Alguien asegura que sus restos reposan en la mítica Macedonia. En las aulas universitarias se le invoca como el genio que nos enseñó a pensar
Mientras el incansable Constatino Sismanidis, escarba en Estagira, cuna del filósofo, y encuentra pistas ciertas, según asegura, de que allí está su tumba, aquí en Málaga, en una conferencia memorable, el rector de la Universidad de Málaga (UMA), José Ángel Narváez nos ha recordado que la misión primordial de la Universidad, tal como nos enseñó Aristóteles hace más de dos milenios, es enseñar a pensar la sociedad donde estamos y cómo transformarla a mejor. Ingente tarea, que no está reservada ya sólo a los filósofos, sino a todas las profesiones, especialmente a las tecnológicas, que marcan el ritmo de esta civilización 2 o 3.0. Sin reflexión no es posible un cambio a mejor. Y es un entrenamiento que debe comenzar temprano. Al llegar a la Academia, los estudiantes deberían recorrer su aprendizaje técnico con la reflexión acerca de cuál es su papel principal en su entorno. Pensar pues como un médico, como un ingeniero, como un periodista, como un economista, como un biólogo es la clave para poder aplicar, en su más profundo significado, al desarrollo social el compromiso adquirido por la educación pública. Porque formarse en una institución superior pública es adquirir una obligación clara con la sociedad que nos ha permitido tal privilegio. Aristóteles sabía de lo que hablaba cuando dejó dicho: ‘La esperanza es el sueño del hombre despierto’.
La controversia en relación a la tumba del filósofo es que si bien está documentado que nació en Estagira, Macedonia en 384 AC y murió en el exilio, perseguido por los griegos en Calcis, isla de Eubea en 322 AC a los 64 años, ¿dónde están realmente sus restos? Hay quienes han seguido la pista de sus despojos y le buscan en su pueblo natal, donde habrían sido trasladadas sus cenizas, tal como ahora asegura el arqueólogo Sismanidis. Aristóteles ha trascendido durante más de dos milenios como el fundador de la lógica, ese arte del pensar profundo sobre las cosas naturales. Inauguró el método científico. Y eso que ahora llamamos el sentido común de la interpretación de las cosas de la vida. Discípulo de Platón, permaneció en la Academia ateniense durante veinte años, fue el maestro de Alejandro Magno en la Macedonia de Filipo II, fundó el Liceo en Atenas, de donde se retiró un año antes de morir, acusado de ser un impío ante los dioses, señalamiento fácil para perseguir a quienes como él pensaban demasiado. Si sus restos, finalmente, aparecen en Estagira, su pueblo natal, sería un galardón de importancia en la celebración de los 2.400 años de su nacimiento, que se está conmemorando en Tesalónica, según ha escrito en El País, Miguel Ángel Elvira.
En esto de pensar, y hasta el Renacimiento, Aristóteles fue un faro para los desarrollos científicos. Sus estudios de zoología, por ejemplo, fueron seguidos hasta que Charles Darwin publicó sus teorías sobre la evolución de las especies. Durante el pasado siglo XX, el método aristotélico ha devenido en guía para la educación, la crítica literaria y el análisis político. Con un Aristóteles redescubierto, sería un hito que la tierra donde yacen sus últimos restos sea encontrada con certeza científica. Decía Jorge Luis Borges que apartarse de Aristóteles podía ser peligroso. Tal vez lo hemos estado demasiado tiempo. Porque insistir en que pensar es el primer paso para cambiar las cosas no es, ni mucho menos, baladí, en esta hora de alta tecnología y apresuramiento del vivir en un día a día incierto y precario. Y hay que recordar sus palabras, una vez más: ‘Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito’.
Hervé Barreau, seguramente uno de sus principales biógrafos, ha sintetizado la importancia actual de sus investigaciones. Pensamiento y lenguaje. El pensamiento lógico-matemático, que el filósofo desarrolló, obliga a establecer todo de un modo axiomático, y eso es válido en todos los campos del conocimiento, y no sólo en las ciencias puras. El pensamiento de Aristóteles es una síntesis feliz de teoría y práctica, de verdad y de vida, según afirma el historiador de la filosofía, Johannes Hirschberger. Seguramente por eso sobrevoló en la citada conferencia del rector de la UMA, que acorralar a las ciencias de las Humanidades en pos de un hiperdesarrollo de las tecnologías puede ser un signo de alejarnos de lo que Aristóteles previno. El conocimiento como un todo coherente donde encontrar que el mismo es un cúmulo, un agregado de fases que se ayudan mutuamente. El camino de la Academia de hoy no es mullido. Pero el Norte, remarcó el rector, es que debe formar a profesionales más que a oficiales mayores de sus disciplinas, porque el ejercicio profesional no puede, no debe, estar exento de la responsabilidad mayor con la sociedad a la que se sirve, por tanto la formación pasa por crear a ciudadanos responsables de su misión al incorporarse a los mercados de trabajo. La sociedad andaluza y española no espera menos de nosotros, porque como nos dejó dicho el griego-macedonio: ‘No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho’.