El fantasma de la abstención asusta más que el de Hamlet. En un escenario tan fraccionado, los votos que no se emitan pueden ser los ganadores
Carlos Pérez Ariza
Al príncipe de Dinamarca el susto del espectro de su padre, aquella noche entre almenas nebulosas, le llevó a la desesperación, al asesinato y a su propia muerte. Las elecciones del próximo domingo 2 de diciembre, antesala de las campanas de Navidad, no son una tragedia tan inmensa, aunque sí traen una gran incertidumbre. Aquí el fantasma es la abstención, los que pasan de ir a votar un domingo. Pueden ser muchos, demasiados en esta ocasión. Anticipar un 30/35% no es exagerado. Entre los universitarios, el 31,3% no saben a quién votarán, según Aula Magna. Una buena porción son nuevos votantes. Eso puede inclinar la balanza hacia el impase de la ingobernabilidad. Aquí no se trata de sacar más votos, ni de ganar, sino de poder gobernar. Si Susana Díaz queda como la más votada, tendrá el dilema de conseguir los apoyos parlamentarios para formar gobierno. Pueden darse tres escenarios:
UNO. SD forma gobierno con Ciudadanos. No parece probable, dada las posiciones declaradas por ambos partidos. Aunque en tal escenario, los Ciudadanos exigirían entrar a cogobernar. Se apoyarían en su ascenso electoral, que se prevé de 9 a 22 diputados, según todos los sondeos. Para el PSOE andaluz no sería nada nuevo gobernar en compañía.
DOS. SD forma gobierno con el apoyo de Adelante Andalucía (Podemos/IU). Podría ser, aunque sería un pacto a contrapelo de lo que la presidenta representa, como el último bastión de un PSOE socialdemócrata. Imitaría al gobierno de su partido en Madrid. Tal vez no le quede más remedio.
TRES. SD es bloqueada por los tres partidos y se abre un período de incertidumbre, como el que ya sufrió en su primera legislatura en 2015 durante 80 días, sin poder formar gobierno. Esto sería muy inconveniente para el PSOE que gobierna desde Madrid.
Hay otro escenario posible, aunque no a rechazar: Un cogobierno de PP/Cs. Los que pelean por la hegemonía del centro-derecha. Tendría que sumar 55 escaños, la media mínima. La adición no alcanza a ese número, según las encuestas. En la sociología política de Andalucía, un gobierno de esas derechas es un supuesto negado por la historia de 40 años de hegemonía socialista. Para la deriva de la izquierda dura que gobierna ahora España, sería una derrota histórica, inasumible, con consecuencias catastróficas en el plan a mediano plazo del presidente Pedro Sánchez y su principal aliado, Podemos.
Susana Díaz sabe que si los andaluces indecisos no se movilizan el próximo domingo, la gobernabilidad se le puede complicar. Da susto ese fantasma. Se juega mucho el PSOE en Andalucía, su triunfo puede garantizar una continuidad de su partido en La Moncloa. Perder en este sur es el harakiri. Ella repite, en cada recorrido electoral, el mismo mantra: ‘Que nadie se quede en casa’. Las cuentas salen mal. Ninguno alcanza la cifra mágica para gobernar en solitario. Esos tiempos no volverán. El granero de votos del centro está más disperso que nunca. El bipartidismo perdió la mano en España. Es una consecuencia de la crisis. Desde 2008, España es diferente –como casi toda Europa– y el tablero político tiene que aprender a pactar y cogobernar.
Aunque Díaz es refractaria a ligarse a la extrema izquierda, tendría que plantearse pactar con Adelante Andalucía, que reúne una fracción del conglomerado podemita. Tal apoyo, sería fundamental para el plan de gobierno nacional, al que aspira Pablo Iglesias y sus adláteres. La política, que desea no perder el gobierno, ni mucho menos pasar a la historia como la que perdió Andalucía, puede que tengan que traspasar esa puerta. La acercaría a posiciones alejadas de su discurso socialdemócrata. Aunque parece que sería un apoyo para gobernar ella, y no uno de cogobierno. Ya se sabe que el poder hace extraños e incómodos compañeros de viaje. Ese escenario es más que factible.
La otra puerta, ya conocida, es que Ciudadanos la apoye. Aunque algunas fuentes aseguran que no sería un cheque en blanco, sino un gobierno en coalición. Cs., que viene creciendo a expensas de su papel en Cataluña y adelantando al PP por la derecha, cree que le ha llegado el momento de tocar poder. Le exigirían a la presidenta andaluza, dos o tres Consejerías. La primera Turismo. El PSOE andaluz tiene experiencia larga en ese tipo de gobiernos en comandita. Está claro que Díaz, con tal acuerdo, gobernaría cómoda. Tener de socios a los podemitas andaluces le produciría constantes enfrentamientos. Menos tranquilidad, más desasosiego, aunque estaría bendecida por su secretario general.
Para el PP, no poder gobernar Andalucía, parece su sino. Tras estas elecciones vendrán grandes cambios. Los partidarios de Pablo Casado hacen cola y a esperar cuatro años más. Para todos los grupos políticos estas elecciones andaluzas son un termómetro para las próximas generales. El 2 de diciembre abre una incertidumbre aún mayor si cabe. España atraviesa un nuevo tiempo político, donde los partidos hegemónicos de estos 40 años de democracia, tienen que aprender a convivir para poder gobernar. No parece que lo lleven en el ADN, pero es lo que se les viene encima aunque no tengan costumbre. ¿Y Vox? Es como el tigre de Borges, aún no está en el verso, aunque pinta rayas.