China ha inventado el comunismo capitalista. Sigue fiel, desde 1949, a todo el poder para el Partido. Desde la semana pasada, Xi Jinping es el nuevo Mao
La Revolución Cultural no pudo con él. Xi Jinping es hoy el líder más poderoso de China desde los tiempos de Mao Zedong. Tras sufrir el ostracismo en la aldea Liangjiahe donde trabajó en régimen de esclavitud durante siete años, para ser reeducado, ha resurgido como el Ave Fénix y el comunista más rojo de China. Es la viva imagen del aforismo ‘lo que no me mata me hace más fuerte’. Experto en la gobernanza del sistema chino, su libro, ‘Cinco años de logros’ es un bestseller en su país. Desde su elección en 2012, Jinping definió la política a seguir: El Partido Comunista como el eje fundamental y único para dirigir a China para siempre; liderazgo exterior como gran potencia mundial y estabilidad social dentro de sus fronteras. A ello se ha dedicado con tesón. Posee un ejército millonario y modernizado. Se vende como líder mundial del cambio climático, pese a que su país es uno de los grandes contaminadores de la atmósfera. Es adalid de la globalización económica y defiende con firmeza la soberanía perdida en aguas al este y sur de China. Para garantizarse el control interno y del aparato del partido, lidera una decena de Comisiones de trabajo. Este ‘jefe de todo’, como lo apodan, ha librado una batalla contra la corrupción, que aflora en ese peculiar sistema de mercado capitalista a la china. Ha eliminado a importantes figuras que podían hacerle sombras chinescas. Asimismo, fiel a sus principios comunistas, ha incrementado el control social con una férrea censura en Internet. Invocando la seguridad nacional, vigila a los activistas sospechosos, que piden una apertura democrática, el caso del Nobel Liu Xiabo es paradigmático.
En esta peculiar dictadura del proletariado, convertida en supermercado mundial, ‘no importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato’, que dijo Deng Xiaoping. Un proverbial juicio sobre el cambio que iba a dar China al incorporar la planificación capitalista al mundo comunista. El sueño chino actual es lograr un país sin pobreza. Lo ha dicho el jefe supremo. Pero ha reafirmado su control férreo sobre más de 1.300 millones de chinos, cuyo único derecho es estar construyendo a la nueva China.
La maquinaria de propaganda enalteció al gran líder Xi Jinping como sólo saben hacerlo los chinos. Con 2.287 delegados, casi 200 miembros del Comité Central y 25 del Politburó el cónclave ha dado los acuerdos que estaban acordados. Xi abrió el Congreso. Habló tres horas y media repasando su gestión de cinco años, sin olvidar las promesas para los cinco que vendrán. Un discurso de 60 páginas interrumpido por decenas de aplausos unánimes. Se puede resumir en la ilusión que transmitió: ‘alcanzar el sueño chino del rejuvenecimiento de la nación’.
Las religiones extrañas, cristianismo o islamismo, no son bienvenidas en China. Temen que puedan contribuir a desestabilizar el sistema. El temor puede parecer excesivo, pero el control férreo de la política es marca de la casa. De los 1.370 millones de chinos, son cristianos unos 70 millones; islamistas, 23 millones. No parece que esa masa diluida en la inmensidad poblacional de China pueda soliviantar a los ya comunistas más capitalistas del planeta. Llevan siglos allí, pero son religiones extrañas. Los cristianos están desde el siglo VII, el islam se aproximó a través de la Ruta de la Seda. Existe un Corán del siglo XI, que es una reliquia guardada en la mezquita de Xunhua.
La opulencia china está en la franja costera. El interior sigue sumido en una vida, que depende del pastoreo nómada, de la agricultura de subsistencia, de bolsas de pobreza que en China aún se cuentan por millones de personas. Como todo sistema, donde el capitalismo se aplica de forma salvaje, la China de Xi, reproduce los problemas de tales sociedades. Reubicar a poblaciones como la tibetana ha originado serios problemas de desempleo, transculturización, alcoholismo. La otra cara de este hiper desarrollismo sostenido por más de cuatro décadas, es la contaminación que alcanza niveles estratosféricos. El medio ambiente está pagando un alto costo. Los dos tercios de los grandes ríos chinos están contaminados. El 20% del suelo de cultivo contiene residuos peligrosos. Sin duda, los cinco próximos años de Xi van a ser a tiempo completo.
No todo el oro chino es reluciente. El sistema de mercado abierto no ha podido eliminar aún las bolsas de pobreza. La rápida aceleración del crecimiento, que llego a un ritmo frenético promedio de un 10/12%, desestabilizó a una sociedad agrícola, que emigró a los centros de producción masiva, pero sin alcanzar ellos mismo niveles óptimos de vida. En un país donde la mano de obra es barata, y no existen sindicatos; con miles de millones dispuestos a ser parte del ‘sueño chino’, todo lo marca la feroz competencia por alcanzarlo. No obstante Xi tiene una meta para 2020: acabar con la pobreza. Es un reto en el que están empeñados desde 1978. Ya han logrado sacar de la miseria a unos 700 millones, aún les queda camino. Será un logro político de altos dividendos, pues el Partido podrá colgarse el blasón de haber logrado una China con todos sus ciudadanos en paz y bienestar. ¿Quién necesita la democracia occidental?