Dar asilo a refugiados de la barbarie es un clamor europeo. Los líderes se preocupan ahora. Cientos de miles corren en busca de un presente que se les ha escapado de las manos
Tuvo que morir un pequeño de tres años, ahogado en este mar de la felicidad y la libertad, que los romanos bautizaron como ‘Mare Nostrum’, para que un clamor se convirtiera en grito social europeo. La foto dio la voz de alarma. Si no hubiera habido foto, los jefes de esta UE, defensora de los derechos humanos, aún estarían tomando el té con leche de las cinco pm. Casi siempre, la prensa sirve para algo. El drama lleva unos tres años gestándose, los orígenes se remontan a la más torpe intervención militar de los ‘aliados’ occidentales en Afganistán e Irak, desde VietNam. Encendido el avispero, la consecuencias explotan en Palmira y en el éxodo desde Siria, principalmente, donde una guerra civil ha degenerado en un Estado Islámico paralelo, que ocupa casi el 50 por ciento de esos dos países. La población civil, como es usual, sufre la mayor parte de las bajas: o mueren en el sitio o escapan con lo puesto hacia Europa, ese espejismo de calidad de vida.
Desde la más extrema izquierda española, que ahora gobierna en algunos ayuntamientos señeros, se ha enarbolado la bandera que llaman ciudades-refugio. La muy solidaria Málaga, no termina de aclararse. Algunos municipios de la provincia malagueña han respondido sí. Siempre el cariz político. Este caso no es diferente. El alcalde de la ciudad que no peca de imprudente y siempre es precavido. Dice que hay que esperar a ver cómo se instrumenta esa solidaridad, que acoger a miles de personas tiene un coste y que se debe esperar a ver qué decide el gobierno central y las autoridades de la UE. No escapa a los observadores de la realidad real, que esto de las ciudades-refugios parte de esas alcaldesas rojas intensas. No obstante, desde la otra orilla de su propio partido, el líder de la Diputación de Málaga, apremia a los ayuntamientos para que instrumenten tal solidaridad, haciéndose eco de los municipios, que ya claman por recibir refugiados. Por lo pronto, Elías Bendodo ha puesto sobre la mesa unos 300.000 euros para ayudas a inmigrantes y la sede del Centro Cívico (un nombre muy apropiado al momento), para que acoja a refugiados de manera inminente. Ya lo fue cuando la crisis de los bosnios. El drama actual no tiene espera.
Alemania acoge ya a cientos de miles de sirios, familias enteras comienzan a llegar a Múnich y a Berlín. La sociedad alemana ha aprendido lo que significa solidaridad, tras cumplirse 70 años del fin de la mayor tragedia europea del siglo XX. Esa presión social recorre a Europa. España espera unos 15.000 refugiados. El gobierno central y la oposición cierran filas. No hay medias tintas ni regateo político posible. Aunque el asunto no es tarea fácil. En Turquía ya hay unos dos millones de huidos del macabro escenario sirio-iraquí. Recoger a esas personas con unas garantías mínimas de salud, trabajo, educación y techo no sólo cuesta dinero, sino que implica una organización eficaz. Los ojos llenos de lágrima solidarias no basta.
Otra faceta, que recorre algunos comentarios en las redes sociales, es que parece llamativo que ninguno de los países musulmanes prósperos, como son Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Kuwait, Brunei, Dubái o Qatar, no hayan expresado su intención de acoger y asilar a estos hermanos de religión. Desde luego, no es el mejor momento para que la UE acoja a estos refugiados con garantías mínimas de bienestar. La presión migratoria es un fenómeno que está caracterizando al mundo del siglo XXI. Y no va a cesar. Las reacciones anti-extranjeros se comienzan a asomar con las antorchas en la mano, y en la misma Alemania. O en la política de las alambradas del conservador gobierno de Hungría. Los problemas que dejaron los países colonialistas europeos en el Cercano Oriente y en África, tras las guerras mundiales del siglo XX, revierte ahora en estas masivas olas migratorias que pasan la factura a la boyante Europa.
La mano tendida, que ahora pregonan los gobiernos europeos, la han dado primero las organizaciones sociales, adelantadas a la lenta y paquidérmica burocracia de Bruselas. Las Corporaciones locales las primeras. Gustaría mucho que el Ayuntamiento de Málaga no titubee y arrime el hombro. Ya el presidente del Ejecutivo español, Mariano Rajoy ha dicho que se ponen manos a la obra. Ya vendrán los recursos, pero hay que preparar el plan de choque local, que significa acoger a personas, que comen tres veces al día, que necesitan atención sanitaria, de niños y jóvenes a escolarizar, de hombres y mujeres que necesitan trabajar. Techo, comida, educación y salud, es lo mínimo para quienes han dejado su vida en suspenso. Estos nuevos vecinos, en su mayoría musulmanes, tienen que aprender el idioma y las reglas de convivencia en una sociedad tan distinta a la suya. Y los que acogen, entender que dejarles sitio es un acto que nos dignifica como seres humanos. Verlos como adversarios, que llegan a quitarnos el trabajo, sería introducir una bomba de tiempo en esta sociedad, que viene aguantando la crisis sin chistar.