los polígonos de Málaga sufren en primera persona esta situación, pues el burdel al aire libre se les ha instalado en sus propias puertas. Llevan razón en sus quejas de años, que al no ser resueltas por quienes tienen que legislar medidas coercitivas, se quieren tomar la justicia por su mano. Creemos que se equivocan, porque penalizar a estas hetairas callejeras y a los usuarios de las mismas, no resolverá el problema. ¿Qué es una multa de 750 o 3.000 euros para estos clanes de la carne fácil? La pagarían y seguirían exponiendo su mercancía en las apartadas calles de los Polígonos.
Este es un problema muy complejo, con ramificaciones culturales, sociales, económicas y delictivas, que van más allá de una simple ordenanza punitiva municipal o poligonal. Hay que tomar ejemplo de otras naciones del entorno europeo, Alemania, Holanda, donde la prostitución ha sido normalizada dentro de un marco legal que considera a las prostitutas unas trabajadoras con todos sus derechos y obligaciones: locales, sanidad y pagar impuestos. Eso ha acabado o disminuido sensiblemente con las mafias de proxenetas, cuyo norte está basado en el chantaje, las drogas ilegales, el tráfico de mujeres, muchas veces menores de edad, y un lucro fuera del control del Estado.
Nos recuerda esta situación la famosa e histórica ´prohibición´ americana a la venta y consumo de alcohol, que convirtió el beber en una arriesgada forma de estar a la moda y contribuyó a la expansión de las bandas mafiosas en todo Estados Unidos. Sólo se acabó con aquello cuando levantaron la veda alcohólica. No se va a terminar con la prostitución callejera con un decreto, sino cuando los legisladores del Congreso sancionen una ley al respecto. Mientras tanto las mafias tienen el dinero para pagar cuanta multa se les imponga.
En contra de esta corriente punitiva ha levantado su voz una antropóloga de la Universidad de Barcelona, Dolores Juliano, de paso por Málaga. Cree que no se arregla el tema con una política sancionadora y nos ha recordado que estas mujeres son explotadas, porque están en la escala más baja de las corrientes migratorias y son presas de mafias organizadas. Sancionarlas es un signo de ´prejuicios sociales´.
Los polígonos y algunas calles de la capital, aledañas a la Alameda Principal, no se van a ver ´limpias´ de ese espectáculo porque los comerciantes y vecinos salgan a cazar prostitutas y clientes. Aquí lo que hace falta es una ley que legalice y ponga orden en ese oficio tan antiguo como las sociedades.
Simone de Beauvoir (1908-1986). Célebre pensadora existencialista francesa, escribe en su obra El segundo sexo (1949): para acabar con la prostitución es necesario abolir el matrimonio.
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