Un imán es más que suficiente para ofrecer el cielo redentor en nombre del profeta. Todo parece apuntar a que la prevención falló. Cataluña como refugio salafista
Los informes policiales dicen que los terroristas islamistas eran muy jóvenes. Algunos menores de edad. El imán, Abdelbaki Es Satty (45), predicó el Corán más extremo entre los más influenciables y formó su célula particular, eso sospechan. Aunque los investigadores conocían al personaje de mucho antes. Pasó cuatro años en la cárcel de Castellón por tráfico de hachís. La matanza de Barcelona ha originado varios lemas encomiables. Destaca, ‘unidad’. Suena hermoso pero poco creíble. La primera discrepancia es que mientras el gobierno de España dice que el caso está resuelto, la policía catalana dice que no, y parece tener razón. La descentralización es portentosa. Nunca antes se había llegado a tanta en este país. Pero cuando la agresión es de mayor envergadura la unidad no puede ser sólo una palabra lanzada al viento. En Cataluña hay unas 260 mezquitas, no son pocas. Muchas de ellas son el nido donde se encuba el huevo del odio al infiel. Y no es hora ahora de diferenciar a las víctimas entre catalanes y españoles, todas han nacido en el mismo país. Cataluña es España todavía.
En este caso no hubo un lobo solitario, sino una jauría. La investigación catalana señala que la célula estaba integrada al menos por doce terroristas. Cinco fueron abatidos por la policía catalana en Cambrils; cuatro detenidos; tres fallecidos en la explosión de la casa de Alcanar, donde preparaban los explosivos; y otro, Youness Abouyaaqoub, que está huido. Se piensa que este último conducía la furgoneta asesina. Esto significa que hubo reclutamiento prolongado desde las arengas del imán, y que estaban financiados para preparar un atentado a gran escala. La vigilancia sobre el líder del grupo, el citado imán, parece haber sido insuficiente.
El otro lema que se ha esgrimido en boca de los líderes españoles es ‘no tenemos miedo’. Da esperanzas. Pero habría que preguntar al turista de a pie, que mayormente sufrió la embestida en Las Ramblas, si tiene o no ‘miedo’. Este golpe del islamismo radical tiene un objetivo económico: el turismo. Sembrar con sangre su terror es también agredir a occidente en sus estructuras financieras. Y España, principalmente Barcelona, vive del turismo. No es pues baladí que esa célula se haya creado, crecido y actuado en Cataluña. Estos fanáticos no duermen, piensan, calculan, se organizan y actúan. El terror siempre conduce al miedo.
Si bien es cierto que la mayoría de los musulmanes no son terroristas, los que se proclaman como tales son musulmanes fieles, los que más según ellos. Los que no profesan su manera de entender el Corán son sus enemigos, sean o no musulmanes. Pues es hora de que los grandes países del profeta proclamen alto y claro que esos hijos de Alá están equivocados. No se les escucha aún con claridad. Ellos también tienen su propia guerra civil, divididos por sectas irreconciliables. Los que le han declarado la guerra santa al mundo occidental conspiran en las sombras interiores de Europa. Y si bien es cierto que aquí se creó el Estado de Derecho, tras siglos de luchas religiosas, el arma de la vigilancia extrema no puede decaer, so pena de seguir sufriendo sus golpes sangrientos. Que el nivel de alerta permanente sea el 4 o el 5 máximo parece ser lo prudente. Mentalizarse de que nos han declarado la guerra. Y que para vencerles, además de la ley en la mano, hay que aplicarla con todo el rigor que sea posible.
No se puede ser realmente libre en medio del terror. Dejar que el salafismo atente y avance en nuestra sociedad sería perder lo que ha costado siglos conseguir. Vivir con el miedo en el cuerpo no es mal vivir. Y los sentimientos de venganza, de odio al musulmán son difíciles de controlar. Exaltados aparecen y realizan acciones que dan pistas sobre lo que esta guerra soterrada puede acarrear. Vencerles en sus reductos de Irak y Siria no parece suficiente. Sus órdenes son que estas células se activen y causen el mayor daño posible a los infieles occidentales. En Barcelona fallaron en su macro atentando. Y aun así el balance es trágico.
Está claro que sucesos tan horribles como el de Barcelona hacen pensar en la unidad de España. Que no está el mundo para dividirse entre gente de aquí y de allá. Que unidos somos más fuertes y que esa unidad es indispensable en momentos como este. Los países musulmanes, donde se lucha a muerte entre ellos han llegado a eso, precisamente, por estar divididos, desde que falleció Mahoma. Mal asunto es que los dirigentes actuales de Cataluña no puedan o no quieran mirar lo que nos une y prefieran afincarse en lo que nos separa. Que Barcelona les haga mirar el presente con ojos de futuro. A ver si la sangre derramada en Las Ramblas realiza el milagro de esa unidad.