El preso más simbólico del régimen dictatorial venezolano ha sido trasladado a su hogar, pero sin perder su condición de reo. Una maniobra del gobierno para ganar oxígeno y tiempo
Se celebra que Leopoldo López, el más destacado líder político de la oposición, haya sido trasladado a su casa, aunque sin perder su condición de preso condenado a casi 14 años de cárcel. Con un brazalete electrónico no podrá abandonar su hogar sin la autorización del régimen. Ese gesto se puede interpretar como una acción del gobierno para aplacar a esa calle incendiada por la muerte, con miles de heridos y cientos de detenidos a la espera de juicios militares. Esa decisión ocurre tras tres meses de continuas protestas en las calles, con más de 90 asesinados por las fuerzas de la Guardia Nacional Bolivariana y por las huestes motorizadas y armadas de la dictadura de Nicolás Maduro. En España, hasta Mariano Rajoy ha glosado la intervención de José Luis Rodríguez Zapatero en tal liberación, eufemismo para nombrar el cambio de un calabozo por su casa-prisión. La oposición ha declarado que tal hecho no va a significar que se aplaque la resistencia, cuya principal acción está en la calle. Aunque no es la única.
Al llamado del gobierno autoritario de una votación para convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, que derogaría a la actual Constitución promulgada por el difunto Hugo Chávez, la oposición está organizando un plebiscito, para el próximo domingo 16, que posea la fuerza del voto mayoritario e impedir la maniobra de Maduro, que convertiría a Venezuela en la Cuba de los años sesenta. Es una estrategia complicada ya que organizar un proceso electoral general no es cosa fácil. Se cuenta con que los aproximadamente dos millones de venezolanos en el exterior, voten masivamente en contra de esa Constituyente. Es también un llamado para que los militares democráticos, si es que queda alguno, se sumen a la resistencia. Algunos sectores de la dirección política opositora creen que el resultado del 16 de julio, les dará la fuerza masiva para derrocar a esta dictadura que ya se ha quitado la falsa careta de demócratas. Esperan, al menos, 13 millones de votos.
La presión en la calle ha sido determinante para que ciertos sectores del chavismo estén plantando cara al madurismo. El rostro más visible es el de la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, que está amenazada por el régimen como traidora al proceso revolucionario bolivariano. Corrientes subterráneas dicen que el diálogo con ese sector está en marcha. En un escenario de elecciones democráticas el chavismo disidente de hoy participaría. La oposición no tiene una postura unísona a tal diálogo. En una torpe maniobra, el régimen propició el asalto a la Asamblea Nacional. Bandas de civiles armados, con el apoyo de los militares encargados de custodiar al Hemiciclo, dejaron escenas del más refinado fascismo. Ordenar ese asalto da idea exacta del talante del gobierno que preside Maduro. Un acto delictivo de alto irrespeto al único símbolo de la democracia que queda en pie en Venezuela, y que le es adverso.
Ante el escenario actual venezolano, con el nuevo ingrediente del traslado de López a su casa, sin dejar de ser reo de la manipulada justicia venezolana, las preguntas sobre su significado están en la mesa. Voceros del gobierno esperan que ese gesto indique a la oposición que debe abandonar la violencia. El juego de palabras de estos chavistas siempre lleva a Orwell. Los asesinatos los han ejecutado los brazos armados del régimen y no al revés. Se ha ganado una batalla, pero no alcanzando el objetivo final, que es la salida de la dictadura en su totalidad. En otras circunstancias y con otros personajes, tal vez se podría analizar el cambio de cárcel de López como un gesto de buena voluntad. Con esta banda que han asaltado el poder desde hace 18 años, no parece posible creer que sea así. El gobierno venezolano es un Estado policial y militarizado, implicado en el negocio del narcotráfico desde el más alto nivel. No está dispuesto a un diálogo abierto. Su intención, más que evidente, es continuar ejerciendo el poder a su manera. La prueba más concluyente es la intención de la Constituyente, que le daría un marco legal para convertir al país en un Estado comunista clásico. Todo inspirado por los intereses de la nomenclatura cubana a la que pertenecen y obedecen.
La reacción de la oposición ante este nuevo componente de la crisis política, económica, sanitaria y social venezolana está por verse. Una vez más, el gobierno ha tomado la delantera y lanza ese reto. Está claro que entrar por el callejón de una mesa de negociación sería volver a un camino trillado y fracasado. Seguir en la resistencia callejera y en la búsqueda del apoyo internacional, hasta ahora ineficaz, parece ser la única vía cierta hacia el derrocamiento de esta forma de revolución, que ha arruinado al país más rico de América Latina. En ese trayecto, la cúpula cívico-militar se ha enriquecido de manera grosera e inaceptable.
La casa por cárcel de López es una metáfora, un alto símbolo de lo que es realmente Venezuela hoy, una prisión como casa de millones de personas a las que les han arrebatado la libertad. Un pueblo que busca restos de comida en los contenedores de basura. Gente sencilla que hace colas interminables para encontrar o no las migajas que les suelta el régimen, que vive en la opulencia.