Una ola de autoritarismo reductor recorre el mundo. Las dictaduras se disfrazan con máscaras democráticas. Remedos de libertad, resabios de revoluciones
Carlos Pérez Ariza
Venezuela, con su fantoche-títere Nicolás Maduro, es el ejemplo más sangrante. Un bocazas que amenaza y que solo muerde a su propio pueblo. Gobierna en base a unos poderes bajo control del ejército de ocupación cubano-castrista. Ejecuta sus órdenes al pie de letra. Si se desviara un milímetro sería sustituido desde La Habana. Se apoya en unas fuerzas armadas bolivarianas que oscurecen el honor al Libertador Simón Bolívar. Lanza a sus huestes de delincuentes, fuertemente armados, contra la población que apenas tiene fuerzas ya para protestar. El hambre y las enfermedades se han instalado en ese país, como si fueran plagas bíblicas. En realidad es la estrategia para diezmar a los venezolanos. Reparte bolsas de comida básica entre sus fieles, que sobreviven con ese bozal ideológico. La pasada semana, contra casi todo el mundo democrático, se juramentó de nuevo como presidente por seis años más, sin mediar consulta electoral legítima. Sus fieles de la Corte Suprema balbucearon su juramento. Jueces que recuerdan aquellas cortes nazis juzgando a los ‘enemigos’ del Reich. Maduro y su cohorte viven en la opulencia, mientras el entramado de la economía pública y privada está acabado. El mediador español Rodríguez Zapatero ha fracasado.
Algunos datos 2018. Pobreza: 94%. Migración: 3.300.000. Desnutrición: 3.3 millones. Producción petrolera: 1.1 millones barriles/día. Inflación: 1.698.488%. Precio del dólar: 1.739 BsS. Presos políticos: 288. Canasta básica familiar: 600$. Homicidios: 23.047. Según datos de varias fuentes solventes. Estas cifras contrastan negativamente con las anteriores al régimen bolivariano, que ha cumplido 20 años en el poder. El salario mínimo ronda los 5 dólares/mes. No es que aquella democracia, que alternó gobiernos por 40 años (socialdemocracia y democristiana), fuera perfecta. No lo fue. Estas dos décadas de bolivarianos han sido el peor desastre político, social y económico de toda la historia de Venezuela, desde su época colonial a la fecha.
Maduro se entroniza hasta 2025. Sin el apoyo explícito de la mayoría de los gobiernos regionales. De espaldas a los EEUU y la UE. Pero bien respaldado por Rusia, China, Turquía y México. No faltaron sus socios revolucionarios de Bolivia, Nicaragua, El Salvador y Cuba. Y con un guiño del Vaticano, que designó a un representante. El Banco de la ciudad santa guarda algunas cuentas privadas de los jerarcas venezolanos. El mundo antiimperialista se hizo presente, ‘al costo que sea’, proclamó este líder de los pobres de Venezuela. La OEA (19 votos a favor, 6 en contra y 8 abstenciones) ha decidido ‘no reconocer la legitimidad’ de Maduro. Esa organización panamericana y otras instancias dicen estar trabajando para recobrar una verdadera democracia en Venezuela. Los venezolanos, dentro y fuera, esperan ese milagro.
La estrategia es mantenerse en el poder a toda costa. Esta pandilla, en un plan maestro del difunto Fidel Castro, asaltó al país más rico de la América hispana. Con el objetivo de expandir su revolución de miseria y atraso a tierra firme. Una isla era poca superficie para su plan. Hugo Chávez y su ‘revolución bonita’ le salvó la vida al régimen de oprobio castrista, en pleno ‘período especial’ tras la caída de su protector, la Unión Soviética. A cambio, el gobierno cubano invadió la tierra del maná petrolero. En el trayecto se hicieron socios del narco movimiento guerrillero colombiano. Venezuela es la gran plataforma para la distribución de los millones de toneladas anuales, que van al norte de América, vía México, y a la cansada Europa, a través de África.
La Asamblea Nacional, sin poder real, arrebatado por el régimen, se debate en un marasmo de tecnicismos para deponer al ilegítimo presidente Maduro. La oposición se esperanza en un alzamiento militar, que no se espera. El control del G-2 cubano (su férrea inteligencia militar) es absoluto. Un pronunciamiento armado desde dentro parece improbable. Sin un apoyo interno, la intervención internacional humanitaria tiene un camino tortuoso y difícil de sostener ante las grandes potencias con altos intereses económicos en Venezuela, especialmente Rusia y China. El rocambolesco episodio de la detención y liberación del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó escenifica la confusión del momento.
Una de las claves de la democracia es la alternancia. En países de una potente tradición caudillista y militarista, romper tal factor es fatal. Aquí, en esta Andalucía eterna, se ha producido tal alternancia, tras casi cuatro décadas de gobiernos socialistas. No hay que alterarse tanto. Los votos ciudadanos cambian gobiernos. Siempre y cuando las elecciones sean pulcras. No sucede tal cosa en Venezuela. En España sí. CCAA regidas durante décadas por el PSOE (Extremadura, Castilla la Mancha, Valencia), fueron desalojados y ahora vuelven a gobernar. Esos gobiernos de ida y vuelta dan fe de la madurez del sistema. Lo que está sucediendo por esta tierra ancha es lo que ha marcado la nueva tendencia política de bloques. Si estos nuevos pifian, volverá el socialismo a gobernar. Es fácil de entender. Mientras tanto, América espera rescatar a Venezuela.