Happy

1 Abr

La leyenda del lujo a rabiar dejó a paso al pozo de la corrupción, pero ahora son felices

Vivir en Marbella otorga la felicidad, parece ser el leitmotiv del video que promociona a la joya del jet-set de la Costa del Sol. Aunque la cosa de esa costa es más compleja

Esta sociedad del espectáculo está instalada en la felicidad plena. ‘La felicidad, ja, ja’ (1974) del peruano Alfredo Bryce Echenique, trasunto de aquella canción del argentino Palito Ortega, cuyo estribillo decía eso mismo o ‘Don’t worry be happy’, de Bobby McFerrin, otra melodía bailonga que apostaba por ser feliz pase lo que pase. En este video, a la mayor gloria de la Marbella feliz, tanto niños como jóvenes, los de mediana edad, viejos, caras famosas o no, y sin que falte la alcaldesa, Ángeles Muñoz (PP), todos bailan al son de ‘Happy’ de Pharrell Williams. Un mar de la felicidad, donde al son pegajoso y el estimulante baile por calles, playas, puerto, tiendas y el paisaje urbano se invita a bailar y olvidar la pesadilla de la corrupción, que acabó con el glamur y el barniz aristocrático de una villa de pescadores convertida en uno de los enclaves Mediterráneos del gran lujo escenificado en su Puerto Banús. La felicidad ha vuelto para quedarse.
Viene al caso los lugares comunes más comunes: al buen tiempo buena cara; si no lo puedes arreglar para qué te vas a preocupar; etcétera. La gente lo que quiere es instalarse en la felicidad y no en la amargura, claro está. Como aquellos personajes de Bryce, la nostalgia de los buenos tiempos marbellíes se impone en la memoria como algo más que un recuerdo grato, sino como una ansiedad por perpetuarlos. Según el narrador eso es un mal incurable: queremos rememorar los buenos tiempos que ahora se han escapado con la cuenta de resultados en números rojos. Pero, ¿habrá que recordar el espejismo que creó aquel mago inmobiliario, llamado Gil y Gil?
Una pequeña ciudad de la costa mediterránea, que se hizo un lugar en el mapa mundial de la noche loca y de los yates de lujo. Allí, en los noventa entró a saco un ‘salvador’, un recuperador del brillo perdido, un tal y tal, llamado Jesús Gil y Gil, que sabía un taco de trajines inmobiliarios y de la pasta rápida, del desarrollismo tardío, que encandiló a muchas viejas glorias, incluido el agente de su Majestad con licencia para matar, Bond, James Bond; que encarnó como nadie después, Sean Connery, ahora instalado en el Caribe protector. Desde marzo de 2006, la cadena de implicados en el bautizado caso ‘Malaya’, han ido cayendo en las garras de una macro investigación, que aún sigue su curso. Van 29 imputados directos detenidos, decenas de implicados y la incautación de bienes diversos (desde caballos pura sangre a pinturas originales) por valor de 2.600 millones de euros, una suma más que escandalosa si recordamos que todo se hizo en un Ayuntamiento de una pequeña población de 136.322 habitantes (censo de 2010) y un extensión territorial municipal de 117 kilómetros cuadrados. Gil sabía del tema.
Sería prolijo en esta breve columna repasar el caso, que ya lleva tres fases y ramificaciones más allá de la propia Marbella, y dio la alerta sobre la corrupción instalada, desarrollada y ampliada desde pequeños y medianos municipios de toda España. Concejales, empresarios, constructores, una amplia panoplia de aprovechados a la sombra de la Marbella del derroche, del lujo y las madrugadas desenfrenadas. De aquella lujuria queda ahora una ciudad desarbolada, que tras ser intervenida, transita el sendero tortuoso, lento y escabroso de la recuperación. Con este video de la felicidad a través del baile, parece proponerse volver al esplendor de aquellos años de las décadas prodigiosas. Sin embargo, el dinero ese que dicen que no hace la felicidad, pero cómo ayuda, no acaba de llegar a este municipio esquilmado por la banda que dirigió, organizó y usufructuó el denominado ‘cerebro’ de la estafa: Juan Antonio Roca, quien pronto veremos salir camino de algún paraíso mejor aún que la Marbella que saqueó.
Lo cierto es que esta Costa del Sol tiene un imán. No es Cannes, no es el principado Monegasco, no es un paradisíaco paraje de las Maldivas, ni del Caribe, pero atrae como si lo fuera. Vuelve a ser un sitio ‘cool’. Lo vino a recolocar en el mapa mundial, la señora Obama con sus hijas, cuando se pasó unas días veraniegos en Villa Padierna, con la prensa del corazón en éxtasis. Pero metro más o menos, tienen residencias allí José María Aznar, una choza de 2 millones de euros. Ignacio González, de Madrid a su ático de Estepona, vecino de Marbella. Pero el lugar no discrimina colores políticos. Allí se alojan en el dolce far niente, destacados socialistas como José Bono o Javier Rojo y Txiqui Benegas y Ramón Jaurégui. El imán atrae a deportistas, Manolo Santana, Martín Vázquez, Javier Clemente o Fabio Capello, sin olvidar a la estrella de la canción, Julio Iglesias, tan afecto a Miami y Marbella. Si estos personajes comentan en Madrid que tienen techo en la Costa del Sol, sus amigos de la cúpula española no pueden ser menos. Es bueno para la zona, que como Marbella, sobre todo, necesita recuperar la felicidad, ja, ja.

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