Han sido cuarenta años de paz y progreso como nunca había conseguido el Estado español. Todavía, esta democracia es un andamiaje en construcción
La clave puede estar en ‘todo se puede mejorar’. Ante una Unión Europea tambaleante, España se encara a una revisión de su organización administrativa. La grande crisis, que va a cumplir diez años instaladas en la sociedad europea, pasa factura. Han renacido los nacionalismos populistas al calor de Estados debilitados y malamente conformados para afrontar carencias económicas inéditas. Con temblores viejos ante nuevas formas de inmigración, de refugiados. De débiles políticas de integración. De frágiles organizaciones de defensa. El mundo bipolar, trifásico y global ha cogido a la lenta y adormilada Europa en una siesta letárgica. España no se salva del cerco generalizado. Establecida la Transición como la panacea permanente, los retos internos y los que presionan desde fuera exigen respuesta a cómo hacer que esto mejore y pronto. La democracia y su hermana la libertad no están asentadas para siempre. Sin riego la raíz se seca. La Constitución española aguarda.
En un ciclo de análisis, ‘España 40-40’, un diario nacional ha reunido a voces calificadas para expresar qué pasa por aquí. Ante el enredo catalán, que no parece se aclarará el 21 de diciembre al votar allí esa sociedad, se ha impuesto en dicho Foro la pregunta ‘qué es ser español hoy’. Según uno de sus voceros, Manuel Valls, ex primer ministro de Francia, “España no ha contestado a esa pregunta”. “Falta el relato de España”. “Hay que consolidar un nuevo patriotismo. En Francia hay un complejo de superioridad. En España, de inferioridad”, ha sostenido. Cree él que para llegar a tales definiciones, aún pesa en España el pasado de la dictadura franquista. Parece tener razón. Quien hasta estas semanas del caos catalán, enarbolaba una bandera nacional fuera de un estadio deportivo, era catalogado de fascista. La afrenta de los separatistas catalanes ha hecho el milagro de que esa enseña tenga un significado pro español sin adjetivos del pasado. Y es cierto que la denominada marca ‘España’ aún no se ha desprendido de ese marchamo de inferioridad.
La globalización ha derramado por el mundo que somos una gran comunidad humana. Y es verdad, pero la identidad nacional tiene que ser clara y fuerte si se quiere tener voz en el planeta. Para China y Rusia, la voz de la UE es débil, apenas se le escucha. Y a esos dos países, que quieren gobernar el mundo, les conviene una Europa débil. Cuando la dura y fuerte dama de hierro alemana, Frau Angela Merkel no atina a formar gobierno, Vladimir Putin se congratula y espera con paciencia rusa que su estrategia triunfe. Él suministra la energía, y deja usar las nuevas formas invasivas de las tecnologías al servicio de la contra información.
Tal mundo interconectado sin pausas, ha originado los diversos frentes nuevos a los que se enfrentan los países tradicionales, que forman esta vieja Europa unida por una burocracia lenta, ineficaz y excesivamente costosa. Se ha propagado una crisis de identidad cultural, se incorpora la mala práctica de las RRSS con sus noticias manipuladas o falsas; no paran de llegar los refugiados. No hay programas claros y eficientes de integración. Aunque no entran por igual a Rusia o Arabia Saudita. Es perentorio preguntar por qué. Parece extraviado el concepto de pertenencia a una nación. La idea general de ser europeo se diluye en este escenario. Cada vez más el euro escepticismo se encarna en nacionalismos locales. El Reino Unido, que se siente británico antes que europeo, se ha ido. No se puede aspirar a una confederación de naciones unidas, en torno a la idea europeísta, sin que tales nacionales no tengan claridad sobre lo que son.
La tónica de los discursos del referido análisis del momento español ha sobrevolado sobre la crisis de identidad. Sobre la necesidad de una España unida, fuerte en su sistema democrático, que tenga una voz potente ante la crisis europea. Para el analista venezolano Moisés Naim, es necesario la reversión de los partidos políticos a su esencia social. “España es una potencia inhibida, sin rol importante, coartada”. Entre los ya citados, han intervenido además, Alan D. Solomont, que fue embajador de EEUU en España; Beatriz Domínguez-Gil, directora de la Organización Nacional de Trasplantes o Rafael Moneo, arquitecto; entre otros. Todos han coincidido en afirmar que los españoles en general no valoran los éxitos de estos 40 años, aunque son hipercríticos con los errores cometidos. “Nadie es más duro con los españoles que los propios españoles”, han coincidido.
España es una sociedad solidaria, abierta y en libertad. Tiene destacados profesionales. Muchos de ellos jóvenes talentos que han emigrado con la crisis. El potencial educativo es una pérdida irreparable. Tal vez ahora, cuando se habla de revisar la Constitución Española de 1978, elogiada por el mundo en su momento, sea la hora de revisar antes, qué no se ha cumplido de esa ley marco y por qué. Ponerse al día antes puede ser un buen ejercicio para cambiar lo que haya que cambiar sin saltos en el vacío. Total, 40 años de democracia es casi nada aún.