Hoy es 14 de febrero y como ha caído martes, toca hablar del amor. No es todo oro lo que reluce. Hay parejas imposibles y otras condenadas a llevarse bien
Una mujer que me quiere y a la que quiero, me repite que la vida no es justa: “Los que se aman de verdad están separados y los que no se quieren están juntos”. Pues es una situación que tiene varias variables, que pasan por vicisitudes personales no resueltas. Pero si observamos la política de esta patria España con bandera nacional y otras 17 autonómicas o la internacional que nos pilla más cerca, como la de Europa, vemos que el amor tiene la vida difícil. Tenemos el amor a la francesa, donde hasta han probado la cohabitación entre políticos antagónicos. Donde se odian en silencio los que ahora gobiernan y caen en el pecado de poner en peligro su permanencia en el Elíseo. El amor contiene el embrujo del odio, que en política siempre permanece agazapado para saltar al cuello de los propios líderes. Tenemos el amor británico. Un carajal de opiniones encontradas entre ser británicos puros (poco o nada romanizados) o hermanos amantes de la Europa continental, por la que tanta sangre han derramado los hijos de la pérfida Albión. Y el gélido, pero no menos apasionado amor alemán. Lo personifica una dama de hierro que no enamora, pero extiende su permanencia a base de una distante caricia bancaria. Es el amor a lo Bertold Brecht, es el distanciamiento germano tan grato a ese pueblo que sabe obedecer bien y rendirse a los cantos de sirenas. Sin olvidar el amor a la rusa. Vladimir Putin es el gran amante. Engolosina a sus compatriotas con su mirada siberiana, con el orden y cariño a las tradiciones imperiales. Es el gran amante de la Santa Rusia eterna. Parece que del amor al odio y desde ahí al amor, la política es la sede más sólida de la celebración de este nuevo Día de San Valentín, el prototipo del amor santo y santificado hoy por el global commerce.
Y tenemos el nuestro propio, tan caro a los poetas y dramaturgos del Siglo de Oro, que practicaron un amor a la sombra de los inquisidores. Eso sí que era jugarse el cuello por la libertad de expresión y saber retozar entre sábanas de Holanda al mismo tiempo. El amor a la española es el fuego en la sangre. La latinidad en estado puro. Por eso, en política se escenifica con besos, abrazos, loas y restregamientos, que se convierten en estocadas siniestras. Los que antes eran uña/carne se descarnan en público sin miramientos. Es la raza española tirada al ruedo del escarnio. Los jóvenes podemitas con las facas desenvainadas rozándose el cuello. Duelos a muerte, donde sólo puede quedar uno. Con el ‘si tú ganas, yo me voy’. Donde no hay espacio para la disidencia, donde se impone el yo mando. El caudillismo nuestro de toda la vida. Desde los Godos al presente. El amor-desamor a la española es indestructible.
El paradigma de ese estado típicamente hispano del amor en la política es la puesta en escena del PSOE. Se debaten entre un amor de la nostalgia y la nueva forma de ser un amoroso socialista a la europea que se llama socialdemocracia. Los ha llevado a esta disyuntiva la aparición de otros enamorados que enamoran a la juventud desprevenida de historia y a esos viejos comunistas españoles, tan pegados a los amores pasajeros que ya pasaron a la historia. Transitan ahora mismo por amar más a la orilla izquierda que al centro de la corriente, que es donde se encuentra el equilibrio amoroso. Mientras que otros aman el recuerdo de sus años de gobierno, donde la fe en el amor lo puso su confesión socialdemócrata. No son buenos tiempos para despegarse del amor a la estabilidad probada si se quiere volver a ser alternativa de gobierno. Gobernar a este país es hoy, más que nunca, un acto de amor a los gobernados.
Y están, cómo olvidarlos, los que aman gobernar más que nadie. Los que se aferran al amor sin fisuras. Los que resisten la maledicencia de los otros enamorados, que quieren malograr ese estado del ‘Arte de amar’ que nos definió Erich Fromm. Se acaban de proclamar el autoamor este pasado fin de semana. Es que un amor tan sólido e impenetrable, eterno no existe en España, sino en el PP. Nada perturba ese estado de encantamiento. Están soldados al poder, y eso fortalece su amor bendecido por un líder hierático, que parece el antiamante, pero derrama la quietud de los eternos enamorados de sí mismos. Es el amor valentiniano, químicamente puro. Nada lo perturba. Han pasado por la traición de sus más queridos militantes. Por el desgobierno de un año interminable, donde el amor estuvo hibernando al tibio fuego de un poder diluido. Ni siquiera el odio de la corrupción, que liquida el fuego amoroso, ha podido destruir a este partido. Gobiernan unidos por el amor al poder, tal vez la más poderosa droga amorosa. Este es, sin duda, un amor inquebrantable. Hoy, San Valentín los bendice a todos.