En busca del tiempo perdido no es una metáfora de Marcel Proust. Viene a ser el laberinto innecesario de un alcalde que extravió la senda municipal
El Senado, un foro territorial que parece un cementerio de elefantes caducados, no le ha sentado bien al alcalde de Málaga. En un país habituado a que los ‘jefes’ tengan uno, dos y tres cargos al tiempo, este caballero del siglo XX cayó en esa tentación con la excusa de acelerar, con su retórica, una ley que organice mejor a los municipios españoles. Mientras tanto, con el ir y venir a Madrid, su equipo de concejales de Málaga se relajaban sin el ojo vigilante de un líder poco hábil en delegar realmente. Con el peor equipo de toda su carrera edilicia y con un horizonte electoral en caída libre, Francisco de la Torre ha tenido que tomar la decisión de dejar el Senado para ocuparse de poner orden en casa. Ahora está en busca del voto perdido (su propio sondeo le dice que perdería 3 concejales –de 19 a 16–, que significa una mayoría mínima) y le acaba de apretar las tuercas a los ediles delegados de los once distritos de la capital, que patean poco la calle y viven refugiados en despachos calientes o fresquitos, según la temporada.
Las municipales son elecciones que se ganan o pierden en los callejones de los barrios. La gente es lenta en reconocer a quien les gobierna y eso de las redes sociales, que ayudan, no sustituye aún a fondo el cara a cara, la mano que toca otra mano, el abrazo, los besos, las palabras en mensajes sonoros directos. En estos tres años, el equipo de la Torre ha perdido el sprint que había cogido en los últimos tiempos, donde las mayorías absolutas con 19, 17 y 19 concejales han avalado a un PP local pletórico, aunque con un primer edil poco dado a confiar de verdad en sus equipos. Tal vez por eso, y otras variables, va perdiendo terreno en esta ciudad.
Los ayuntamientos, que viven de las contribuciones de los ciudadanos simples o de las empresas, están caminando por un campo minado debido a la crisis. Cualquier aumento de impuestos, produce un rechazo furioso. Así fue con el tarifazo del agua, una mala decisión técnica, que el alcalde tuvo que corregir sobre la marcha a ras de las protestas ciudadanas y, claro está, de los partidos y organizaciones de la oposición. ¿Qué esperaba? Ha habido otros, IBI, SARE, sin olvidar la permanente espada que pende sobre su cabeza desde la empresa LIMASA, una de las peores gestionadas desde este Ayuntamiento.
Es cierto que esta, como otras, no es una ciudad fácil de gobernar, reflejo tal vez del país, que también tiene sus dificultades, pero hay prioridades que se marcan o resaltan en un escenario cambiante. Crisis mediante, la ciudad no parece necesitar museos tanto o más que políticas de rescate social más audaces. Anclado en aquel objetivo pésimamente manejado y de ingrato resultado, la aspiración a ser capital cultural de Europa en 2016, una meta que no se obtuvo, el alcalde se ha quedado detenido en aquella hora, donde abrir museos parecía una acción acorde con tal ambición. Desde la atalaya senatorial ha seguido buscando museos, una actividad que le ha convertido en una especie nueva de concejal: Un alcalde de museo. Acción igualmente fracasada hasta ahora mismo. Se espera una franquicia del Pompidou, otra de uno ruso, pero nada en concreto todavía, sin hablar del coste anual de tales pinacotecas. Los barrios malagueños no se enteran de eso, y no lo hacen porque sus necesidades inmediatas no pasan por ir a museos, donde hay que pagar por entrar. Hasta los cines han tenido que dar entradas baratas para recuperar a una audiencia, que no le sobra un euro para la cultura.
Mientras el senador ocupaba su curul, Málaga se le iba de las manos. De una ciudad que controlaba políticamente, a una levantisca. De una oposición derrotada a una refrescada por los resultados de las europeas, que no se trasladan directamente, pero indican caminos de recuperación. Así, ha hecho dos cosas: una bronca de pater familia cabreado a sus ediles y dimitir a la toga senatorial, que tanto lustre daba en la antigua Grecia y Roma. Son dos actos en pro de la recuperación de ese tiempo perdido en el Senado español, que bien habría podido invertir en su ciudad en tiempos de malestar y desazón.
El PP malagueño sabe que sin su Paco de la Torre podría, seguramente, perder una de las auténticas joyas de la corona municipal. Su apuesta es clara por el caballo ganador de estas tres últimas legislaturas, aunque saben y se preguntan si el viejo triunfador podrá sostener el galope tendido que requiere esta su última carrera para llegar ganador, una vez más, a la meta y seguir sentado en el sillón de mando del Consistorio hasta 2019 cuando cumpla 76 años.