Penalti al Rayo

17 May

Ha bajado a Segunda bajo la sospecha de apañar un partido

Qué sería de España sin el fútbol: un país desierto, una programación de TV sin aliento, un erial mental, un grito sin gol, un aburrido fin de semana

Un territorio verde de corrupción. Un impoluto fair play. Una familia de estrellas supermillonarios. Un negocio al que no ha hecho mella la crisis española. Unos chicos guapos que se pasean en sus coches de alta gama con sus conquistas de pasarela. El fútbol, ese juego donde un balón rueda sin descanso en pos de la gloria mundial. Hasta ahora, apenas empañado por los ataques a los árbitros, que son los malos de esta película HD, los que toman decisiones sobre la marcha, que no siempre son acertadas, según los expertos analistas de la pelota. Pero en estos días, ha habido un penalti sorpresivo. El balón cogió un efecto sospechoso, mientras volaba hacia los tres palos y lo que parecía gol, se convirtió en una denuncia de fraude, de apaño, para un equipo a punto de perder la Primera División, vendía su último partido, dicen. Al parecer, en contra de sus propios intereses, todo muy dudoso. El Rayo Vallecano, ese modesto equipo del extrarradio madrileño se ha dejado ganar. Y la Liga (LFP) lo investiga. El Club lo niega y les reta a investigar otros partidos. La sombra de la sospecha cubre el césped verde e impecable, hasta ahora.
Ese ejemplo de deporte de masas, donde un chico de las favelas brasileñas alcanza la gloria de la fama y el dinero, ya no está exento de esa mancha, que se titula corrupción. La misma organización mundial de este deporte, la FIFA, ha estado todos estos meses en el ojo de la prensa mundial por la misma causa. Ahora salpica al Rayo, un modesto club de barrio obrero. Unos sobrevivientes en una Liga de millonarios. Desde hace cinco años subsiste en Primera sin el dinero que manejan los grandes, que parecen Bancos bien solventes. Lo cierto es que la LFP está desarrollando un programa de vigilancia, que va del flujo de las apuestas a esos partidos con exceso de goles. El mundo subterráneo de los vestuarios está bajo vigilancia policial.
En un país que se distrae con Eurovisión y, desde luego, el fútbol por televisión, que ya no se sorprende de cada caso de corrupción que salta cada día por los medios de comunicación, porque lo cotidiano ya no asombra; que espera con cara indiferente a que los profesionales de la política se pongan de acuerdo para gobernar a un país difícil de manejar; en esta nación de donde se quieren salir algunos y donde la tasa de natalidad ha caído a niveles alarmante; donde hay pueblos del campo desiertos porque ya nadie tiene ganas de lidiar con la tierra dura y correosa; aquí el manto del dinero fácil, del apaño reglado para perder partidos se ha presentado en escena, sin que nadie lo esperara. El fútbol seguirá llenando estadios. Seguirá siendo ese mundo ideal al que aspiran tantos niños y jóvenes. Las estrellas del balón seguirán siendo modelos de publicidad. Unos se convertirán en entrenadores, los árbitros seguirán pitando faltas, a veces imaginarias o demasiado penalizadas. Los jefes seguirán negociando en los mercados nacionales e internacionales. Pero ya nada será igual, porque en este deporte, como lo fue el boxeo en sus años de mayor gloria (hay filmografía al respecto), la corrupción parece haber tomado la delantera.
El Rayo se enfrenta a la investigación. Dicen sus dirigentes que vigilen a otros equipos, que la mancha pude extenderse corriendo por los laterales, que si a ellos se les acusa, puede haber otros implicados en eso de amañar resultados. La duda ha saltado al campo y el balón puede atascarse en los recovecos de canchas sospechosas. Aquí ha caído el maná del dinero fácil y rápido, acuerdos express para saldar deudas. En el terreno de la política parece asentarse el mayor entramado de corrupción. Desde el pequeño municipio a la financiación extranjera de Podemos, todo está bajo sospecha de un juego sucio. Ni el digno y mayor juego de equipo que hay se ha podido salvar de esta vorágine del dinero en maletines. Un gol por la escuadra que deja una estela de la sucia tentación de ganar o perder un partido, según convenga. El Rayo esperará, desde la Segunda División, el veredicto de LFP.
La Liga española se acabó por este año y deja esta duda. Borrarla va a ser difícil. Los Bukaneros están cabreados, la afición fiel del Rayo también, vieron en el partido cuestionado que a sus jugadores les faltaba entusiasmo, entrega, esa garra de ‘la franja’ que les destaca como sobrevivientes en un mundo de glamour de limusina. Con un desahucio a segunda enfrente, no entienden cómo y porqué se han podido vender tan a última hora. Sus directivos insisten: ‘El equipo está limpio’. Veremos si podrán limpiar las manchas de barro y yerba de sus pantalones. Pero lo del Rayo no es un caso particular o único. Aquí hay balones que aclarar porque no ruedan tan raudos como deberían. Mientras se aclara el caso Rayo, aquí se sigue esperando al 26J, a ver si ya sin fútbol se explican los otros Partidos y forma alguien un gobierno que gobierne.

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