Disculpen el titulazo anglófilo. Es el latín posmoderno de las RRSS. La publicidad viene ahora a punta de likes y corazoncitos. Nuevo Mundo terminal
Carlos Pérez Ariza
La publicidad siempre se ha apoyado en acumular audiencias. Los medios, a partir del siglo XX, inventaron su subsistencia en base a ese cúmulo de lectores y espectadores audiovisuales. A mayor cantidad de ellos, más costaba el anuncio. Con la expansión superlativa de las RRSS, la fórmula es la misma, solo que multiplicada exponencialmente. En la publicidad virtual, cada persona puede convertirse en un canal de ventas. Sus posturas invitan a seguirles. Cada uno influencia a miles para que compren lo que ofrecen. Eso es solo en teoría. La práctica, según recientes estudios, es muy diferente. Una persona influyente, un guía de la opinión por su credibilidad y aporte de confianza no es igual a un influencer desconocido, pero atractivo. Estos reclamos publicitarios, captados como nueva herramienta del marketing comercial, pululan por el ciberespacio. Pueden convertirse en un reclamo para las marcas, que le pagan de acuerdo al volumen de sus seguidores. Algunos se lanzan con negocios propios. No siempre funcionan bien, como veremos.
Los motores de búsqueda proporcionan a las marcas los influencers más adecuados a sus productos. Funcionan, principalmente, por Instagram, Facebook y YouTube. La cantidad de followers es fundamental. También su imagen, la calidad del mensaje visual, así como su credibilidad. Este mercado tiene preferencia por los jóvenes (18/25 años). Hay unos 20 millones de influencers en el mundo; vaya, parece un buen negocio. Dan ganas de meterse en esto. Es obtener aquel minuto de fama del que habló Andy Warhol. Basta con poner una foto o vídeo gracioso, ocurrente, atractivo, sugerente y entrar en la vorágine del like. La gloria está a la vuelta de la esquina en las RRSS. Un mercado tan extenso y en ebullición merece una clasificación por tipos y honorarios. Vamos a verlo.
Un influencer es una persona que debe reflejar credibilidad. Si aporta conocimientos novedosos sobre su especialidad, y comienza a acumular seguidores en las RRSS, puede llegar a convertirse en un prescriptor interesante para una marca. Las empresas que se arriesgan con un posible influencer necesitan datos. Los buscadores, que los recomiendan, han hecho una inicial clasificación. Están los healthy, especializados en aportar consejos, trucos para la vida sana. El elegante, cuyo estilo atrae likes. El gamer, que expone sus juegos. El cocinero, con recetas de apetito. El incansable traveler, de viajes de ensueño. Las supermamis, que ocupan un amplio universo maternal, entre otros. Los temas son tantos como la imaginación pueda soportar.
Los sueldos van según la Red utilizada. Twitter/Facebook, 80/100€ por 10.000 followers; 300€/50.000 y 3.000€/500.000. Instagram, paga mejor; hasta 150€/por foto/10.000 fans; 500€/50.000 y hasta 2.500€/500.000 o más. YouTube, aún mejor paga; por cada video: hasta 300€/10.000 followers, 10.000€/500.000. Con tales salarios se entiende que haya tantos jóvenes persiguiendo este sueño neomoderno del siglo XXI. Las tecnologías han cambiado la forma de entender el mundo. Lo único que continúa igual es que el dinero busca la mayor rentabilidad, Donde haya vendedores (influencers) y compradores (followers), hay negocio. No obstante este Paraíso no es tan color de rosas como parece.
La burbuja comercial de este macro negocio sigue en expansión. En España (2018) las diversas marcas, que pululan por las RRSS, invirtieron 35 millones/€ en apoyar campañas con influencers. 400% más que en 2017. El retorno comercial de tal aporte no tuvo el resultado previsto. No obstante, las empresas van a seguir apostando. Para este año, la inversión llegará a 100 millones/€. A pesar de que, según los estudios consultados, los seguidores de estos faros de opinión digital están cansados. De 3.000 marcas con las que pueden tener contacto cada día, solo una de cada cuatro les atrae. La empresa francesa de comunicación Havas afirma que la gente está saturada. Se expande por las RRSS una ‘enfermedad’: Branded Influencer Fatigue (BIF), cansancio de las marcas-influencers. Se han vuelto repetitivos, cansinos. No hay nada más fácil, que borrarlos del mapa digital con un clic.
Lo que fue moda se ha profesionalizado. Al saber el consumidor que el personaje se mueve, y obstinadamente te persigue, por dinero la publicidad se vuelve en su contra. La tendencia, según los expertos, es que el universo influencers está en decadencia. Se habla de otras fórmulas, de microinfluencers, muy especializados con menos seguidores, pero con alta credibilidad y más discretos. Esta posible sustitución no aclara si será más efectiva que la actual: Influencers con audiencias gigantescas. La publicidad siempre ha confiado en alcanzar audiencias millonarias. Predecir en estos mundos siempre es de alto riesgo. Las cosas cambian en segundos, la innovación es instantánea. Ya han aparecido influencers virtuales. Dibujos animados como último alarido del poder publicitario digitalizado. Lo encabeza Lil Miquela una chica virtual con 1,6 millones de followers. Los analistas lo llaman la Era del ‘Deep Fake’, lo falso parece real y lo verdadero falso. George Orwell resucita.