Dos mujeres muy queridas se enfrentan a su futuro. Hay que tomar decisiones y a sus edades se les puede nublar el entendimiento, que diría Cervantes
Un diario de referencia del periodismo en español publicaba el pasado fin de semana que España o se enfrenta a cambios definitivos o entrará en una deriva de alta peligrosidad política. “En la España de los últimos años ha habido demasiados recortes y pocas reformas, muchas tensiones y pocos acuerdos. Es tiempo de mirar hacia adelante, es tiempo de reformas”, concluía. En el día a día de las personas, tales reflexiones son lejanas, pues se enfrentan a sus propios fantasmas interiores, a sus necesidades más íntimas. Cumplir 40 años en el primer caso es el de mi muy amada hija, significa un golpe de efecto psicológico, que le hace temblar el suelo sobre el que ha vivido avanzando con decisión hasta los 39. Marca un cambio de década vital. Un pensar en qué he hecho mal y cómo podré corregir esas cosas, en qué me equivoqué y ahora, plantada en los cuarenta, con esa década de inicio de la madurez, qué tengo que hacer con mi vida, cómo corregir para seguir adelante. En el segundo caso, otra mujer muy querida y cercana, acaba de arribar a los cincuenta, otro hito en la vida que marca, aún más si cabe a las damas que a los caballeros, porque se agita, más en ellas que en ellos, la vasija hormonal y eso ocasiona cambios que preocupan, porque marcan una nueva etapa vital. No veo ninguna tragedia en el escenario de estos dos seres tan cercanos y queridos para mí, y que sé pueden ser ejemplos válidos en otros casos similares de fiestas de cumpleaños.
La escena española es otra cosa, claro está, porque la tragedia se viene mascando desde que se inició la llamada crisis financiera (2008/2009), que en nuestro caso aún sigue protagonizando el tercer acto de la obra que no termina de concluir. Los espectadores atónitos se remueven en sus sillas, cuando un histrión anuncia que el paro endémico ha bajado del 20 al 19 por ciento, escamoteando el subtexto de que todavía doblamos la media de la UE. Y que ese punto porcentual se apoya en un empleo precario, salvajemente esclavo de horarios y bajo salarios. La democracia es un ente vivo al que hay que ayudar a madurar, al parecer los altos dirigentes lo habían olvidado. El paso del tiempo no se mide igual para una nación, aún llamada España, que para las dos mujeres a la que hemos hecho referencia.
Ellas se marcan ese tiempo personal como una honda preocupación privada, que sólo comentan en la intimidad y dentro de sus pensamientos. Inician décadas nuevas, que les parecen marcarles la vida. Lo sienten como alarmas vitales. Pero, ¿es realmente una crisis existencial? Yo no lo creo. Aunque pudiera parecer. Iniciar los cuarenta es una plenitud de espléndido futuro, porque tiene la ventaja de la primera reflexión sobre el pasado, que va a construir el futuro de una madurez serena y productiva. Comenzar los cincuenta, puede aparecer como la incertidumbre de abandonar una etapa para siempre, pero con esa segunda lozanía que las mujeres de esa edad exhiben hoy sin complejos ni amarguras. A esas edades se ha aprendido cosas básicas, pero fundamentales para afrontar este camino que se llama vida. Para ellas, llegadas aquí, la experiencia es un grado y, sobre todo, las malas aventuras, las que ahora miran como errores mayores o menores. Con ese bagaje de vida, cómo no afrontar esa esbelta madurez de los 40 o 50 con la mayor alegría.
Las mujeres han librado una dura batalla. En los años universitarios de finales de los sesentas, inicios de los setentas, la efervescencia feminista era un aluvión que la ‘paz y amor’ había puesto en primera página de la prensa mundial. El camino ha sido largo, lleno de obstáculos. El machismo, ese aun extremo que golpea, acosa y mata a novias, hijas y esposas no ha concluido, sigue ocupando titulares y sensacionalismo televisivo. La igualdad verdadera parece un objetivo aún lejano. Pero el camino no se ha recorrido en vano. En 20 años de docencia universitaria, en mis aulas de periodismo, siempre han sido mayoría las alumnas y las más brillantes, las mejores periodistas que he formado, sin desmejorar a algunos chicos, que hoy me enorgullecen como jóvenes colegas.
No, llegar al cumpleaños 40 o 50 es un triunfo de ese mismo camino. Ambas mujeres a las que me he permito glosar hoy aquí (con la benevolencia que pido a mis lectores), son un ejemplo de que no ha sido en vano, ni esa lucha por la igualdad real ni sus vidas particulares, que están llenas de logros personales inmensos. Ambas han tenido que emigrar por razones políticas de su país de origen. Ambas se han abierto campo en sus profesiones alcanzando alta significación, siendo extranjeras en los países donde ahora residen, que por cierto no regalan nada, aunque sí reconocen el talento. Así que les deseo un feliz día en sus cuarenta y cincuenta aniversarios, porque comienzan una etapa gloriosa de sus vidas, ahora como mujeres que saben lo que es luchar duro por una existencia digna. Se les abre una nueva puerta a su desarrollo personal e inician una etapa para continuar siendo lo que siempre básicamente han sido: dos buenas personas, mi ejemplo más cercano de las mujeres que hoy se han levantado para siempre.