Tinto de verano (III)

21 Ago
De aquel barrio aledaño a la ciudad, El Palo se ha convertido en una seña de identidad malagueña

 

El Palo, un microcosmo urbano con personalidad propia y antigua, puede convertirse en polo de seducción turística. Atractivos no le faltan

Con tal de descongestionar el Centro Histórico malagueño, el Ayuntamiento propone nuevas rutas turísticas urbanas. Una de ellas es El Palo-Pedregalejo. Un sendero de la historia marinera de la ciudad. Si tal proyecto se organiza y ejecuta, que las ideas suelen volar y perderse por el horizonte de las buenas intenciones, El Palo, y su confluencia hasta el histórico Balneario de los Baños del Carmen y el no menos importante astillero Nereo, puede ser un polo de atractivo sin igual. Si hay un barrio con personalidad propia es este. Su historia popular está recogida en libros, como el titulado ‘Tierras de viña y mar’ de José Antonio Barberá. Escudriñó que desde 1774, habitaban esta zona pescadores y sus familias. Un barrio relacionado con la pesca, las viñas y el flamenco. Mucho de ello aún está más que presente. El autor pasea su memoria por el origen del nombre. ¿Se refiere al palo de una embarcación, tal vez al ser avistada en el horizonte marinero de vuelta a casa? ¿Una rama florecida milagrosamente? ¿Es el ‘palus’ latino, que significa marisma? ¿Tiene que ver con la diosa Noctiluca y sus rituales marineros? Sea cual sea, El Palo es un espacio abierto a sus vecinos y a los turistas que deseen venir a visitarnos, en orden y concierto.

Aquí está el emporio del espeto. La humilde sardina sustento marinero, que aspira ser una referencia mundial de una gastronomía singular, sencilla y exquisita. De aquellas covachas de dos puertas, para que la mar brava entrara por una y saliera por otra, hoy engalanan el paseo marítimo, desde Pedregalejo al Tintero casas de oferta a los guiris. Y los chiringuitos se esparcen sin tregua mirando al mismo mar. Vivir aquí tiene más ventajas.

El Palo posee una curiosa librería al aire libre. Son libros usados y de ocasión. Cada mañana, aprovechando los poyetes de las yucas a las puertas de la oficina de Correos, sus libreros ofertan lectura a bajo precio. Casi enfrente, han abierto un pequeño centro de juegos de azar, donde se puede apostar desde el fútbol a las carreras de galgos de Miami. Su ruleta electrónica agrega adictos cada día. A su costado, observa atenta la iglesia del Palo, desde donde sale la Virgen del Carmen, patrona de esta tierra y esta mar. Sus campanadas suenan a las puertas del Quitapenas, allí puede escanciarse los finos y dulces o rellenar una botella de vermú local. Y está el colegio de los Jesuitas, con más de cien años en sus aulas.

Aquí todo está a un paso. El mercado municipal, que cobija una oferta fresca y barroca, tiene un puesto de frutos del mar cocinados con el mayor esmero. Comer allí dentro es altamente recomendable. Ese mercado está rodeado de negocios donde se encuentra de todo. En donde Manu, desde una lavadora a un horno; desde una bombilla a un tornillo raro. O Miguelito, que ahora ha sido asaltado por los incansables chinos. Su oferta sigue siendo un todo tipo de cosas para el hogar. O los cubanos, que regentan sus especias y tés. Hasta la antigua Carbonería, donde aún despachan leña y carbón. Como todo barrio, hay profusión de panaderías, peluquería, tiendas de ropa, que vende o arreglan; pero las del Palo tienen un rostro de calidad humana, no tan fácil de hallar.

Este es un entorno urbano ruidoso. Su artería principal, Juan Sebastián Elcano (otro marinero), es carretera obligada hacia el Este lejano. Circulan dos líneas de autobuses (11 y 3), además de todos los extraurbanos que vienen de la Axarquía. Los camiones pesados, hacia o desde la cementera. Taxis, los privados, las motos. En fin, no hay misericordia con los vecinos paleños. Si el parking municipal, en los bajos del mercado se atasca, sobre todo los sábados, suenan los pitos perturbadores de los conductores. Haría bien los políticos responsables en marcar normativas contra el ruido impropio. El ruido también contamina. El silencio da mejor salud. Incluso quita o da votos, que viene mayo 2019.

Visitar El Palo para extranjeros curiosos debería tener una guía propia. No quedarse sólo en la línea marítima del chiringuito. Aquí están las Cuatro Esquinas, una plaza decente, que tuvo otro proyecto. Están las Cuevas, barrio dentro del barrio. Queda a pocos pasos de la iglesia El Pimpi Florida, centro gourmet nocturno, enclave paleño castizo y flamenco. Sus calles van repletas de jóvenes extranjeros, que dicen intentar estudiar español ante tanto atractivo que los distrae. A esos turistas por venir, hay que presentarles el astillero Nereo, donde se está construyendo una réplica de la nao de Bernardo de Gálvez. Explicar su hazaña en Pensacola y su reconocimiento en EEUU, contribuye a mirar mejor esa historia nuestra, poco difundida. Y los Baños del Carmen, ahora El Balneario, un enclave privilegiado de nuestra costa capitalina, que enseña un pasado de esplendor, hoy casi olvidado.

Todavía hoy, los paleños dicen ‘voy a bajar a Málaga’, recuerdan antiguos tiempos cuando este barrio era efectivamente el extrarradio de una ciudad pequeña y lejana. Se hunde en la historia del siglo XIX, una petición de convertirse en pueblo segregado de la capital. No prosperó, pero quedó el sentimiento de lejanía. Hoy no hay tal. El Palo es la viva presencia de la esencia malagueña en su más puro sincretismo.

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