Este nuevo Rey, como antes su padre, es el Jefe del Estado español. Suele olvidarse ese doble cargo; aunque heredado, no es menos legítimo ni menos engorroso
Carlos Pérez Ariza
Escrito por un periodista educado en una república será necesaria una mejor letra hoy. España, rodeada de repúblicas europeas (Portugal, Francia, Italia, Grecia, Alemania), diseñó una monarquía parlamentaria muy particular. Muchos creyeron que era lo más conveniente en aquel momento español. La transición de cuatro décadas, desde un gobierno autoritario a una democracia representativa. Una nueva Ley sobre la vieja Ley. Con sus luces y sombras nos ha servido para dar calma y sosiego a esta tierra levantisca. Hoy se nos ha levantado una porción de España; Cataluña, cuya mitad reniega de sus raíces hispánicas y proclaman una república independiente del Estado español. El Rey/Jefe del Estado siempre actúa desde una protectora sombra, ejerce la prudencia y rara vez se pronuncia en público sobre cuestiones políticas. Aquí gobiernan los partidos desde las Cortes. En momentos de extrema gravedad hablan (lo hizo Juan Carlos I y ahora Felipe VI, van dos veces). Hoy estamos en uno de esos instantes. Ellos han sido el fiel de la calidad y vigencia de la Constitución y, por tanto, del sistema democrático que la sustenta. Con la ‘amenaza fantasma’ de los secesionistas catalanes, la patria está en grave peligro. El Rey ejerce de Jefe del Estado.
En el documental, ‘Yo, Juan Carlos, Rey de España’ de la historiadora francesa, Laurence Debray (emitido en Francia, pero no en España. Está en YouTube), dice el Rey que, el día antes de morir Franco, fue a visitarle en su lecho de moribundo y sólo le dio una recomendación: ‘Por encima de todo, mantenga la unidad de España’. Parece que desde que se convirtió en Rey/Jefe del Estado se ha esmerado en tal cosa. Hoy, esa unidad está en verdadero peligro. Al entregar el testigo a su hijo, Felipe VI, aquella recomendación a su padre, cobra hoy una trágica actualidad. Consciente de la necesidad imperiosa de mantener esa unidad por ‘encima de todo’, el Rey se escuda en la Constitución Española y ha entrado en el minado terreno del mensaje político.
Constitución, Estado de Derecho, dos palas que amalgaman a España. Sin ese Norte se pierde el rumbo. Son las garantías de la libertad de pensamiento y del sistema democrático. Invocar una república separada de España es saltarse todos los preceptos, que señalan ese camino a este país. El joven Rey (51), que está bien educado en tales principios, sabe de lo que habla y lo que se juega en este patio español vocinglero y en estado de bronca permanente desde hace meses. Por eso le han dado el Premio Mundial de la Paz y la Libertad en el marco del World Law Congress. Una distinción que se otorga a los altos defensores de tales valores (Winston Churchill, Nelson Mandela, René Cassin). Su discurso: https://youtu.be/SFxdFPvNUbM
La fórmula que diseñaron los constitucionalistas para alumbrar la Constitución del 78 ha podido ser otra. Una nueva república española en una Europa sostenida por Estados republicanos. Prefirieron la que tenemos. Tal vez pensaron que un Estado federal con un régimen presidencialista, iba a recordar demasiado a lo anterior. O que tener un presidente y un primer ministro, como en Francia, aquí sería impracticable. Imaginen un gobierno con un presidente del PP y un primer ministro del PSOE, una cohabitación imposible. Así, que al otorgar al Rey la jefatura del Estado resolvían ese dilema. Y acabar con la centralización, marca de la casa de la dictadura franquista, también convenía y mucho. Una España de monarquía parlamentaria ponía las cosas en su justo lugar. Eso en el marco de una distribución en Comunidades Autónomas (palabra cargada de peligros), que ha originado en la práctica una peculiar forma de federalismo asimétrico en 17 paisitos, no todos iguales en cuanto al reparto de prebendas, beneficios y obligaciones. Al mismo tiempo creció un Estado con un centralismo debilitado al delegar funciones claves, como la Educación, a los territorios autónomos. Por arreglar un descosido se abrieron otras fisuras. El comienzo del independentismo catalán y antes el vasco, ahora acechando en la sombra, está en ese sistema autonómico, que ha dado alas a asegurar que ellos no son, ni jamás han sido españoles.
Cataluña ha tenido históricamente exclusivos privilegios (eran los casi únicos beneficiarios del comercio con Cuba en el siglo XIX). Los tienen ahora, como los vascos y los navarros, en detrimento de otras CCAA, Andalucía por ejemplo. Sin contar que desgajarse de España les traería más inconvenientes que beneficios, a menos que exista una agenda oculta donde la Rusia de Vladimir Putin, los dineros árabes y chinos, y las políticas antieuropeas de turcos y otros intereses (como el insondable Georges Soros) estén al acecho de esa clase catalana tan apegada al dinero contante y sonante. Una Cataluña convertida en un paraíso para la libre circulación de inversiones sin demasiadas explicaciones.
Mientras tanto, y por ahora, tenemos al Rey, que cuando se pone en su papel de Jefe del Estado español, pone sujeto, verbo y predicado en su justo orden. No estaría de más que el pasajero gobierno de Pedro Sánchez, ya de salida (o no), apueste fuerte por la causa de la unidad de España, sin miedos, ni medias tintas y sin demoras.