De aquella barriada al orgulloso emporio turístico actual de Pedro Fernández Montes, median 17 millones de euros que debe pagar a la ciudad de Málaga
Ahora, el ya antiguo alcalde de Torremolinos, población litoral al lado de Málaga, tan cerca que fue uno de sus barrios costeros de pescadores a sólo 13 kilómetros, y donde comenzó a crearse la leyenda de la Costa del Sol andaluza, quiso segregarse en 1988 y de ese período adeuda a la capital malagueña 17 millones de euros por diversos servicios, que le fueron prestado a su población, mientras se ponía en pie como municipio autónomo. Con unos 70.000 habitantes en una superficie de 20 kilómetros cuadrados, su alcalde, Fernández Montes (1995 a la fecha, 20 años en el sillón) se aplica en prolongar el pago de esa deuda y pide 25 años para saldarla, en la confianza de que cuando ese plazo concluya ya él no siga allí como primer edil eterno. Lo curioso de este largo pleito judicial es que la pelea se ha casado entre dos viejos conocidos del mismo partido: Fernádez/de la Torre. Duro de roer, el de Torremolinos ha declarado, sin temblor en la voz, que la reciente sentencia del TSJA es ‘injusta y una ignominia’ y anuncia que las puertas de la justicia aún no se han cerrado, aunque no ha aclarado a cuál tocará. El pleito suma ocho años de pugilato entre dos colegas populares. Las apuestas dan ganador al de Málaga.
Este Ayuntamiento costero puede ser el ejemplo de los 8.115 pedazos en que se divide el gobierno municipal en España. Hay un proyecto de adelgazar estos más de ocho mil departamentos ciudadanos, pero no parece que prosperará, el encaje de bolillos partidista no parece estar por la labor. Actualmente, Torremolinos mantiene un parlamento local de 25 concejales. Se podría pensar que son demasiados para esa población de 70.000 personas, si Málaga capital tiene 31 ediles (sólo 6 más) para unos 600.000 habitantes. Si la segregación no hubiera prosperado, Torremolinos seguiría siendo un distrito más, pequeño por cierto, de Málaga; si sabemos que Carretera de Cádiz, el distrito más poblado de la ciudad, alcanza unos 200.000 ciudadanos. Esa deuda no existiría y el largo gasto de mantener la burocracia política de Torremolinos tampoco, pero la historia es como es y no se puede cambiar el pasado, como sí lo hacen en la nueva serie de TVE, ‘El Ministerio del Tiempo’, curioso e imaginativo argumento en un país tan escaso de imaginación.
Fernández Montes está indignado, pero debe pagar 17 millones, según le señala el tribunal. Pide 25 años, como si fuera un piso a cancelar en largas cuotas de un préstamo hipotecario, que casi ningún banco da hoy. Habría que calcular los intereses de ese largo período. Hay que recordar que esa deuda se ha casi duplicado por los intereses acumulados en estos ocho años de pleitos judiciales. Fernández Montes ha jugado con la carta de endilgar la factura a Málaga, el deudor convertido en acreedor. El viejo regidor de Torremolinos se ha encontrado con la horma de su zapato en de la Torre, un duro negociador donde los haya. Una especie de alcalde-rottweiler, que donde muerde no suelta a su presa con la paciencia que dan tantos años de pugilato incesante con los sabuesos de la Junta de Andalucía.
Una de las salidas a este más que improbable pago en metálico por parte de Fernández Montes, sería traspasar terrenos de Torremolinos a Málaga, como parte del capital adeudado. Las inmediaciones del río Guadalhorce u otros espacios colindantes, donde la ciudad de Málaga pudiera compensar su falta de territorio hacia el oeste del litoral. Esa solución sería como desagregar, un tanto, aquella segregación, que tal vez no había tenido que suceder. Claro, que el veterano alcalde de Torremolinos, muy fan de la ópera y el bel canto, no contempla ceder un metro cuadro de ‘su’ municipio, no dará ese do de pecho, aunque habrá que esperar al nuevo escenario municipal, tras las elecciones de mayo.
Torremolinos, aquel barrio de pescadores que se colocó en el mapa del incipiente turismo de los años cincuenta del pasado siglo, donde correteaban las blondas nórdicas en bikinis, aún discretos, pero desconocidos en aquellas playas españolas (doy fe: la primera mujer en bikini que vi en mi vida fue en aquellas playas), deviene ahora a rememorar sus viejas glorias turísticas con la remodelación y puesta al día de su hotel más emblemático: el Pez Espada. No tiene nada que ver con la deuda municipal, pero surge en estos días como parábola de un territorio en pleito por un aprieto. La movida turística es ya otra cosa, se ha desarrollado el marketing mundial, y los aviones vuelan desde casi cualquier ciudad del norte de Europa en directo a Málaga. Pero en aquellos tiempos ese hotel, por el que pocos apostaban, se convirtió en un reclamo internacional, y en los sesenta cobijó en sus sábanas a tanto famosos, que la historia del boom de la Costa del Sol lo tiene como referencia ineludible. Estaba en Málaga hasta 1988, ahora en Torremolinos. La segregación ha costado un pico, que ahora Fernández Montes va a tener que pagar con dinero o con terrenos, a lo mejor el Pez Espada vuelve a la ciudad, ¿o nunca dejó de estar aquí?