Se escribe con Ñ

31 Oct
La tilde de una letra única que nos une: Ñ

 

España y Cataluña aún se escriben con Ñ. Vinculada a la nación española desde hace mucho, la región tiene la más amplia autonomía de todo el país y aun de Europa

Todo nacionalismo exacerbado es primo hermano del populismo. Hunde sus falsas raíces en señalar a un enemigo externo amenazante. Maneja lo que puede parecer verdad como dogma de fe. Surge a la sombra siniestra de la corrupción. Evita controles centrales, les molesta ese cinto que no les deja manejar a su antojo el porcentaje propio al uso en sus transacciones internas. Buscan un espacio libre de imposiciones, una especie de Paraíso Fiscal. Entiende la democracia como un relato de enemigos a eliminar y no como adversarios a vencer. Toman decisiones incompresibles, pero no ceden una vez tomadas. Valoran su propia lengua por encima de la nacional y constitucional, a la que desprecian. Esgrimen su cultura, como si fuera excluyente del país al que pertenecen. Su expansionismo territorial es otra marca populista. Los países catalanes van más allá de ellos mismos. La franja oriental de Aragón, Valencia toda y, claro, las ínsulas Baleares. Su denominador común es la lengua semejante, la historia vivida real o inventada. Pero el fondo del asunto trasciende la ideología que les apoya: desde los payeses terratenientes a la casta de negociantes; de los extremos republicanos a la izquierda más radical y antisistema. La butifarra se ha cocinado a fuego lento.

Desde los acuerdos políticos de la Transición y Constitución de 1978, no han estado cómodos en ese nuevo traje democrático. Por primera vez desde el siglo XIX, España ha encontrado su camino de concordia, ya era hora. Todos diferentes, pero juntos. Ellos seguían molestos. ‘Catalonia no es España’. ‘España nos roba’. ‘Queremos libertad’. Frases cohetes que iban calando en el colectivo, como catecismo recitado en escuelas, universidades, sindicatos, cabildos, mientras la mayoría silenciosa callaba. Una Cataluña sin Ñ. ¿Cómo llegaron tan lejos y por qué? Pues porque desde los gobiernos centrales, cada vez más debilitados y necesitados de pactos de gobernabilidad, donde los políticos catalanes fueron la clave de gobiernos, dejaron hacer. La idea nacionalista, separatista, independentista, rodó cuesta abajo engordando su tamaño y velocidad. El viernes pasado, 27 de octubre, se consumó la declaración unilateral. Enterraron la Ñ para siempre.

Aquí se ha roto la lealtad. Se ha pisoteado miserablemente el nombre de un país, donde cada gentilicio diferente es español. Soy español de Andalucía y de Málaga y de otra nación, además; es una fortuna de la que se tiene que estar orgulloso. Con todas las imperfecciones que podamos señalar. España es un país que saltó de una dictadura feroz, tras una guerra civil cuyas heridas aún se abren, a un Estado de derecho pleno, sólido. Sí, que alguien dijo en su momento ‘Montesquieu ha muerto’, y eso de la separación efectiva, democrática de los tres poderes aún hace aguas, es verdad. Una puesta al día, una maduración, tiene que hacerse en esta bisoña democracia. Hacerla crecer es tarea de todos, también de Cataluña.

La larga mano de Vladimir Putin, se señala, sin pruebas contundentes, como la sombra alargada tras ese afán separatista. Una república libre de España podría convenir al ruso, en su política anti-UE. También porque, como en la teoría del dominó, podría alentar a otros separatistas, que cunden por el espacio europeo. El excoronel está empeñado en tener una Europa que contenga gobiernos amigos, a fin de tender un colchón hacia el Oeste de sus fronteras. Asimismo, tener a unos camaradas catalanes dispuestos al negocio grande de un mercado liberado de cargas fiscales externas, conviene mucho a los inversores rusos cercanos al Kremlin. Sin olvidar, la influencia que podría tener una Cataluña separada de España en las ambiciones de los podemitas y sus satélites en gobernar desde La Moncloa de Madrid. Tras este episodio desgraciado, España no va a ser la misma.

El apocalipsis no se va a  consolidar, pero el temblor telúrico ha ocurrido. España ha despertado del sueño eterno de la Transición. Ahora mira de reojo a la Constitución 78, como si se oyeran voces desde sus páginas, para que las revisen por si hay que adecuar algún que otro artículo. Tendrán que ponerse guantes inmaculados. Las enmiendas pueden venir bien, siempre que vengan bien. Tal vez antes haya que esmerarse en llevar a leyes concretas, normas y acciones, el alto espíritu jurídico que contiene nuestra Constitución.

Ante el novísimo mapa partidista, que gobierna el panorama español, se viene elecciones catalanas en poco más de un mes. Un primer sondeo (El Mundo) da casi un empate entre separatistas y constitucionalistas. La llave la tendría Podemos. A ver si van a seguir con la misma cantinela. El gatopardismo siempre repite la historia, ¿o es al revés? En ese sondeo, Ciudadanos se fortalece, PSOE gana terreno, y el PP se mantiene. Los extremos se van quedando en la cuneta de la historia. Si las aguas vuelven a su cauce tranquilo para Navidad, España volverá a respirar sin sobresaltos. Los españoles, cualquiera sea su posición política equilibrada, esperan eso, ni más ni menos tampoco.

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