Saltan por las RRSS los vaticinios de Oriana Falacci sobre la guerra en que estamos. Y el papel de la prensa en medio de la carnicería urbana del terrorismo
Al estar frente a una centena de jóvenes que se gradúan de periodistas no hay más remedio que hacerse la pregunta sobre su porvenir. Que es el futuro del periodismo mismo. Una jornada de graduación es un acto de fe en una etapa de preparación culminada. Una reunión familiar donde se siente flotar el orgullo sobre unos estudiantes, que culminan la carrera del grado y se asoman a la verdadera realidad del mundo de los adultos. Ellos mismos se han convertido en grandes casi sin darse cuenta. Si les ha parecido fuerte el espacio de las aulas universitarias, lo que les espera es la dureza del mundo de las noticias, que no tienen miramientos, ni se detienen, ni dan respiro, ni saben de horarios, pero sí, y mucho, de la precariedad de las redacciones de un universo periodístico que se debate entre hacer caja y pagar las deudas con los Bancos. Como dijo el insigne periodista Ryszard Kapuściński: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Tanto les hemos enseñado a estos graduandos lo que la verdad oculta, que tendrán que luchar por descubrirla y ahí está el núcleo de este oficio maldito y encantador que es el periodismo.
Recordábamos en la citada graduación de periodistas de la Universidad de Málaga –promoción 2012/2016– a Sidney Shanberg, quien falleció hace un par de semana en Nueva York. Dejó el ejemplo del ejercicio, a cara de perro, de la forma más arriesgada del periodismo de trincheras en Camboya, en los años del terror los jemeres rojos, que se cargaron a casi tres millones de compatriotas en pos de la conquista del cielo comunista. Por su extraordinario trabajo le fue otorgado el Premio Pulitzer en 1976. Defendía Shanberg que la tarea primordial de un reportero es dar voz a quienes no la tienen. Y nos paseamos por la historia que narra aquella película ‘Good Night and Good Luck’, que no es otra que la misma esencia de esta tarea, que es defender la libertad de informar sobre todo lo que el poder no quiere o no le conviene que se sepa.
A veces, al pasar la letra de los titulares de la prensa española, se echa en falta lo que recomendaba otro periodista de raza, que escribió mucho buen periodismo antes de ganar el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Y fue que cayó en cuenta que toda noticia, por pequeña que sea, siempre tiene o debe tener un grado suficiente de investigación. Y esa es la clave. La verdad es esquiva, no se llega a establecer la certeza periodística de un hecho si no hay investigación. Pero eso cuesta dinero y lleva tiempo. Y eso es otra clave para que haya decaído más de lo que es conveniente y la prensa cumpla con su verdadera tarea, más allá de ser un vehículo de la publicidad comercial y de la propaganda política.
Por encima del debate entre el tradicional papel y la digitalización de los medios está contestar para qué se escribe. El Medio es un vehículo con mayores o menores prestaciones tecnológicas. Son contenedores de contenidos y ahí está la otra clave: lo que se dice sigue siendo lo importante y cómo se dice también. Hay que escribir bien, el periodismo es literatura de urgencia, pero tenemos la obligación de usar el idioma con corrección, es decir con claridad. Y los usos productivos de este oficio exigen rapidez, sin que dejemos por eso de profundizar en lo que la verdad oculta. Ya sabemos los periodistas eso de que una información no te eche abajo un buen titular. Y también aquello de que un hecho puede ser verdad, pero no haber sucedido. Lo que no se transmite, lo que no se publica aunque haya sucedido no revela su verdad. También lo resumió García Márquez en sus cursos de Cartagena de Indias: “No hay que decirlo antes, sino decirlo mejor”. Pues eso es.
Ahora que el verano aprieta y que los testigos de Alá andan en la conquista de su reino occidental, se ha recordado a la periodista italiana Oriana Falacci, quien en su obra ‘Inshallah’ anunció lo que se nos echaba encima. Noveló la guerra del Líbano hace ya 25 años. Y se asomaba a lo que parece estar sucediendo ahora. Un enfrentamiento entre el radicalismo musulmán y occidente. En su texto, Falacci dejó escrito: “¡Pero qué rusos y qué americanos, qué comunistas y capitalistas ni qué ocho cuartos! ¡La próxima guerra no estallará entre ricos y pobres: estallará entre güelfos y guibelinos, es decir, entre los que comen carne de cerdo y los que no la comen, entre los que beben vino y los que no lo beben, entre los que susurran el paternóster y los que gritán “¡Alá es grande!”. Seguramente, la cercanía con el horror de aquella guerra, que destruyó al país musulmán más occidentalizado del Cercano Oriente, le comprobó a Falacci que lo de hoy ya había comenzado.
Otro periodista, Arturo Pérez-Reverte, que se curtió en los frentes de guerras, no deja de alertar sobre una Europa sumida en su propia leyenda de libertad, que tantos siglos ha costado conquistar, pero que el yihadismo aborrece por representar todo lo que ellos quieren erradicar de la Tierra en nombre de su Dios. En medio de todo este conflicto que se agudiza y nos deja aterrados cada día, está el periodismo que tiene que reseñar tanto horror. Los estudiantes que se graduaron en la UMA empiezan a aprender y a entender que el periodismo, como la vida, mancha.
Excelente artículo, doctor Ariza. Lamentablemente, las posiciones progresistas de gran parte de la prensa prohiben taxativamente decir la verdad «a cara de perro». Y por ahí se nos cuelan los fundamentalistas.
La Falacci no está de moda. Y Reverte es uno. O unos pocos.
Excelente articulo, Carlos. La responsabilidad que tienen los comunicadores sociales es enorme, no sólo enfrentarse e investigar si un suceso es verdad y como debe transmitirla también saber que esas palabras traen consigo acciones y reacciones que se encadenan en los medios y terminan moviendo al mundo.