Las manadas sueltas por las calles principales de Málaga están de moda. Se convocan para despedir sus solterías. Son su último desmadre antes del sí eterno
La calle es ancha y ajena. Málaga un imán europeo para dar rienda suelta a la euforia alcohólica de la soltería final. Como si ser un ‘single’ fuese pecado. Tal adiós a ese estado civil, no se critica. Lo que dicen los vecinos, los hosteleros y las autoridades es que tales hordas comprometen la imagen de una ciudad pacífica, alegre y tolerante, pero todo tiene un límite. Los eufóricos solteros que molesten con gritos, vomiteras, insultos y disfraces procaces, podrían ser detenidos y multados por la Policía Local, hasta ahora demasiado ineficaz. El Ayuntamiento malagueño cuenta con una ordenanza que sanciona a tales conductas incívicas callejeras. Tiene instalada una rede cámaras de seguridad. Y una vigilancia, aparentemente insuficiente, de policías. Los festivos solteros no le hacen el menor caso. Se disfrazan, cantan consignas impúdicas, a los oídos de los sufrientes vecinos y comerciantes, se beben las calles del centro en franca algarabía beoda. En fin, lo que aquí ocurre y se permite, seguramente sería improbable en sus países de origen, porque estas bandas son principalmente extranjeras. La moda polla, le dicen, pues los insensatos van con una polla de lujuria plástica en sus cabezas. Parece una alegoría exacta de lo que realmente tienen en sus cerebros.
No es que esta costumbre social de despedirse de tal estado civil sea censurable, pues decirle adiós a la libertad de la soltería es un acto de valor. Entrar en el voluntario condado del matrimonio, de la pareja unívoca, bien merece una jocosa fiesta de amiguetes subidos de nota y de tono. Lo que alarma al ciudadano malagueño es el abusivo nivel de decibelios de las pandillas, que han tomado el Centro como inmenso bar del desmadre. Esta es la tierra de la alegría, de un cantar de la adversidad como destino, de una copa detrás de la otra; pero con cierto rigor, con orden y cordura cívica.
Aquí la caló, que se pega al pellejo, invita a descamisarse. A andar por la calle en casi desnudez picassiana. Una cosa es el arte y otra la plebe encueros. Por simple respeto al otro hay que guardar las normas mínimas. Esta forma novedosa de despedir la soltería entronca con la ya clásica chusma, que pasea su torso desnudo, derramando gritos e invocaciones, en la Feria de Málaga por ese mismo Centro Histórico. Unas calles antiguas, ya peatonales, que miran con estupor a estos bárbaros posmodernos. ¡Qué falta de educación!, que dijo una señora habitante de esa zona central.
Esta es una ciudad atractiva para la juventud de bajo nivel económico. Donde encontrar alojamientos grupales es fácil. Donde hay un bar cada diez pasos. Donde la playa, litoral urbano, invita a un sol gratuito y a un botellón barato y de colapso etílico. Si a esas ventajas, a ojos vista, le agregamos facilidades callejeras para caravanas de cabezas-pollas de soltería o de banditas de descamisados feriantes, mostramos a una ciudad que pierde las tenues fronteras de la decencia social. La vigilancia policial estricta es un imperativo. Sabemos que no hay suficientes agentes en las calles. Ni están a toda hora, porque eso produce pagas extras. El Ayuntamiento no está para tanto gasto. Así que, más de lo mismo, entre los solteros y los desnudos callejeros, Málaga degrada su imagen de ciudad culta, de los ahora ‘mil museos, en vez de las mil tabernas’. Ciudad del Paraíso, al fin y al cabo, que más bien parece del Purgatorio para quienes sufren en directo tales desmanes.
En estos casos, si la mano de la autoridad no se muestra firme, autoritaria, en pro del bienestar ciudadano, la avalancha de los bárbaros siempre arrollará y continuará. Más cámaras, más policías, más severas ordenanzas son los paliativos a mano, si es que se ponen en marcha. Prohibir que los solteros exhiban sus cabezas danzantes o que el personal ande sin camiseta por las calles malagueñas, parece ser el único remedio. Mientras tanto, los solteros en despedidas de sus comedias bufas, seguirán bailando al son del regatón alcohólico, que Málaga ve pasar sin saber muy bien cómo detenerles.
Algunas voces dicen que la citada ordenanza de orden público no es eficaz, ni suficiente. Tal vez endurecer las multas sería una medida disuasoria. De cara a la proximidad de la fiesta mayor de Málaga, cuyo escenario diurno es justamente el Centro Histórico, la oposición municipal prevé un desmadre aún mayor. La clave para ellos es redactar una nueva y más restrictiva legislación municipal. Ya es tarde, pues tal festividad comienza en un par de semanas, como todos los años. El problema del orden público en esas céntricas calles de la capital no es nada nuevo. Combatir esa conductas incívicas no es una cuestión ideológica, sino del más sencillo sentido común para el bien de la ciudad. ¡Qué grande ciudad sería, si tuviera mejores gestores!