El debate sobre el estado de la ciudad es el lunes 18. Rendir cuentas es signo de democracia. Decir la verdad también. Una práctica anual que había caído en desuso
Ganar los tiempos es una máxima política que no se puede olvidar jamás. Aquí el portavoz municipal del PSOE y candidato a ocupar el sillón presidencial de la alcaldía de Málaga, Daniel Pérez ha adelantado por la izquierda al alcalde. Le recuerda que tiene que convocar el debate monográfico en un pleno extraordinario, para que exponga en qué estado se encuentra la ciudad. Tal presión, a un año de las elecciones municipales, forma parte del juego político. Paco de la Torre, un demócrata curtido en los campos de Marte, ha salido al paso asegurando que lo va a convocar. Tenía 15 días para hacerlo, según el reglamento pertinente. Ha sido rápido. Habrá debate el próximo lunes 18, un Pleno en pleno Mundial. Poca audiencia va a tener esa reunión. Los titulares va a competir con el fútbol, mal momento. Tal rifirrafe puede convertirse en un verdadero arranque de la campaña electoral local. Dependerá muy mucho de la exposición del regidor y del análisis que haga la oposición. Sea quien sea el ganador de ese debate le sumará puntos a la larga carrera electoral que apenas comienza.
Como diría un avezado tertuliano radiofónico, el estado de Málaga tiene mandanga. El listado de avances está a la vista. Pero los flecos que se agitan en la brisa marina enturbian los aspectos positivos. Hacer el catálogo no es difícil, está en los periódicos locales. Basta tirar de hemeroteca para constatarlos. Son casos que se eternizan, que se niegan a morir enfermos de presupuestos. Casos que van y vienen; de aquí a Sevilla, que pasan por Madrid sin que los vean (puede que ahora se los miren con tres ministras andaluzas). Una ciudad a veces estancada, en ocasiones con brillo de aluvión. Ciudad genial de Picasso y museos en serie. De turistas agolpados por las calles del Centro urbano. De masas juveniles europeas en pos del español como idioma de gracia. Una Málaga de Cine. Pero una ciudad sucia, difícil de limpiar sus barrios, donde se ganan o se pierden las elecciones. Mal educada, claro. Con un Metro raquítico, de nunca acabar. Con polémicas enquistadas entre un hotel alto, y en el puerto; y un Banderas injustamente repudiado, que se refugia en su nueva sala de teatro. En una actividad cultural con necesidades perentorias de expansión y creatividad hacia los barrios. El atasco endémico en la Gerencia de Urbanismo. Hay más: ese monumento a la desidia, que es el Astoria. La cicatriz absurda de un río que por inútil ni agua lleva. El parque de Repsol, sepultado en el olvido. Las obras que se cierran en falso, como la plaza de la Merced. Faltan ideas, programa y voluntad.
No es una mala ciudad. Dicen los indicadores que Málaga está de moda. Seguramente para visitarla, como paseante ocasional o como asistente a un congreso internacional. Claro que sí, pero de lo que se trata es de hacerla más amable, más habitable para quienes viven aquí todo el año. El estado de la ciudad necesita, merece mejoras. Y no es cuestión de parchear, sino de un proyecto de ciudad del siglo XXI, más allá de los intereses inmediatos de los partidos que la gobiernan y/o desean gobernarla. Esta ciudad tiene infraestructuras de comunicación global de primer orden. Por tierra, mar o aire, Málaga aparece en el Google mundial. De aquí se entra y sale en tren, autovías, barcos o aviones. Conectada está. Falta un programa de calidad de vida. Y eso es bueno tenerlo, ejecutarlo y revisarlo cada año. Para eso el Ayuntamiento creo la figura del debate anual del estado de la ciudad.
Tan pronto se convoque y realice dicho cónclave, será la oportunidad para que todos los partidos, los que gobiernan y los que se oponen, tracen sus proyectos de ciudad, de cara a entusiasmar a sus electores posibles. El horizonte electoral les motiva a ello. Pero esto no es cuestión de resolver la inmediatez de una contienda de votos. Es hora de pensar con largo aliento. Esta ciudad, como referente urbano del Sur de Europa, no se puede gobernar con miopía electoral. Estos tiempos necesitan de miradas claras, limpias, seguras y globales. Aplicar la fórmula de pensar global y actuar local, significa potenciar lo que tenemos en exclusiva para proyectarnos sobre esta aldea mundial que es el planeta. Si el debate sirve para eso y no sólo para tirarse los platos sin lavar a la cabeza, merecerá la pena. Se le dará al elector un motivo para votar por aquí o por allí. Es una oportunidad para exponer, más allá de las críticas a la acción del gobierno municipal, las líneas maestras de la Málaga que tienen en la cabeza los distintos grupos políticos, que calientan esas sillas edilicias. Se espera un esbozo de sus programas, al menos. No hay mejor tribuna que la sala consistorial donde los plenos tienen su asiento, y la prensa escucha atenta. Donde está la representación del pueblo malagueño. Ellos merecen un tanto de seriedad. Y no olviden que el mandamiento supremo municipal es no aburrir al personal con falsas promesas. Ese debate puede significar el arranque semioficial de la campaña electoral local, que amenaza con ser más larga de lo habitual.