Cómo y por qué un gobierno somete a su pueblo a tan gran sacrificio. Cómo se ha llegado a un estado de precariedad absoluta. Qué pretende Nicolás Maduro
Son demasiadas incógnitas a las que un periodista venezolano, Laureano Márquez, intentaba dar respuestas la pasada semana. Ante el marco político de un Parlamento (Congreso de los Diputados) en manos de la oposición, el Ejecutivo bolivariano se niega a aceptar una Ley de Amnistía, promulgada por dicha Cámara, y que supondría la inmediata libertad para los presos políticos del régimen chavista/madurista. El imperio de la Ley no es asunto del gobierno, que sólo aplica aquellas que les conviene. Soltar a los que ellos llaman ‘políticos presos’ no entra en sus planes. Maduro, que siempre echa mano de la agresión externa, citó a España como ejemplo de que aquí también hay presos políticos, refiriéndose a los etarras que cumplen condena por atentados y con sentencias firmes de los tribunales. No como los que él mantiene en sus mazmorras, con juicios amañados y sin posibilidad de recurrir. Esto es una democracia, presidente Maduro, imperfecta, con 100 días cumplidos sin gobierno constituido, no se tortura a los detenidos por pensar diferente, ni hay que hacer cola para comprar pan. Aquí defendemos la libertad de expresión, por encima de todas las otras, que la controlan. Aquí tenemos muchos problemas, seguro que sí, pero aún no nos hemos autosuicidado.
Laureano Márquez se pregunta a qué responde el experimento venezolano, que está destruyendo a su pueblo. Se apoya en datos contrastados por los organismos internacionales. “Somos la nación en la que se dan cita las peores cifras del planeta Tierra: la inflación más alta, la inseguridad más alta, la corrupción más alta, la peor economía del mundo. ¿Cuál es el plan detrás de esto?” Recordando a Vargas Llosa, que festeja pletórico su nuevo amor a sus 80 años, viene parafrasear aquella pregunta de ‘Conversaciones en la Catedral’: ¿Cuándo se jodió Venezuela, Nicolás? Un chavista responderá sin dudarlo y con énfasis, ‘en la IV República, con una democracia corrupta’. Los venezolanos que hoy hacen cola ante los desabastecidos mercados, se les viene a la mente la cara de Hugo Chávez, que prometió el cielo y los dejó en el infierno.
Dice Márquez que el gobierno venezolano ejerce un plan de autodestrucción. “Si alguien quisiera plantearse cómo acabar con un país, el estudio de Venezuela es materia obligada”. Piensa este periodista que no se puede ser tan incompetente por casualidad o accidente. Cómo les puede convenir, se pregunta, a los chavistas/maduristas dejar a un país destruido. Dónde robarán, dice asombrado, si la casa del neopopulismo, de la gran Venezuela adinerada que sustentaba la expansión bolivariana, se quema. Sus vecinos van a entrar en una época negra. Y eso parece estar pasando en una ola revolucionaria en retroceso. Evo Morales, en Bolivia, acaba de perder su aspiración a seguir siendo electo. Argentina ha cambiado el rumbo político. Brasil se derrumba a ritmo de samba sindical. Los pequeños, Uruguay, Nicaragua aguantan en silencio su neocomunismo de andar por casa. La ilusión chavista ya no es lo que fue cuando los petrodólares abundaban a manos llenas. Entonces, a quién interesa este estado de debacle, de fin de mundo populista.
Tal vez sean los chinos quienes tengan más que perder en este escenario apocalíptico. Prácticamente dueños del país, dice Márquez, no se comprende que les interese para nada que sus socio venezolanos destruyan a su propio país. Entonces si no hay una macro conspiración para acabar con Venezuela, todo indica que son los propios venezolanos en el gobierno los responsables del asunto. Ya los líderes populistas regionales están bastante ocupados destruyendo sus países respectivos, y no se les puede culpar del fracaso venezolano. Márquez pone el acento en que su país está en fase terminal. Sin alimentos, sin medicinas, sin tejido productivo, con los precios del petróleo en mínimos históricos. Con su gran inspirador, Cuba, coqueteando con el Imperio. Con sus socios latinoamericanos en retroceso. Maduro cuenta las horas de su final de fiesta. “¿Qué dividendos esperan sacar de este fracaso? Ya todos perdimos todo, de una u otra manera. Es hora de negociar la reconstrucción”, concluye Márquez.
Pero ese final del experimento revolucionario sin revolución no parece estar tan claro. Pese al repudio político internacional, al panorama de la economía mundial, adversa a los productores/exportadores de petróleo; al fin de ciclo ideológico; al cerco a un Estado asociado al narco tráfico; Maduro se aferra al poder, pues dejarlo significaría tener que dar cuenta en los tribunales internacionales. La justicia, en algo, también se ha globalizado. No hay precedente de un proceso revolucionario que se haya autosuicidado como este. Una revolución que, como ninguna otra en la historia, haya tenido los colosales recursos del petróleo como los tuvo Chávez en sus años de poder absoluto y haberlos dilapidado, en robos directos del dinero público y financiado el delirio de una América comunista. Ahora, tras las colas del pueblo para comprar alimentos, dejan un país hipotecado, que los demócratas, cuando lleguen, tendrán que pagar.