Oculta tras la noticia está parte de la verdad o la directa mentira. La posverdad se hace sitio a mitad de camino. Es lo que la gente quiere creer que es verdadero
No es que sea mentira, sino que no es exactamente cierto, pero lo parece. Los expertos en este neologismo anglosajón (post-truth) declarada ‘palabra del año’, según el Diccionario Oxford, explican que lo publicado no es más importante que la emocionalidad del receptor y sus propias convicciones asentadas en su mente, que se le impone frente a un titular de prensa. Es decir que la verdad importa menos que lo que se quiere creer. Tal vez sea una argucia de los calibrados analistas de los sondeos políticos para justificar sus desaciertos. Se han equivocado en los resultados finales del Brexit, en la inesperada victoria de Mr. Trump o en el NO rotundo de los colombianos al acuerdo torticero con las FARC. En esos casos se trata de una metaverdad que nadie esperaba. La realidad es tozuda. El ejemplo más claro y contundente está en la Venezuela del Castro-Chavismo, donde un régimen autoritario se ha impuesto tras la cortina de los votos fraudulentos, que les da una pátina de democracia amañada. La verdad es que los venezolanos de a pie saben lo que la posverdad esconde.
En esto de la escasa parte de la verdad que desvelan los medios de comunicación y lo que el personal siente y cree se coloca esta palabra enigmática. Tal vez también se deba a la rapidez con que los mensajes vuelan por las RRSS. Donde no todo lo que aparece es verdad aunque pueda parecerlo. Es la capacidad desarrollada en escenarios políticos como el venezolano, donde a pesar del desastre económico y social propiciado a conciencia por el régimen en el poder, un sector aún significativo sigue apoyándolo, mientras la oposición organizada o le hace el juego o se margina en un clamor en el desierto, que es criticada con acritud por sus mismos compañeros. El discurso del gobierno va desde la conspiración internacional inspirada en el ‘Imperio del Norte’, sin dejar fuera a España, al enemigo interno que quiere acabar con la ‘revolución bonita’ del comandante eterno. Y ese mensaje es creído sin duda alguna por los seguidores, que inflama su fervor revolucionario, aunque no haya comida, ni medicamentos, ni funcionen los hospitales, ni haya efectivo en los cajeros y haya presos por sus opiniones contrarias al chavismo, así como todo tipo de arbitrariedades contra la letra de la Constitución que ellos mismo promulgaron. El discurso oficial se impone a la realidad. Sería este, seguramente, el gran ejemplo internacional de la posverdad en ejercicio.
Una de las polémicas que beneficia al régimen que lidera Maduro-Cabello en Venezuela es acerca del pugilato desde la orilla opositora, entre los que se han ido del país y los que aún permanecen en las colas diarias del hambre. Mientras los muertos siguen llegando, los que desde el exterior critican con facilidad desde las RRSS, los que hacen la cola del pan, no lo tienen tan fácil. Es otra estrategia de esos reyes del mal para dividir a un país que se desangran mientras espera el final del régimen, que no caerá del cielo protector de La Habana. Lo que deben comprender los que aún sigue a pie de urna, es que los que están fuera pueden se excesivos, pero lo que no se les puede negar es su derecho a disentir de la dirección de esa Mesa de Unidad Democrática (MUD), que suele errar más de lo que deberían, apoyados o no por el Vaticano y por voces tan dudosas como el expresidente español, Rodríguez Zapatero. Para dialogar con cierta garantía de éxito hay que tener enfrente a verdaderos creyentes en la democracia. Éstos no lo son y los representantes de la MUD lo saben. De hecho el resultado de ese diálogo está a la vista, basta leer el documento final. Fieles al camarada Lenin, dan un paso atrás para avanzar dos. El diálogo para ellos es eso. Lean la historia, que parecen aficionados, juegan ustedes con el gran especialista del Caribe. Dialogar sí, pero con los pantalones bien apretados.
Escuchar la odisea de sobrevivir día a día en el otrora país más rico de Iberoamérica es espeluznante. Los billetes de alta denominación (100 bolívares) se han acabado. Los cajeros solo dispensa hasta 10.000/día igual a 5 dólares. Los pagos suelen hacerse en efectivo, lo cual suma un impedimento a la carestía generalizada de productos. Llevar encima cantidades altas de dinero incrementa la posibilidad de ser robado en cualquier esquina. Enfermarse puede ser un riesgo de muerte. Irse es una opción dolorosa, pero que han elegido ya entre 1,2 y 2,5 millones de venezolanos, que han emigrado desde 1990 a 2016, según fuentes consultadas. Las razones: alta inseguridad, con peligro de muerte; persecución política y escasez laboral. Otros resisten y se arriesgan a quedarse, porque soltar a su país duele. Los españoles sabemos mucho de eso. Un padre despedía a su hijo en el aeropuerto bolivariano con estas palabras: “Prefiero despedirlo aquí que en el cementerio”.
La posverdad tiene flecos que la verdad no entiende. Más allá del término, la realidad no se puede escamotear con neologismos al uso por más anglosajones que sean. Se puede disfrazar, se puede maquillar, se puede. Pero los venezolanos que viven en su país sufriente, conocen cuál es. Que no hay pan, que no hay medicamentos, que no hay seguridad, que la ley se ha acomodado a los dictámenes del régimen, que hay dictadura eso es lo que antecede a la posverdad.
Excelente artículo, doctor Ariza. Tienes una idea bastante clara de la situación… aunque, te lo juro, es aún peor de lo que escribes y probablemente de lo que imaginas. Un fuerte abrazo, amigo. Disfruta de nuestra querida España.