Nos ha metido en la era del terror. Los islamistas radicales han declarado la guerra a occidente como si las cruzadas no hubieran acabado hace diez siglos
Su Guerra Santa es una interpretación torticera de su libro sagrado. No hay un párrafo del Corán donde indique que hay que matar cristianos o a los propios musulmanes que no sean de la secta de los asesinos. A los líderes del DAESH no les gusta nada que los califiquen así. Cuando los ‘inteligentes’ servicios de inteligencia se dieron cuenta de lo que significaba esa palabra, que dicha en árabe, según su pronunciación quiere decir: ‘el que te aplasta bajo sus pies’ o ‘sembrador de discordia’, han recomendado a la prensa internacional usarla sin miramientos. A ellos les agrada que la prensa occidental, al comienzo, les calificara como Estado Islámico, que se les reconociera como un nuevo país al servicio de la expansión del Islam. DAESH les molesta porque les califica con mayor exactitud. Por eso los informativos han cambiado de EI/ISIS a DAESH.
El polvorín que han creado en el norte de Siria e Irak, tiene componentes étnicos-religiosos de larga data. Desde la muerte del profeta Mahoma los sunitas y los chiitas han estado en guerra civil. Ahora, la geopolítica de la zona se ha complicado con los habitantes de la zona: los kurdos. Enemigos al igual de DAESH y de Turquía, son casi los únicos combatientes en el terreno. Por el frente los islamistas radicales, por la espalda el ejército turco. Los kurdos no tienen memoria de paz. Y los turcos han jugado siempre a ganar dada su posición privilegiada entre oriente y occidente. Ahora han sacado dinero de una UE inerme ante la incesante llegada de millones de refugiados. Y se replantean su entrada en Europa, tras la férrea oposición de Alemania y Francia, que ahora ven al antiguo imperio otomano como el escudo territorial ante la avalancha de los que huyen del terror. Mientras tanto, el gobierno turco combate a sus enemigos históricos, los kurdos, y hace negocios con DAESH para adquirir petróleo barato.
DAESH petrolero. Es su fuente principal de financiación. Las armas y las balas cuestan dinero. Y hay que alimentar al cada vez más grande ejército que se expande dentro y fuera de su territorio ganado a Siria e Irak. Venden el barril a seis dólares, aunque el precio según condiciones puede llegar a 27 dólares. Muy por debajo del debilitado mercado internacional, que oscila alrededor de los 45 dólares/barril. DAESH ha desarrollado una importante organización para el mantenimiento de la infraestructura petrolera conquistada a Irak y Siria, incluidas refinerías, así como una red de distribución que lleva el producto a Turquía. Hay que recordar que en diciembre del pasado año, el gobierno ruso presentó pruebas que señalaban a Turquía en el negocio ilegal de compra de crudo. Turquía tiene una frontera libre con Siria para el abastecimiento de armas, comida, munición y combatientes, que entran y salen del territorio de DAESH. Los turcos barajan bien su condición de musulmanes, pero no árabes.
Según el canal de noticias RT, un saudita preso, Mohamed Ahmed les confesó que entró a Siria a través de Turquía. Los une un mismo enemigo: los kurdos, que forman parte de esta ecuación yihadista. Los reporteros de RT aseguran haber visto pasaportes de milicianos fallecidos con el sello turco. Asimismo, encontraron un libro titulado: ‘Cómo llevar a cabo una lucha perfecta contra el régimen criminal de Al Assad’, editado en Estambul. Demasiadas coincidencias para no poder pensar en las relaciones directas entre el gobierno turco y la organización DAESH. El enemigo común los ha unido en un intercambio comercial provechoso para ambas partes. Sin olvidar, que Turquía es, al mismo tiempo, miembro activo de la OTAN. Ante todo esto, la UE mira al cielo protector de un problema que los rebasa y ante cuyo ataque terrorista parece indefensa.
París, Bruselas, antes Madrid, Londres y el lejano New York. Y Bagdad y los enclaves milenarios destruidos en Siria; y Lahore en Pakistán, donde asesinan a niños y mujeres cristianos. Los hombres-bombas están entre nosotros. No vienen de Siria ni de Irak, han nacido por aquí, hablan perfectamente francés o inglés, pero fabrican explosivos yihadistas. Ninguna alerta máxima consigue detenerlos. Por negligencia, como han aceptado los buenísimos belgas o porque desbordan los controles de seguridad insuficientemente coordinados. La UE es una historia de banqueros bien avenidos, pero sin organización castrense eficiente, ni policía organizada suficientemente. Ni un FBI ni un servicio de inteligencia común.
DAESH tiene militantes dispuestos a suicidarse si hace falta. Y una idea implantada en sus cabezas, expandir el Islam verdadero, el de ellos. En el caso de España a toda la península, en el recuerdo de la epopeya omeya. Si esto no es una guerra que vamos perdiendo, se le parece mucho. El miedo se va instalando en las vidas y sacarlo va a costar largo dolor. Lamentablemente, estos hijos de la Yihad no han aprendido a tocar la guitarra, pero sí a disparar sus Kalashnikov (AK-47) contra ciudadanos indefensos. Mandar aviones F-16 no parece suficiente. Millones de refugiados musulmanes, sus hermanos de religión, pero no de ideología, inunda a una UE que no sabe cómo manejar el asunto. Un problema que estalla en la cara y no es una metáfora. Se escuchan poco las voces árabes condenando a sus hermanos criminales.