Hetairas, meretrices, prostitutas o putas, golfas, barraganas, rameras, zorras, perras, busconas, cortesanas, furcias, suripantas, mancebas, pecadoras. Calificativos de un mismo oficio
La profesión u oficio más antiguo de la civilización. Aunque hay quien discrepa y afirma que lo es el de político, muy anterior a la práctica de vender el cuerpo femenino por dinero. Ellos habrían descubierto tal forma de negociar con el dinero público a cambio de favores distintos a los propiamente sexuales. Está documentado que desde las organizaciones civiles/militares más antiguas, la política ha estado plagada de prostitución. Una práctica que no ha cesado, sino refinado, al crecer los mecanismos de control y las argucias para eludirlos. No hay que relatar en esta exigua columnata los ejemplos que a diario relatan los titulares de la prensa nacional e internacional. Tal práctica es pues tan antigua o más que la ejercida por las mujeres, que han tenido que venderse por una u otra causa, y donde la pobreza siempre ha estado en la base de tal oficio. En la posmodernidad cibernética algunos países han puesto normas, legalizando la práctica, uso y usufructo, garantizando sanidad e ingresos a la Hacienda del Estado por el ejercicio de las hembras más públicas. Pero en España ya se le ponían reglas a las mujeres de la calle hace casi siete siglos, casi nada.
En España este oficio tiene larga data. Según afirma el investigador de la historia, Eduardo Muñoz Saavedra en su estudio, ‘Ciudad y prostitución en España en los siglos XIV y XV’, se decidieron medidas para agrupar en casas señaladas a las mujeres de la vida alegre con tal de que no deambularan por las calles escandalizando a los cristianos. Así fue en Sevilla, 1337; Barcelona, 1448 donde pululaban las busconas entre el tráfago de mozos ansiosos y la canalla marinera. Pero fue Valencia –asegura el autor– donde mayormente prosperó el ajetreo sexual pagado. La mancebía valenciana fue pergeñada por Jaime II en 1325. Era una atracción famosa en la ciudad y atraía a viajeros de toda la Europa de aquella Edad Media de rezos y plagas. Ese lupanar llegó a reunir a 200 meretrices de buen ver, que eran festejadas por los asiduos nacionales y extranjeros. Por lo que se ve no sólo el Camino de Santiago era famoso en aquella Europa, sino también el que conducía al placer carnal de Valencia. Se mantuvo en activo hasta 1651. Una ordenanza de Murcia fechada en 1444, funda su primera casa tolerante. ‘Mandamos, señala, que todas las malas mujeres rameras, salgan de la ciudad de entre las buenas mujeres y se vayan al burdel’. La institucionalización de la prostitución llamada pública, era legal. Mientras que coexistió otra, ilegal, de aquellas mujeres que no quisieron abandonar tabernas y sus puntos callejeros. Esas eran perseguidas, multadas y castigadas por el látigo.
El lupanar de Valencia fue el más grande y famoso prostíbulo de Europa, no es mérito menor. Una vez reconquistada la ciudad al Islam, los diferentes gremios se instalaron allí, y no faltaron las meretrices en busca de sustento. El aluvión invadió tabernas, callejas, plazuelas y cobertizos. Aquello era ‘aquí te pillo, aquí te mato’. El rey Jaime II, en su afán por poner orden en la jodienda generalizada, y para proteger a las damas de bien, decretó el nacimiento del burdel, que se haría famoso. Y escribió: ‘Que ninguna mujer pecadora se atreva a bailar fuera del lugar que ya tiene habilitado para estar’. Así nació el primer decreto oficial de regular el oficio más antiguo del mundo. La política echando una mano a la carne.
La mayor parte de las hetairas no eran valencianas. Las mujeres eran conocidas por su origen de procedencia. Y dada la división religiosa de la época, allí entraban solo cristianos. Judíos o musulmanes no podían gozar dentro de aquellas paredes. En aquel famoso serrallo de Valencia, las relaciones íntimas entre diferentes religiones estaban vetadas. Autorizadas sí, pero sin mezclar la fe en el Dios cristiano. Licencia para prostituirse sí, pero respetando la separación de los credos. Había otras normas, que el yacer tenía sus tiempos y reglas. Sus puertas estaban cerradas en Semana Santa o fiestas religiosas señaladas. Las suripantas eran internadas en conventos donde sufrían un retiro espiritual. En el afán de que abandonaran la mala vida, las religiosas ofrecían conseguirles marido y dote. Pocas abandonaron. El arrepentimiento no cundía. La jodienda poca enmienda tiene. Toda era pérdida de tiempo para los chulos de la época, que veían mermados sus ingresos. Entregar el cuerpo por dinero sí, pero dentro del orden que marcaba la Iglesia.
Tal como sucede hoy con las mafias que controlan la prostitución en el mundo, eran los hosteleros de la época quienes las contrataban, ejercían de controladores de sus licencias y le prestaban dinero para ropa y joyas. De hecho estaban atrapadas por estos gerentes de las casas de lenocinio, que cobraban sus jugosas comisiones. Lo fundamental no ha cambiado. Que Valencia tenga ese record medieval, digno del Libro Guinness, no la emparenta con el escándalo mayúsculo protagonizado por la trama de la corrupción más aguda de esta democracia. Simple coincidencia histórica localizada en la misma ciudad levantina. Siempre cruce de caminos mirando al mar, por donde llegan barcos anhelantes de preseas. Circuito por donde corren, más veloces que el viento, los motores más ágiles y tronadores. Valencia, vega eterna del ‘caloret’, tan pegada a la historia Catalana y a la España de caminos verticales entrecruzados.