España abraza a América

8 Mar

Las grandes firmas españolas desembarcaron, desde 1993, en América Latina

El dinero no tiene ideología, sólo mira la cuenta anual de resultados. Las empresas españolas, al margen de los gobiernos de España, actúan sin pausa

Con la ola del neopopulismo en sus horas más bajas, retrocediendo en Argentina, Brasil, Bolivia y Venezuela, que se hunde en su propia salsa bolivariana, las empresas españolas no han parado de crecer, y siempre al margen de la política exterior de los últimos dos gobiernos de España. El desembarco de las empresas españolas en América Latina (AL) ha sido lento; sin prisas, pero sin pausas. Llevan algo más de 25 años tejiendo la red a punta de inversiones mil millonarias en toda la región. Han ido imponiendo el acento ‘gallego’ a base de meterse en las profundidades de las complicadas legislaciones y las correosas relaciones con sus gobernantes, no siempre propensos a mirarlos como sus hermanos de la Madre Patria. Mientras eso ha sucedido, siguen avanzando o retrocediendo, según los países; los gobiernos españoles miran a otros cielos. En este panorama, México, Brasil, Colombia, Chile y Perú se colocan a la cabeza de la presencia empresarial española. Aunque Brasil ha salido de la cabecera al haber entrado su economía en un período de inestabilidad.
La doble vía que se presumía entre España y América Latina, como un presunto de los lazos históricos, no ha funcionado bien. La política exterior española ha sido errática. Ni en lo económico, ni en lo cultural ha estado fina. Tampoco lo ha sido desde la otra orilla. Más allá de las ayudas peronistas a Franco en los cuarenta o las de éste a la Cuba fidelista de los sesenta. No ha habido una verdadera y clara actuación de la diplomacia. Desde finales del siglo pasado, los empresarios se han apropiado de ese papel. No les ha ido mal, pese a la inestabilidad de un continente, que no termina de conseguir la vía al desarrollo sostenible y vive en los vaivenes de un crecimiento estertóreo, que va del desarrollismo al socialismo salvaje; del mono producto a la economía sumergida del tráfico de drogas; de PIB creciente al cinco por ciento a la deflación; de la utopía de la riqueza bien repartida a la pobreza crónica.
El dinero entre las dos orillas tiene su historia. Desde allá se miraba a España como la gran puerta de entrada a Europa. A la par, desde aquí se asumía el papel de representación en la América iberoamericana. Tal bisagra se esgrimió en los 80 a favor de la España que aspiraba a ser socia de la CCE, como los garantes de aquel inmenso mercado casi virginal para el viejo continente. En los 90 se produjo en América Latina un proceso acelerado de privatizaciones, campo abierto a las inversiones extranjeras. Las grandes empresas españolas lo vieron claro. Desde 1993 a 2000, el 46% de las inversiones españolas en el extranjero directas (IED), fueron en AL. Se distribuyeron así: 55% adquisición de negocios, el 42% aportaciones de capital y el 3% restante para la constitución de nuevas compañías. Quedaba establecido el nuevo romance, la reconquista de la América española y portuguesa al otro lado del Atlántico.
Avanzando el siglo XXI todo cambió. El fortalecimiento del neopopulismo comenzó a mirar la conveniencia de otros socios, más ávidos, mucho más adinerados que España, léase China, Irán, que además de dinero, tenían sintonía ideológicas similares. Algunos de estos países, se alzaron como emergentes en la economía mundial, Brasil, Argentina, México. La crisis financiera sobrevolaba ya por los mercados internacionales. No obstante, la diplomacia empresarial española resistía. Entendieron que sobrevivir a la tormenta de la crisis pasaba por fortalecerse fuera de España. Y con algunos naufragios lo han conseguido arriando las velas de los políticos. Es cierto, que estos empresarios saben bien, que las manzanas no pueden estar todas en el mismo cesto. En esos años tormentosos, han invertido en otros mercados, los más cercanos como Portugal y en el europeo. En ese país fronterizo, el empresariado español ha colocado en 2015 casi 18.000 millones, y 14.886 millones en AL. Mientras que el 65% del comercio exterior español está en la UE. Eso sin dejar de mirar a EEUU, África y Asia, donde China es ya una puerta entreabierta. En AL la inversión se ha mantenido constante, pero el comercio ha ido a la baja.
Este divorcio entre las empresas internacionales españolas y sus gobiernos se ha visto alejado, en medio de la crisis que no acaba, se reproduce y extiende. Durante la última legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, seguida por la de Mariano Rajoy, la ayuda oficial al desarrollo se ha visto mermada. En 2009, esa partida era del 0,46% del PIB español, para 2015 ha caído al 0,17%. Las grandes empresas no han mirado demasiado a esas cifras gubernamentales y ha apostado por seguir invirtiendo allí, donde les dan mayores garantías. Están en Panamá construyendo el ensanche del Canal, con dimes y diretes, pero ahí siguen. Están en México, pese a la inseguridad de un país castigado por el narcotráfico más salvaje. Siguen en el Brasil de Petrobras sacudido por la corrupción de los sindicalistas en el poder. Han aguantado en Argentina cercados por la bravucona señora Kirchner, con la esperanza ahora en el nuevo gobierno. Y en Chile y en Perú. Han dejado por imposible al peculiar Nicolás Maduro, un monumento a la ineficiencia, ‘como gobernante es un buen conductor de autobuses’, dicen de él la oposición. Y en Bolivia no le han sentado bien tanta altitud indigenista. Pero el balance es positivo, si no lo fuera el dinero habría huido hace mucho.

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