Este es un fenómeno antinatural. El ojo del mismo es pequeño pero sonoro. Se cierne sobre España. Para detenerlo se le acumula la legalidad vigente
El planeta está revuelto. Las catástrofes las originan fenómenos naturales, que viene más potentes que nunca antes. Huracanes con la potencia de llevarse casas volando, como en Oz. Terremotos sobre 8 en una escala de 10. Volcanes amenazantes en permanente alerta. Lluvias inesperadas o sequías milenarias, rocas espaciales que rozan el inmenso espacio sideral terrestre. Nada que los mayas no avisaran en sus códices. La ordenación estelar de la Vía Láctea, el Sol y la Tierra tenían que ver con eso, al iniciarse una nueva era, según su calendario. Eso comenzó a ocurrir desde 2012, habían avisado. No es el fin del mundo, pero se le parece. Otros, desde Asia, amenazan con bombas H. En la España peninsular, sin volcanes y con terremotos poco catastróficos, sin tsunamis a la vista, ni lluvias torrenciales, sino todo lo contrario, había que crear una alarma nacional capaz de distraer al personal. Un reality de hora punta. Un serial más periodístico que ‘Juego de Tronos’. Con audiencia planetaria, especialmente en la UE. En otro idioma regular, con subtítulos en español. Y los radicales extremos aliados con los nacionalistas de siempre, más los que escurren el bulto a la Hacienda inquisidora, se prestaron a producirlo. El escenario está servido desde comienzos del siglo XVIII. La Cataluña española no quiere seguir siéndolo, dicen los que comandan este huracán particular bilingüe.
Cerrar en falso heridas del pasado siempre trae consecuencias. Ahí está la Corea del paralelo 38. El norte ha resultado el comunismo hereditario más extremo que aún pervive. En medio de su hambruna, dedican todo el dinero a levantar cohetes atómicos. Se ríen, y en sus cortas cabezas rapadas por los laterales no entra otra cosa que la amenaza nuclear. El zar americano se divierte mientras tanto, y le dice al gordito juvenil coreano, que ‘nos vemos en la calle’. Por aquí tenemos nuestro propio show con audiencia total. Han ido escalando posiciones en el ranking español. Y tras el atentando yihadista en sus propias carnes, se envalentonaron aún más. Los vientos huracanados siempre son revueltos. Pueden arrasar a quienes los propagan. Estos aires catalanes vienen con un ingrediente novedoso. Se les han sumado, y los gobernantes de siempre se han dejado envolver, los más radicales los antisistema. Han avistado un mapa propicio por donde escarbar la división en España. Si comenzamos por Cataluña –‘aprovechemos las condiciones objetivas’, les indica el manual leninista– puede caer España entera. No lo van a tener fácil, pareciera, pero están en la pelea.
Han empezado por dar un golpe al Estado español al que pertenecen aún. No parece correcto decir que es un ‘golpe de Estado’, ya que el gobierno actual sigue en pie. Las instituciones básicas siguen mandando. Es más preciso decir que el reto, el guante, ha cruzado la cara del Estado, que es lo mismo que decir el pueblo español todo. ¿Y si llegaran a su objetivo: secesión total? No se vislumbra que vayan a detenerse. ¿Qué hará el gobierno central, será suficiente con arrojarles las leyes vigentes encima? El huracán catalán no ha perdido fuerza todavía. Se apresuran, a comienzos de octubre, con su referéndum en el bolsillo. Quieren contar tantos sí a la separación de España, que puedan conquistar su propio territorio para ellos en exclusiva. El culebrón de estos separatistas podría concluir con su exclusión de la UE y del euro. No parece importarles. Tal vez piensen que si se declaran como tierra de paraíso fiscal, puedan captar más dinero que teniendo que pagar lo poco que pagan al Estado español. ¿Será esa su secreta esperanza?
El serial catalán sigue a pie de urna electoral. La oposición ha sido barrida del Parlament, por los momentos. Las semanas que quedan van a ser una lucha a cuchillo legal. Los gobiernos democráticos españoles de todos los signos han tratado con mimo a Cataluña. Y los políticos de la estirpe Pujol se han beneficiado apoyándolos cuando han estado en minoría, para facilitar la gobernabilidad y sacar provecho al unísono. Los catalanes, especialmente su clase empresarial y dirigente, se han beneficiado como nunca antes en la historia nacional. Saben que estar unidos, mucho más aún en los tiempos convulsos del terrorismo musulmán que corren, es lo prudente. Ya tienen más autonomía que un Land alemán. Si quieren más, es cuestión de sentarse a negociarlo, con talante de demócratas europeos, no como turba nacionalista a ultranza, como separatistas ciegos, como antisistema furibundos. Ese camino les lleva a un precipicio hondo, profundo, irreversible. ¿Es tan malísimo ser español de Cataluña con su propio idioma, su cultura inmensa, su humor catalán, su economía privada potente, su mestizaje? Particularmente creo que ser ciudadano del mundo actual es un privilegio. Ser español de Andalucía, de Málaga y también venezolano de Caracas, de la América Iberoamericana, por poner un ejemplo, se le puede sumar ser catalán, aunque no se hable su idioma. ¡Visca Cataluya!