Un día antes de cumplir los 57 años, Clarice Lispector expiró. Su obra dejaba a la literatura brasileña con una creadora inclasificable. Ahora es un icono de los jóvenes tuiteros, que recogen sus frases como un catecismo existencial
Esta emigrante de Ucrania, que adoptó a Brasil como su país íntimo, creía que la felicidad es una cosa clandestina. Decía que escribía para ayudar a salvar la vida de alguien, probablemente la suya misma. Empezó a juntar letras a los diez años. Con su novela ‘Cerca del corazón salvaje’ se situó en el escenario literario brasileño. Fue premiada como la mejor novela publicada en Brasil en 1943. Ella tenía 21 años y la había escrito con 19. Desde muy pronto publicó columnas en diversos diarios. Vivió como si fuera un personaje de sí misma. “Se muere mi personaje”, dijo minutos antes de fallecer. Entraba en su propia ficción. Aunque clasificada como perteneciente al movimiento modernista brasileño de la generación de 1945, Lispector es una rara avis del Parnaso artístico de su país. Ahora viene su figura y su obra a relucir nuevamente. Se publica en España ‘Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector’. Y, como esas alucinaciones digitales tan frecuentes en las RRSS, se ha propagado su culto, especialmente entre los más jóvenes que, sin conocer sus escritos, siguen sus consejos. Si eso los impulsa a leerla, las nuevas tecnologías estarán cumpliendo una labor cultural sin proponérselo.
Tal como su obra, su muerte no estuvo exenta de un ritual, de un misterio. Ucraniana y judía, tuvo la ocurrencia de morir un día antes de su cumpleaños 57. Un cáncer le ganó la partida. Acababa de publicar su última novela: ‘La hora de la estrella’. Así, que por evitar enterrarla al día siguiente de su muerte, fecha de su nacimiento, se pospuso el sepelio para el domingo 11 de diciembre de 1977. Tras el rito ortodoxo del lavado de su cuerpo y envuelta en un paño de lino blanco, concluyó su última ceremonia. En su lápida, en el cementerio de Cajú, se puede leer su verdadero nombre: Chaya Bar Pinkhas, es decir ‘la hija de Pinkhas’.
Clarice Lispector fue una escritora de la intimidad y fuera de lugar. Se alejó de las letras que dieron relieve a la literatura brasileña de los años treinta. El llamado neorregionalismo no le interesó más allá de su cuidadosa lectura. Nunca fue propensa a la exhibición pública. Su estilo se caracteriza por la introspección de sus personajes. Gran creadora de los mismos y escritos con un refinado mimo lírico. Son complejos, revelan sus conflictos internos sin dejarse de apreciar el misterio que les rodea. La autora siempre se esmeró en que fuera el lector quien los descifrara. Refleja en su obra la persistente idea de que hay que conocerse a sí mismo. Tal vez sea esa línea central de su obra lo que atrae ahora a los adolescentes ensimismados en las RRSS.
Recorrió la novela, el cuento, la narración para niños y el periodismo. El análisis desde la crítica literaria de su obra es extenso tanto en portugués, como en inglés y español. Algunos la comparan con Virginia Woolf o James Joyce. Otros más han calificado el estilo de la escritora situándolo entre la realidad y la fantasía, donde la objetividad se mezcla con la subjetividad, donde todo sucede en un lugar o en ninguno y donde la razón y la imaginación se ayudan y conviven. Al leer sus novelas se tiene la impresión de que nunca dejó de tener su mirada en el lector; que, aliado a él, esperaba su contribución a que la lectura culminara el proceso de creación de sus historias.
Redescubrir a Clarice Lispector a los cuarenta años de su desaparición es un puente necesario entre la creación artística de Brasil y el resto de la América de habla española, incluido los Estados Unidos y Europa. Tras el boom extraordinario de la música brasileña de los años cincuenta, que fue descubierta primero por el jazz de los EEUU que por el resto de la América Latina, donde tardó algo más en ser popular, en la literatura brasileña de las primeras décadas del siglo XX, Lispector tiene un lugar de excepción. Tan difícil de clasificar, su obra sigue viva porque mete su bisturí literario en la médula misma de la sociología de Brasil. Trazó como nadie las diferencias sociales recurrentes en su país, como una herencia, decía, del pasado colonial portugués. Su impronta en la creación literaria brasileña se viene acrecentando tanto por su calidad, como por su originalidad de tan difícil clasificación en los cánones al uso. Ausente de entrevistas, con su vida personal ubicada en el misterio de conocerse muy poco y por su silencio verbal, ha hecho legión de sus fans, que siguen creciendo a la sombra de los tuits, ligeros de palabras.
En la biografía que aparece ahora en España, Benjamin Moser, su autor, explica: ‘Leer a Clarice es una experiencia muy personal’. No está explícito en sus textos que las historias ocurran en Brasil, pero ocurren. Escapa de cualquier valoración estrictamente académica. Será porque ella siempre huyó de esos acartonados criterios. Y Moser describe a la escritora como ‘una amante con la que uno tiene momentos de luz, de amor, de sexo y de muerte’. Sin duda, una fascinación para las nuevas generaciones que no leen más allá de los famosos 140 caracteres, pero que han descubierto a Clarice Lispector.