Agosto, el mes Augustus imperial del verano mundial. En España, época estival de descanso total. Desde el rey al último funcionario están de vacaciones
Aquí hace calor. A la sombra de un tinto de verano va a transcurrir esta columna augusta durante este mes de parálisis veraniega. Es un mes lento, que transcurre entre traslados masivos y pernoctaciones en camas ajenas. Alimenta los programas del corazón con bronceadas pieles famosas. Se escurre entre Ferias y conciertos. Cabalga en pos de un colapso pasajero de la memoria. Se aventura por islas remotas, recurre a dietas imposibles y escancia brebajes de ensueño. La gente que puede se viste de agosto. Son vestimentas sutiles, breves diseños traslúcidos, telas que el verano acaricia hasta la desnudez. Suelen atisbar los amores del verano. En los remolinos del oleaje se enlazan las manos ajenas, se palpan caderas ansiosas, se entrelazan brazadas de cariño sobrevenido. Agosto es más fuerte que la primavera, aquella estación, casi desaparecida, donde la sangre se apelotonaba en las sienes. Es el mes reinante del año. El refugio para reponer las energías gastadas en las batallas de la vida del sufriente ciudadano. Es, en sí mismo, un mes decano del entretenimiento, del dolce far niente. Del ocio elevado al altar del supremo relajo. Pues aquí estamos, un año más.
Agosto tiene su ritmo particular y propio. Hay mucho entusiasmo por levantar nuevas obras hasta que se topan con la partida presupuestaria. Este mes tiene esas cosas. Todo se puede aparcar hasta el próximo otoño. Por ejemplo, el esperado, ansiado Auditorio de la Música. Otras actuaciones, como el Metro malagueño, se eternizan sin tomar en cuenta el clima, haga calor o frío, su ritmo es asonante, en clave de lentitud exasperante. Otros edificios ven pasar cada verano, sin que su sombra se altere. Siguen ahí, vacíos, inertes, esperando a la piqueta que nunca llega. El follón de los taxis; los refugios para africanos; el hospital que le falta a Málaga; Cataluña en pie de guerra. En estos 31 días de Agosto, todo puede esperar a septiembre.
Es este un mes de patricios. Nada de prisas, que eso es para plebeyos. En este reino, tan democrático, tan soft, donde por tener reyes tenemos dos con sus respectivas reinas, es cordial verlas paseando de la mano por el mercado de abastos, como si eligieran el almuerzo del día. Acompañadas de las niñas reales, que merecen instrucción sobre la vida diaria. Algún día, tal vez, la mayor de ellas será la reina de España; vaya, como en Inglaterra. Eso si, en un agosto cualquiera, no lo impide la Tercera República, que todo podría verse en medio de tanto ardiente verano español. Mientras tanto está Starlite en Marbella, que se resiste a perder su glamur de la jetset internacional. Dese una vuelta, si puede pagarlo.
No obstante es un mes para leer. Bajo la sombrilla de la arena playera o sobre el borde de la piscina, tumbado en la duermevela, se pude despachar unas líneas de buena o mala literatura. Se venden pocos libros, dicen, pero el personal se provee de alguno para este mes, que así se matan las horas calurosas. También es un momento feliz para la hostelería y los albergues de todo tipo. De eso vive España. ¡Oh el turismo!, un gran invento. Qué sería de este país, sin su múltiple oferta turística. Habría que inventarla, aunque la democracia se la encontró funcionando. Ahora es mayor, se ha expandido y es el soporte principal del PIB. Viene tanta gente que hasta los apartamentos y casas particulares se alquilan por temporadas engrosando bolsillos ennegrecidos. Hacienda está que trina, volverá a la carga en septiembre.
Otros garitos enciclopédicos cierran en agosto. Cosas del mercado salvaje de los alquileres. El emblemático, el más querido por la noctambulidad de la juerga grácil de Málaga, el Onda Pasadena, acaba de cerrar. ¿Qué queda para los cementerios de la copa antes de dormir? Un agosto de feria, donde se mezcla el mal gusto, con el folclore y la primera vomitona del alcohol de quemar gargantas juveniles. El mundo de las RRSS, de la cibernética sin alma, acaba de empezar un presente con un futuro incierto. Es lo que hay queridos. Esto es lo tomas o lo dejas, no va más, como dicen en los casinos con ruletas de colores.
Es, asimismo, el mes de los incendios. Los pirómanos son tenaces violadores de la naturaleza, actúan a la sombra de agosto. Queman el bosque, cuyas llamas devoran pastos y casas. Casi todos quedan impunes, mientras se sienten Nerones sin lira que tocar. Placer oculto, primigenio, esto de prender el monte y echar a correr, escondiendo el misto. En California hay uno de proporciones épicas. Ni Hollywood es capaz de montar una quema de tal magnitud. Por aquí van apareciendo. Agosto acaba de empezar.
No obstante, algunos trabajan en jornadas extras, en turnos de verano. Los bomberos, los policías, los trabajadores de la limpieza, los camareros, el personal de hoteles, entre otros. Una industria turística, necesita ofrecer un soporte de servicios adecuadamente servidos. Claro es una minoría, no vaya a creer. La mayor parte de los ciudadanos nativos o extranjeros están absorbiendo el sol, antes de que se acabe. Aún es gratis, sus rayos, lo demás no. Bueno, lectores, feliz agosto. Esto continuará.