Tanto en lo político como en su economía, concluye un año convulso para Iberoamérica. El ciclo populista entra en estado cataléptico con algunas excepciones
La marca venezolana del neopopulismo del siglo XXI, que reinició el concepto de exportar la revolución cubana, parece tocar fondo. Con una contracción de su economía de un -9,7 y un aporte al PIB de la región de tan solo 6,3%, y dependiendo de la exportación de petróleo crudo en 85% (con un precio del barril en caída libre de los 100$ a la mitad a finales de este año), Venezuela se presenta como la economía contraída más resaltante de las estadísticas analizadas para 2016, por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), un organismo dependiente de Naciones Unidas. No está muy alejado de esas tasas negativas el gigante del Sur, Brasil, cuyo decrecimiento se sitúa en el -3,6%; su participación en el PIB regional alcanza el 28,7%. Argentina, la otra gran economía sureña, se suma a esas tasas negativas con un -2,0% y un aporte regional de tan solo el 10,2%. Bolivia, el otro paraíso plurinacional del populismo indigenista, crece 4,0%, aunque su aporte regional no sobrepasa el 0,5%. Ecuador, se queda en negativo con -2,0% y su participación en la región es de tan solo el 1,6%. Destaca el conjunto de países de Centro América con un crecimiento del 3,6%.
Los promedios que aporta CEPAL son desesperanzadores. Una región que deja 2016 en medio de un horizonte deprimido. A la espera ya de demasiadas décadas para alcanzarlo. América Latina y el Caribe -1,1%; América del Sur, -2,4%. Entre los países en positivo se dan: Perú, 3,9%; México, 2,0%; Chile, 1,6%; Uruguay, 0,6%; Cuba, 0,4%. Y destacan pequeños países tales como, República Dominicana, 6,4%; Panamá, 5,2% y Nicaragua, 4,8%.
Los procesos políticos, inestables y corruptos, no son el escenario más conveniente para el desarrollo. La dependencia de exportaciones de estos países mono productores, siendo Venezuela el prototipo de éstos, han lastrado el progreso regional. La búsqueda de fórmulas ideológicas del pasado, comprobadamente fracasadas, han dado al traste con las promesas populistas de crear el paraíso en la Tierra. El mundo exterior al continente latinoamericano tampoco ha ayudado. Desde la caída del Muro de Berlín, los buenos y los malos no se acabaron, sino que se han repartido y multiplicado por todo el Globo. El poder se ha transferido en diferentes proporciones del Norte al Sur y del sólido Oeste al emergente nuevo Este. La sociedad mundial, apoyada en el vertiginoso desarrollo de las nuevas tecnologías, viene creando una neo democracia participativa que a veces se asemeja a mini dictaduras grupales.
En el caso particular que nos ocupa hoy, Iberoamérica, se paseó por desafíos peculiares, previstos e imprevistos. Por sólo citar algunos destacados, Brasil logró superar la convocatoria de los Juegos Olímpicos de Río en medio del mayor escándalo político sobre los líderes, que había prometido alcanzar la transparencia, y en una ciudad, cercada por las favelas de la mayor pobreza del continente. Aparecieron epidemias como la del virus Zika y tembló con furia inusitada la tierra en Ecuador y en Chile. Se descongeló la agria relación política entre Cuba y EEUU, y el presidente Obama plantó pie en La Habana, tras casi un siglo sin visita de un mandatario americano a ese trópico. Se llegó a un acuerdo en la capital cubana entre el gobierno colombiano y las FARC, que el pueblo rechazó; un Acuerdo de Paz incompleto, dijeron. Finalmente uno nuevo y maquillado fue aprobado por el Parlamento en Bogotá, poniendo fin a la guerra guerrillera más antigua de Occidente. Muchos analistas, asoman la nueva perspectiva de cambio con la desaparición del comandante eterno, Fidel Castro, quien fue un alentador de la revolución comunista permanente para toda la región. Sus hijos putativos aún creen en él.
El continente ha completado un par de años de contracción económica. Esto no ocurría desde los ochenta. Como consecuencia, los indicadores de pobreza y desigualdad persisten, presentando cifras de alarma, que se suponían superadas. La esperanza, que es una constante en este continente de vaivenes políticos, parece resaltar de nuevo para 2017. Los signos tenues de recuperación consideran asomarse. No pasa desapercibido que, como consecuencia de nuevos retos, muchos observadores califiquen como amenazas; los movimientos migratorios, desde África y el Este o desde el Sur hacia EEUU. Y mandatarios europeos y el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, crean que el libre comercio perjudica a sus países ya desarrollados. Las críticas a las instituciones democráticas, al sistema y a la casta están servidas y el neopopulismo crece como la yerba en el campo lluvioso por la vieja Europa.
Se suceden las Cumbres, acuerdos regionales, elecciones presidenciales, Mesas de diálogos. Un portugués es el Secretario General de Naciones Unidas, un colombiano Premio Nobel de la Paz, Cartagena de Indias escucha voces en español; pero Iberoamérica, su pueblo todo, sigue esperando por un desarrollo estable y sostenible, que permita niveles de dignidad humana total. La libertad ha sido un ideal difícil de obtener en el continente. Sin ella no hay justicia equitativa, y sin ésta no se encuentra libertad segura.