Nunca, como ahora, la famosa objetividad ha estado tan desprestigiada. Ni la información tan sesgada a diestra y siniestra. La interpretación es tan libre que hiede
Carlos Pérez Ariza
Se observa en el diarismo de andar por esta casa española. Se ha hecho más que evidente en el caso Venezuela. Ante el drama venezolano, se ha hecho patente qué medios apoyan al régimen dictatorial y cuáles se han alineado con el presidente parlamentario, Juan Guaidó, y los países que apuestan por la apertura hacia un gobierno libremente elegido y realmente democrático. También los tibios de corazón, que esperan a ver cómo avanzan aquello. El gobierno español da una pausa de ocho días, en sintonía con la UE, para que Maduro convoque elecciones. Si está, y sigue en el poder, tras unas elecciones fraudulentas –que nadie en el mundo reconoció, excepto sus gobiernos ‘amigos’– es una falsa esperanza creer que ahora lo hará sin asomo de fraude. Con tahúres no se puede uno sentar a jugar póker. Es cierto que la diplomacia debe ser cauta. La UE, además, es lenta y lerda. Dicen que deben abrir la mesa del diálogo para evitar males mayores. Ya dirigió esas conversaciones Zapatero y le hizo el juego al régimen, que ganó tiempo y se atornilló aún más en el poder. Lo que se juega en Venezuela no es solo acabar con un régimen que desprecia la libertad democrática. Es mucho más complejo que solo eso.
El régimen que se ha instalado en Venezuela desde hace veinte años no es una dictadura al uso. Es un país intervenido por fuerzas militares y con una economía de extracción al servicio de países extranjeros y, desde luego, del bolsillo de la camarilla chavista, principalmente militar. El generalato venezolano, que en estos días levantó sus bastones de mando, no sólo tienen el control castrense, sino de todas las empresas del Estado, que son la casi totalidad de lo que queda en pie: Petróleo, gas, minería. Pero especialmente son los ‘capos’ del tráfico de drogas, desde el sur continental, hacia México/EEUU y Europa, vía África. Este narco-estado chavista, asaltó el poder en Venezuela para realizar la expansión de la revolución marxista-castrista en Iberoamérica. El Foro de San Paulo, fue la sede de tan ansiada idea. Ahora, parecen estar llegando al comienzo del fin. Todo está documentado por las autoridades estadounidenses, canadienses, europeas y del llamado grupo de Lima. Por estos días, el Foro Penal venezolano certifica 500 encarcelados y unos 26 asesinados en las calles del país.
Hay, al menos, unos 22.000 cubanos incrustados en la administración del Estado, especialmente en la inteligencia militar, en el control de documentos de identidad (Poder Electoral) y en una sanidad pública de muy cuestionada calidad. En realidad, Maduro es un agente al servicio de Cuba. Cumple órdenes a rajatabla. En las zonas aledañas del sureste del país, en el llamado ‘Arco Minero’ (oro, uranio, hierro), campan a sus anchas guerrilleros de las FARC y el ELN colombianos. En la región oriental venezolana, se entrenan militantes de Hezbolá. Además, el régimen posee una fuerza paramilitar con armamento de guerra, cuyo botín es producto de atracos y asesinatos de toda índole (25.000 en 2018); tanto por encargo político, como de la acción del hampa común. Por tanto, esto es mucho más que una dictadura. Es un plan siniestro, que entronca con las fuerzas anticapitalistas y enemigas del mundo occidental y de la democracia. Con la dictadura más antigua de América, Cuba; con la aún fuerte y longeva guerrilla colombiana y con la amenaza mundial del yihadismo.
Por tanto, derrocar al régimen chavista y sus socios no es solo para salvar al pueblo venezolano, que desde luego es de urgente necesidad, sino también para acabar con una conspiración mundial de desestabilización del mundo occidental. Llegados aquí, no se puede esperar que quienes no creen en la democracia vayan a facilitar unas elecciones limpias. Ni que sentarse de nuevo a dialogar sirva de algo. La propuesta del nuevo presidente Guaidó, por imperativo legal de su Parlamento, es desarmar al régimen, nombrar un gobierno de transición y dar garantías absolutas de unas elecciones verdaderamente limpias en unos pocos meses. Después vendrá la tarea inmensa de reconstruir a ese país.
El régimen bolivariano, que heredó Maduro, ha ajustado cuentas con los círculos de Hugo Chávez tras su muerte. Los más visibles dirigentes de aquella pandilla inicial, no están ya al mando. Dentro de ese movimiento hay una gran disidencia en las capas de base. El hambre, las enfermedades, la inflación no conoce ideologías, en los revolucionarios también ha hecho estragos. Sólo la cúpula militar, plagada de estrellas, sigue fiel, más que a su comandante en jefe, Maduro, a sus propios bolsillos colocados en los paraísos fiscales de medio mundo. Todos ellos tienen mucho que perder si se les cae el invento. Además del dinero, puede ser la vida misma. La cárcel, por el inmenso daño que han cernido sobre su propio pueblo, les está esperando. Jamás los venezolanos habían conocido la miseria en que los ha arrojado esta banda de delincuentes. Han esquilmado al país más rico de Hispanoamérica. Se habla de amnistía. Está bien que no haya venganza, pero sí justicia con todos y cada uno de los responsables. Amanecerá y veremos.