Mientras las Iglesias de oriente y occidente se abrazan tras mil años mirando al cielo, Rajoy y Sánchez esquivan las miradas, desencuentran sus manos y dejan tirada a España
Los gestos en políticas escenifican una intención, tal vez no una decisión firme, pero sí un guiño al ciudadano de por dónde pueden ir los tiros. La reunión, breve y vacía, que se dieron Rajoy –con cara de presidente saliente– y Sánchez –con rostro de aspirante a toda costa– ha dado la peor imagen posible. Estamos ante una situación inédita para la bisoña democracia española. Los dos grandes que han gobernado a España no tienen fuelle para ocuparse del país. Necesitan apoyos, que el PP no tiene, ni va a tener; y el PSOE los buscas en un río revuelto y enfangado, que amenaza con romper la unidad nacional. Mientras los populares están acorralados contra las cuerdas de la corrupción, los socialistas han puesto a un lado su esencia socialdemócrata con tal de volver a La Moncloa, apoyados en unos socios que no creen en el sistema. Nunca antes había tenido España un horizonte más incierto que el que representaron, la pasada semana, estos dos líderes desencontrados.
Media hora puede ser una eternidad, o no, como diría Rajoy. En cambio sirvió para despejar la variable de un pacto, de una colaboración para formar un gobierno estable, que no va a ser posible ya. La mirada esquiva de uno, la mano en el aire del otro. Si España está rota, y lo está; estos dos líderes lo han escenificado a la perfección. Estos dos han cerrado las puertas y España se ha quedado fuera. La historia siempre pide responsabilidades, a estos personajes ya les están preparando la factura. Se han declarado la guerra a muerte sin contar con que las bajas van a ser los ciudadanos de este país aún llamado España. No se puede imaginar mayor irresponsabilidad.
Uno quiere seguir la senda de la recuperación económica y financiera. Otro aspira a un cambio hacia un horizonte progresista. En el medio, la nada política, el peor escenario posible para poder gobernar a una España que aún no ha salido de la crisis y arrastra un desempleo endémico. Uno no tiene con quien aliarse, a no ser los Ciudadanos, que no suman lo suficiente. Otro pretende una sumatoria que puede restarle fuerzas a mediano plazo, y que se encontrará de frente con la negativa del PP en el Congreso de los Diputados. El juego parece trancado y el diminuto ventanuco de salida es convocar a nuevas elecciones en mayo, sin certeza alguna de que el panorama cambie en lo sustancial, más allá de unos pocos votos arriba o abajo parecidos a los resultados de los anteriores comicios.
Con un telón de fondo pintado por la corrupción galopante en Valencia y en Madrid, el PP hace mutis por la derecha. El PSOE, en sus ansias de sillones, convoca a tirios y troyanos en un alarde de malabarismo ideológico, que podría terminar por engullir a su rosa roja socialista. Para este sainete no hace falta comprar entrada, se asiste desde la barrera mediática a cada minuto, mientras el país sigue levantándose a trabajar o a cobrar el paro. Sobre esta tramoya política, observa el Gran Hermano de las finanzas internacionales, que echa su mirada sobre el escenario español advirtiendo que la inestabilidad sienta mal a las inversiones.
Con un PP acorralado por los corruptos, incrustados en su aparato desde hace dos décadas, y sin apoyos claros, su opción más cierta parece pasar por presentarse a formar gobierno. Sus posibilidades de obtenerlo son casi nulas. Su camino sería entonces convocar a nuevas elecciones parlamentarias en mayo próximo. Eso podría no convenirles en absoluto en medio del malestar de sus siete millones de votantes, que miran con asombro los nombres de los ‘chorizos’ con carnet del PP, cuando salen en los informativos de las teles. Si Sánchez no logra apoyo en las Cortes –el PP ha asegurado que votará en contra–, no tendrá otro camino que presentarse ante las urnas de nuevo y defender a su 90 diputados. Es previsible que el resultado en mayo no difiera sustancialmente del obtenido en diciembre. La ronda pactante volvería a comenzar, y se echa encima el verano y la presión de los mercados aumentaría sin cesar. España es una nueva versión del Día de la Marmota, que se eterniza por un puñado de sillones.
El poder tiene la virtud de enganchar como una poderosa droga metida en vena. Si le sumamos la proverbial incapacidad española de pactar por encima de los intereses particulares, espurios, inmediatos, con la mirada en la cercanía electoral; gobernar se hace imposible. Para estos actores la responsabilidad histórica se les escapa, el momento es ahora, pero ellos lo van postergando, mientras España espera aparcada en la cuneta de la historia. El costo de tal dilación aún no se ha contabilizado, otros ya lo hacen desde los centros del poder financiero. Y, desde luego, la unidad de la nación está en juego en este tablero plagado de peones que se mueven sin orden ni concierto.