Una noticia impacta más que otra. Apenas a escasas horas del loco del camión de Niza, unos militares sacan los tanques en Estambul y fallan. El terror está en la calle
Como la tristeza, los golpes militares ya no se llevan, pasaron de moda. Ya no lo practican ni en la América Latina, donde eran moneda corriente. Y cuando fracasan, como este a lo baño turco, dejan a esos profesionales del fusil como unos malos artífices de la conspiración política a punta de cañón. Miden mal los tiempos y fracasan, como políticos son muy malos soldados. El presidente Erdogan, ha dicho que el ‘cerebro’ de la asonada golpista es el clérigo Fethullah Gülen, se sabrá. Por los momentos este imán vive en Pensilvania, bajo el techo seguro de la distancia. Los lemas de los militares alzados, reflejan esa posibilidad, ‘venimos a restaurar la democracia’, tema que ha sido echado a la cara de Erdogan por Gülen, antes amigos y ahora enemigos íntimos. Turquía forma parte activa de la OTAN y es un permanente aspirante a entrar en el exclusivo club de la UE, de donde otros se salen aislándose en su isla. La noticia de portada tiene eso no se acaba de secar la tinta, ni los pajarillos de las RRSS han terminado de piar cuando otra peor la sustituye. Niza llora y comienzan los turcos.
Los intentos de golpes a Estados democráticamente constituidos son aventuras que siempre dejan muertos en las calles. En Turquía, se contabilizan sobre 260 fallecidos, unos mil heridos, casi 3.000 militares y más de 2.700 jueces y fiscales detenidos, casi todos vinculados al movimiento gulenista. Pese a tomar la televisión pública, cerrar los puentes sobre el Bósforo, asaltar el aeropuerto internacional, tomar las calles con carros blindados, sobrevolar Estambul y Ankara con helicópteros artillados y aviones de combate, interferir las comunicaciones en Internet, fallaron. No obstante tener Turquía un conocido historial de asonadas militares. Con una aparente organización militar al detalle, no lograron su objetivo. ¿Qué falló?
Esto ha sido un golpe exprés contra la deriva islamista y autoritaria de Erdogan, que se viene perfilando como un líder más próximo al fundamentalismo de lo que ciertas élites militares gustan. Una especie de todopoderoso ‘sultán’, pero para occidente es ‘nuestro’ sultán. Turquía juega un papel principal en la geopolítica de la zona. El tapón entre Oriente en guerra y la Europa que mira al cielo protector. En el complejo tablero político turco, varios peones juegan a los tronos. Erdogan dirige la orquesta y en el camino deja a los que desafinan, aunque algunos fueron quienes le encumbraron a la batuta principal.
Los principales artífices de este juego de tronos a la turca son: El primer ministro, Binali Yikdirim está en el cargo desde mayo pasado, de absoluta lealtad desde 1990. El jefe del Estado Mayor, el general Hulusi Akar, retenido por los golpistas, está ahí desde 2015 y fue nombrado a raíz de las purgas de oficiales molestos. Este año, tal limpieza iba a ser a fondo para sacar del estamento castrense a todos los elementos adversos a Erdogan. Eso precipitó la acción golpista y tal premura está en la base de su fracaso. Algunos analistas, señalan que el gobierno conocía el movimiento golpista y lo dejó actuar para barrer a los adversarios, cosa que está haciendo Erdogan, sin demora. Gülen, autoexiliado desde 1997 en EEUU, y a quien Erdogan quiere extraditar ahora, mientras Obama mira para otro lado, fue aliado del presidente, pero él cree que es un conspirador y lo obligó a salir del país. Sigue en este cuadrilátero turco, el socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu, y aunque no ha tardado en condenar el intento de golpe militar, está alejado de las tesis de Erdogan. Heredero directo del partido de Atatürk, se ha enfrentado al poder absoluto que esgrime el presidente. Es un opositor ubicado en el laicismo y creyente en el Estado de derecho, de allí su posición antigolpista. Finalmente, hay que mencionar a Abdula Gül, exministro de Exteriores con Erdogan. Fue el hombre que negoció la posibilidad de entrar en la UE y manejó la cuestión chipriota. Es un islamista y el artífice de haber encumbrado en el poder a su jefe Erdogan. Se adelantó a condenar a los militares golpistas, diciendo que ‘Turquía no es un país de América Latina ni de África’, aunque por unas largas horas se le pareció mucho.
No obstante, el presidente Erdogan es querido. Miles de ciudadanos salieron a defenderle y se pusieron delante de los tanques. Ha dicho que va a seguir al frente de Turquía hasta 2023, fecha clave y centenaria de la Turquía que fundó el general Mustafá Kemal Atatürk. Con 62 años, Erdogan lleva una deriva autoritaria y pro islamista, que disgusta a muchos turcos criados en la idea de un Estado laico, y el menos radical de los países musulmanes. Sus orígenes políticos se asientan en el Partido del Bienestar, que propugnó el islamismo en Turquía. En aquellos años noventa, Erdogan fue encarcelado por tales ideales, cuando dijo en público que ‘nuestras bayonetas son los minaretes’. Fundó el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) por el que ha sido electo primer ministro y presidente. Ha sabido cuidarse de los militares, cuya tradición golpista (cuatro intentos desde 1960) conoce sobradamente. Ahora, tras la madrugada fallida, Erdogan sale fortalecido y le servirá para terminar de limpiar de enemigos a las Fuerzas Armadas turcas. Alá está con él.