Por aquí, en nuestros líos cotidianos. Limasa se apresta a la pelea final del año. Los vecinos del Metro todos a una con el alcalde. La Cónsula enciende los fogones. Las luces navideñas están por alumbrar. Cataluña en el corazón
Lo que ocurre cerca es más noticia. Están los paralelismos. El gran atasco de Madrid por la contaminación y el de Málaga por las obras del Metro. Hasta que la gravedad de los hechos es tan grande que aunque estén a miles de kilómetros de Málaga, los diarios abren con la sangre de nuestros hermanos europeos de París. Es la guerra con el Islam más radical, que comenzó el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, se complicó con la decisión de los líderes de entonces, creyendo que acabando con dictadores amanecería la democracia. Y lo que sucedió es que las rencillas milenarias entre chiitas y sunitas se recrudecieron, hasta el día de hoy. No es una guerra convencional. Asimétrica la llaman los estrategas de las trincheras. La cadena de atentados ya ha ensangrentado las calles europeas de Madrid, Londres y de nuevo París. La guerra parece lejana en los poblados polvorientos de Siria e Irak, donde se atrincheran los kurdos solos. Sólo nos los recuerdan los titulares, cuando dan nota de los cientos de miles de refugiados que cruzan las fronteras europeas insensibles a esa marea humana con las mochilas repletas de tragedia. Cuando las explosiones y las balas estallan en París, la conmoción nos recuerda que la guerra es total. La fraternité huele a pólvora y sangre.
La primera alerta de la masacre parisina es la precisión y necesaria logística del ataque sincronizado. Es el clásico asalto perpetrado por los más radicales, que se inmolan con sus chalecos de explosivos. No parece suficiente el blindaje de espionaje, controles, infiltrados en contraespionaje. No hay suficientes 007, para detectar a estos militantes de la guerra santa contra occidente. ¿O falló la inteligencia francesa? No es fácil, nadie dice que lo sea, con dos millones de musulmanes sueltos en París y un 20 por ciento de la población francesa rezando y siendo adoctrinada en las mezquitas. La ventaja de la colaboración está de su lado. Estos no eran ‘lobos solitarios’, sino una célula bien organizada y mejor dotada de armamento. Los cómplices internos se les suponen a simple vista. El objetivo no es solamente implantar el Estado Islámico radical en los territorios conquistados a dos gobiernos débiles y acorralados como son los de Siria e Irak, sino atacar el corazón de satán que es Europa. Es la hora de ser fuertes y acoplar en una sola voz la firmeza de la defensa y del ataque, como ha dicho Hollande. Y eso es acabar con la raíz del problema que está en el Cercano Oriente. No es tarea sencilla ni fácil, y coge a la UE en horas bajas de su economía, porque como todas las empresas complicadas, esta también cuesta dinero. El horizonte no está despejado ni mucho menos.
Hoy, con este mundo más globalizado que nunca, el estornudo de un yihadista con el cuchillo en la mano se escucha en todo occidente. Esta situación es también una guerra mediática digital, con ejecuciones sumarias y fulminantes transmitidas en directo y al instante por el ciberespacio paralelo al real, que usa las redes de Internet, como su nombre lo indica. La daga ejecutora viene a ser un símbolo de que no necesitan más arma que esa para cumplir el mandato de Alá, según dicen ellos mismo. ¿Puede haber un dios asesino? No está ese dios en los textos sagrados de las tres religiones del Libro. La interpretación, por tanto, es política. No puede haber ninguna guerra que sea santa, incluidas aquellas lejanas Cruzadas, pero las ha habido y las hay ahora.
Dentro del mundo musulmán no todos son yihadista, pero ciertos países árabes miran a La Meca cuando occidente les reclama posicionarse. Estos atentados de París del viernes pasado han regulado directamente la reunión del G-20 celebrada en Turquía el domingo 15. Están íntimamente vinculados al grave problema de los refugiados, que son millones de personas. Y a los posibles militantes de esta guerra santa, que, siendo europeos, van y vienen en pos de participar en acabar con la civilización, que ellos llaman satánica. El problema es más complicado de lo que puede parecer, más allá de los terribles sucesos de París. La UE y EEUU tienen la obligación de la defensa del sistema de vida democrática, si no quiere ver destruida a cañonazos Notre Dame o el Vaticano, como cayeron las torres gemelas, aquel símbolo del capitalismo occidental. Esta es una guerra atemporal. Ellos, piensan que las Cruzadas no han acabado y han esperado diez siglos para soñar en recuperar Al-Andaluz.
Por aquí seguimos atareados en llegar acuerdos sobre Cataluña; si el Metro va soterrado o por superficie y que los vecinos queden contentos, que votan siempre; si los trabajadores de Limasa son hereditarios; si le pagan, por fin, a La Cónsula o si las luces de la Navidad malagueña las pondrán de nuevo la empresa de siempre o si, finalmente, la oposición municipal (esos 18 ediles sin piedad) paralizarán al gobierno local del alcalde de Málaga. La vida vista de cerca también mancha.