Acostumbra nuestra historia a colocarnos en situaciones imposibles. Recuerden 1898. En democracia, nunca habíamos estado tan al borde del precipicio
Es verdad que la casta y tal en el pecado lleva la penitencia. Que se lo habían creído, que esto del poder era para siempre y ahora tú, mañana yo, y tiro porque me toca. Pero la gente se cansa de tanto mamoneo y sale, toma una placita, después acampa en Sol, reclama más derechos, propone guillotinar al rey de manera metafórica o no, cercan el Congreso de los Diputados, marchan por las avenidas, piden independencia por el este y por el norte. En fin un carajal del carajo. Y hemos llegado hasta aquí detenidos en el portal de La Moncloa, sin gobierno y sin horizonte que asegure uno estable. Desde La Zarzuela, un joven rey-jefe de Estado sigue perplejo la peor crisis política de esta democracia bisoña, que ha querido ser ejemplo en el mundo, y ahora le han salido asaltantes de camino por todos los flancos.
Hay unos que reviven el espíritu bolchevique cien años después. Parecen personaje de una novela de Boris Pasternak, pero sin el halo poético y sin estepas nevadas. Vienen más bien del trópico bolivariano, donde han estado cómodos y acomodados, como peones de un plan de desembarco europeo antidemocrático: desmontar el sistema desde dentro y usando sus propias herramientas, el subcomandante Pablo pone de moda su coleta. Defienden a un régimen imposible de defender. Ya hubiera gustado poder defenderlo, como una revolución democrática, como hace algunos años declaró Joaquín Sabina. Los iracundos de Podemos tienen un plan, responden a una estrategia superior, hay pruebas evidentes tanto en sus viajes a Caracas, protegidos por Miraflores, como por los dineros del oro negro venezolano e iraní, que los ha impulsado a conformar un entramado de partidos para asaltar el poder. Han ido rápido, y para esa velocidad de crucero se necesita pasta.
Están otros que se vienen alejando de los postulados de la socialdemocracia y juegan con fuego para alcanzar un poder, que puede ser efímero y fatal. Desde la renuncia de los popes del socialismo español, que en los setenta se despojaron de la hoz y el martillo para parecerse a los alemanes, a estos nuevos líderes redentores de ahora, que miran desde su juventud a aquel pasado, se les olvida el compromiso que fijaron aquellos veteranos: construir un PSOE con vocación de gobernar a un Estado nuevo, a una España oscura que había gritado libertad. Qué les hace cambiar el rumbo, ¿sólo la atracción del sillón presidencial? Es difícil de creer que sea sólo eso. ¿Cómo un dirigente, que se sienta con los jerarcas mundiales en el exclusivo Club Bilderberg puede convertirse en socio de la extrema izquierda incendiaria española? Tiene a su partido, que ha gobernado a España en dos períodos, roto, dividido, pero él sigue en su hoja de ruta personal. Está poniendo en peligro la unidad del país y la historia tarda, pero cobra esas facturas.
El otro, ¡ay el otro! Recuerda mucho a Winston Churchil –guardando las distancias–, que ganó la guerra mundial y perdió las elecciones. Este que le ha tocado lo del rescate bancario, pero que no se llama rescate, sino recuperación del sistema financiero español; bueno vale, que ha bajado el desempleo crónico a base de ‘fastjobs’, que le ha metido mano, one more time, a la Ley de Educación, sin resolver nada de fondo, que le han descubierto a un gerente, jefe de los pícaros del enclave Génova-Madrid, que repartía sobres con dinero negro, con las sobras de la financiación más que irregular de su PP. A este presidente se le ha detenido el reloj en esos pulsos gallegos, que acostumbra de plasma en plasma. Por tanto marcar los segundos, le vienen marcando los minutos de su investidura más que imposible. Por tanto escaquearse se le va por el desagüe de la Moncloa todo su plan reformista. Las urnas le han castigado y aunque haya sido el más votado, se le diluye el poder.
Y ahora qué. Un Congreso de los Diputados ingobernable, aunque va a tener más poder que el propio Ejecutivo que logren aceptar. Ahora vienen bebés que se amamantan de su madre-diputada. Señorías con los cabellos de rasta, o con la insigne coleta del comisario mayor de Podemos. Extravagantes independentistas que cerrarían ese Congreso para aposentarse en el suyo propio ya en el extranjero anti-español. El espectáculo acaba de empezar, están en el ensayo general, la función de estreno de estas Cortes va a ser histórica, porque nadie tiene mayoría suficiente para formar gobierno, y las alianzas y pactos puntuales para repartir los sillones ejecutivos van a ser una pelea sin piedad.
Nunca España ha estado tan al borde de una caída al vacío. Un gobierno de exigencias extremas se va a encontrar con la dura realidad de Bruselas, del FMI, del Banco Europeo y del entramado financiero global. Recuerden Grecia, un volcán que fue apagado en dos meses. Los ciudadanos no quieren sobresaltos. Se han acostumbrado a este Estado del bienestar en precario, pero fiable. Un cambio radical no parece convencer ni convenir a nadie, sino a los exaltados separatistas o a esta nueva casta de ideólogos de aulas universitarias. No estamos solos en el mundo, sino que éste habita aquí. Pensar local y actuar global es una idea a la que hay que responder con la seriedad del compromiso social para que esto avance en igualdad, libertad y prosperidad.
Inquietante, extraña y dura la actual situación en España